Brasil: No hay vacuna para el necropresidente

Por Fernando de la Cuadra[1].- Se cumplieron dos años desde que el ex capitán asumió la presidencia de Brasil, en los cuales se puede constatar no solo el carácter siniestro del des(gobierno) como la compulsiva tendencia a aliarse con la crueldad y la muerte de los brasileños. Sólo de esta manera puede ser interpretada la desidia con que el Ejecutivo ha asumido su combate a la pandemia que asola al mundo, ahora a través de una lentitud criminal para implementar el proceso de vacunación de los habitantes de este país.

A pesar de todas las evidencias existentes, el gobierno sigue cuestionando la efectividad de las vacunas y solicitando nuevos antecedentes para dar su visto bueno a través de la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria (Anvisa), una entidad que gozaba de gran prestigio antes de ser literalmente ocupada por militares activos o de la reserva sin ningún conocimiento técnico ni profesional en esta área. Resultado: la Anvisa se ha transformado en un enorme aparato burocrático que responde a directrices ideológicas emanadas de Bolsonaro y los ultraderechistas que ocupan los principales cargos de su gobierno.

En su gran mayoría, los ministros del actual gobierno se parecen más a los bizarros y patéticos personajes inventados por Roberto Bolaño en su novela “La literatura nazi en América”, un verdadero caleidoscopio de seres frustrados, fracasados, llenos de complejos e ideas estrambóticas sobre la realidad, incubando fantasías de enemigos ocultos e insufribles tesis conspirativas. Es así como se comportan algunos de los delirantes miembros del gabinete de Bolsonaro, los cuales junto a ciertos pastores pentecostales llegan a afirmar que quien toma la vacuna contra el COVID-19 después se transformará en Jacaré, un cocodrilo abundante en las regiones de Amazonas y Pantanal.

Sería cómico si no fuera trágico. El país ya se aproxima a la amarga cifra de 200 mil fallecidos y casi 8 millones de infectados por el virus y las autoridades continúan paralizadas, sin ninguna voluntad de respuesta a la urgencia de iniciar una masiva campaña de vacunación. En estos momentos, cinco de los mayores hospitales de Sao Paulo se encuentran con su capacidad desbordada y con la ocupación al 100% de sus camas para pacientes con COVID-19. El propio Ministro de Salud, General Pazuello, hace dos semanas que no se hace visible para dar algunas informaciones u orientaciones a la población que se mantiene expectante frente al proceso de inmunización que se desarrolla ya en muchos países. Además de la inacción del gobierno federal, la absoluta falta de coordinación entre éste y los gobiernos estaduales tiene al país entre los últimos de la fila para llegar a un acuerdo con las farmacéuticas que deben dar cuenta de una demanda excesiva.

Es desesperante para muchos especialistas en epidemiología y salud pública observar cómo Brasil se está quedando muy atrás en una materia de vida o muerte para los millones de personas que quieren volver a la llamada “nueva normalidad” con la seguridad y la confianza de que no sucumbirán al Coronavirus.

Mientras el poder público se encuentra paralizado, clínicas privadas están negociando contratos con ciertas empresas farmacéuticas, lo cual puede representar una solución para grupos minoritarios de la población, pero nunca para la mayoría de los 210 millones de habitantes de Brasil. Y aún más, cuando la elite de este país esté vacunada, ciertamente las presiones de los grupos más influyentes sobre el gobierno van a disminuir drásticamente, con lo cual la demora en la respuesta sanitaria a la pandemia se puede profundizar. A pesar de toda la crítica realiza por los especialistas y vehiculada diariamente por la prensa, el presidente se hace el desentendido respondiendo con un simple “todos tenemos que morir algún día”. Es la expresión más grotesca de un mandatario que le impone la muerte a miles de personas a causa de su desidia y negligencia administrativa y su apatía y desprecio por la vida ajena.

Como ya advertíamos en un artículo publicado meses atrás, la política del gobierno de Bolsonaro se sustenta en la muerte, en la noción de que al poder político le cabe la discrecionalidad de decidir entre quienes pueden vivir y quienes pueden ser eliminados, pues son vidas superfluas, residuales, “matables”. De esta manera, se establecen los estándares entre quienes hay que proteger y asegurar en sus condiciones de vida o, por el contrario, aquellos que pueden morir porque son superfluos para el sistema o porque representan una “amenaza para la sociedad” por pensar diferente o, simplemente, por ser diferentes.

Bolsonaro es la encarnación de esta visión perversa que Achille Mbembe analizó y denominó como necropolítica. Es un necropresidente de un necrogobierno que se ufana de estar consiguiendo la inmunidad de rebaño, con millones de contagiados que aumentan de manera exponencial cada día. Y que ha colocado a la cabeza del Ministerio de Salud a un militar que actúa como un subordinado y no como alguien que debe tomar decisiones vitales para velar por la salud y la vida de la población. No en vano ya es conocido como el Ministro de la Enfermedad.

La mitad de la pesadilla

Decir que este ha sido un periodo oscuro, sombrío o siniestro no una exageración. Han sido dos años de desmonte de las políticas públicas en casi todos los ámbitos de la nación: educación, salud, derechos humanos, medioambiente, vivienda, saneamiento básico, infraestructura, previsión, transporte, relaciones exteriores, etc. Todavía restan dos años de mandato del ex capitán y el país continúa sumergido en una profunda crisis a todo nivel, de la cual no se vislumbra salida a corto o mediano plazo. El mismo Bolsonaro viene repitiendo regularmente que “Brasil está quebrado”, eludiendo su responsabilidad ante la insolvencia fiscal del gobierno. Creando falsas polémicas y descalificando a sus críticos, el gobierno esconde artificialmente su propia incompetencia para lidiar con los problemas de la nación.

Por su parte, los pedidos para iniciar un proceso de impeachment por crimen de responsabilidad, falta de decoro o incapacidad para ejercer el cargo, se acumulan en la gaveta del presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, que por cálculo político, cuidado excesivo o temor se ha negado a abrir cualquiera de las más de 30 solicitudes de impedimento que se han realizado en estos últimos dos años. Rodrigo Maia debe dejar su puesto en febrero, por lo cual ya se encuentran en curso las articulaciones para elegir al nuevo presidente de la Cámara.

La oposición ha conseguido con mucho esfuerzo forjar una alianza en torno al candidato Baleia Rossi, del Movimiento Democrático Brasileño (MDB), el mismo partido en que milita Michel Temer, aquel vice presidente que traicionó a su compañera de lista Dilma Rousseff en el año 2016. A pesar de todos sus resquemores, el Partido de los Trabajadores apoyará la candidatura de Rossi, suponiendo que en esta compleja coyuntura es necesario sumar todas las fuerzas capaces de establecer un contrapunto o contrapoder a los ímpetus del ejecutivo de controlar al conjunto de las instancias decisorias existentes en el país.

Quizás si lo único que otorga un poco de consuelo a los conglomerados políticos opositores y a la mayoría de los ciudadanos que le han restado su apoyo a Bolsonaro, es que a partir de ahora la mitad que resta de su mandato se va a ir reduciendo cada día hasta llegar a su fin, el 31 de diciembre de 2022. Es ciertamente un consuelo pequeño, porque además siempre existe el riesgo de que, si los sectores democráticos no son capaces de levantar una alternativa unitaria y viable a la manipulación y el chantaje ejercido por los seguidores del necropresidente, esta pesadilla se vuelva a repetir por otros cuatro años.

[1] Doctor en Ciencias Sociales. Editor del Blog Socialismo y Democracia.

Alvaro Medina

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