Por Fernando de la Cuadra.- El recién electo parlamento brasileño es la máxima expresión del fisiologismo político que carcome como un cáncer la democracia brasileña. En el fisiologismo no hay proyecto de país, ni vocación de mejorar las condiciones de vida de la población. Solo mucho apetito por cargos y recursos económicos a cambio de apoyo, complicidad u omisión en caso de que el ejecutivo transgreda la Constitución. Es la vieja práctica institucionalizada del “yo te doy si tú me das” (toma-lá-dá-cá). Una tragedia para los habitantes de este territorio que ahora van a tener que continuar soportando la incapacidad del gobierno para enfrentar la pandemia y las arremetidas autoritarias del ex capitán sin el contrapeso que podría ejercer el Poder legislativo.
A partir de este resultado, las posibilidades de que se abra un proceso de impeachment contra Bolsonaro son muy remotas. Con un fuerte aliado presidiendo la Cámara de diputados, los más de 60 pedidos de destitución que se vienen acumulando durante los últimos dos años de mandato, podrán seguir esperando en las gavetas hasta ser archivados definitivamente. Los motivos para apartar al mandatario de la presidencia son muchos y variados, lo que falta ahora es la voluntad política de llevar adelante un proceso complejo y desgastante, con parlamentarios que tienen como principal objetivo obtener más recursos del gobierno federal o influir para que alguna amistad obtenga un buen cargo dentro del aparato de Estado.
Es lamentable, pero estamos seguramente en presencia del más nefasto Congreso Nacional en la historia reciente de Brasil. El llamado “Centrão” que es mayoritario, es un amontonado gelatinoso de partidos y siglas que se articulan en torno de intereses espurios con la finalidad principal de reproducirse en las esferas del poder. Sus miembros son figuras oportunistas y maliciosas, que se caracterizan por presentar pocos proyectos para el beneficio de la ciudadanía, pero que circulan por los pasillos del Congreso aprovechando los intersticios del sistema para conseguir recursos, prebendas, auxilios, comisiones, enmiendas presupuestarias, etc. que en nada aportan al desarrollo de la nación.
El candidato Bolsonaro que en las elecciones de 2018 se presentaba como el representante de una nueva manera de hacer política, sin componendas y acuerdos bajo el tapete, se ha revelado como el peor de todos. Puso todos los recursos del Estado para comprar a senadores y diputados en cambio del apoyo a sus candidatos (Pacheco y Lira), haciendo promesas de cargos inexistentes o de posibles futuros ministerios que el ejecutivo dice estar evaluando crear o refundar, principalmente para transformarlos en agencias de empleo. Según palabras del propio presidente “el país se encuentra quebrado” (sic), pero recursos para conseguir el apoyo de los honorables al parecer abundan. Si eso no constituye motivo de fraude electoral, no se me ocurre que podría ser.
Hace poco un estudio coordinado por la jurista Deisy Ventura de la Universidad de São Paulo, reveló que desde marzo de 2020 existe una estrategia institucional de la administración Bolsonaro destinada a propagar el virus por todo el país. Lo anterior desmiente la difundida idea de que el gobierno ha sido impotente y negligente en el enfrentamiento de la pandemia. Por el contrario, el informe concluye que “la sistematización de los datos demuestra el compromiso y la eficacia de la acción del gobierno federal para difundir ampliamente el virus en el territorio nacional”. La lista de evidencias de esta afirmación es muy extensa y el crecimiento acelerado de fallecidos e infectados que presenta Brasil permite corroborar los resultados del estudio. En este caso, el ex capitán podría perfectamente ser procesado por manifiesto abandono en el ejercicio de sus funciones y por quebrantar el juramento constitucional de cuidar y preservar la vida de los brasileños.
Para defenderse de las acusaciones que se acumulan en su contra, Bolsonaro le transfiere la culpa de su incapacidad de gobernar y de su pulsión por la muerte a todos quienes pueda colgarle el bulto de esta desastrosa gestión que solo tiende a empeorar. De esta manera, culpa a las cuentas públicas por las ataduras presupuestarias que han provocado el caos sanitario en Manaos o que limitan la ayuda de emergencia para los sectores más afectados, culpa al Supremo Tribunal Federal que le entregó mayor autonomía a gobiernos estaduales y municipios, culpa a las farmacéuticas por no ofrecer las vacunas al mejor precio de mercado, culpa a los ciudadanos por contraer el virus, culpa a las instituciones que no lo dejan gobernar discrecionalmente y un largo etcétera.
El ex capitán ha transformado a Brasil en un país donde la vida no es preservada, donde la vacunación avanza a pasos muy lentos y donde cada día más de mil personas mueren a causa del Covid-19. Ante este escenario y temeroso de una eventual destitución, el presidente ha apostado sus fichas en la formación de un Congreso sumiso y cooptado por los intereses pecuniarios. En tal sentido, la crisis económica -que muy probablemente se agudizará este año- puede implicar perder el control de los miembros del centrão, en caso de no contar con más recursos para ofrecerle a sus apoyadores de alquiler o “aliados” condicionales. Paradojas del destino, para alejarse del fantasma del impeachment Bolsonaro va a tener que seguir haciendo concesiones ad infinitum a la corrupta mafia de los partidos, oportunista y fisiológica, que él prometía desterrar de la vida política brasileña.
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