Por Fidel Améstica.- Como cada 30 de julio, desde 2017, hoy es el Día Nacional del Payador, el arte de saltar al vacío con el canto de los versos en vivo diálogo y contrapunto, para goce y catarsis de la concurrencia en estas jornadas poético-musicales. Y bien vale brindar por ello. Sí, por payadores y payadoras, que apuntalados en sus guitarras y guitarrones, y a veces incluso con rabel y arpa, bracean y brasean en el lenguaje que todos compartimos, agua y fuego a la vez: prenden con agua sedientos de fuego.
Y aunque también lo improvisan, el brindis suele ser compuesto para ser memorizado y dicho con oportunidad. Sirven de descanso entre cada combate o juego payadoril, y también de llave que abre la improvisación de cuecas en equipo al final de cada encuentro.
El brindis es todo un género en la poesía popular chilena. En un país donde puede faltar agua pero no el vino, todo puede ameritar un brindis. Y esta palabra se origina de la expresión alemana bring dir’s (yo te lo traigo), y ha generado nuestro verbo “brindar”, que no solo es entrechocar copas, sino también “ofrecer” de buena voluntad, ¡es gratis!, cuando hoy todo se compra y se paga. Y entrechocar copas es mezclar nuestros vinos como señal de que no está envenenado. Eso es brindar.
Pero la poesía siempre podrá esquivar las definiciones del diccionario, porque el brindis chileno de algún modo sí tiene un veneno, esencias que extrae de la ironía, del humor, de la irreverencia, de la subversión, pero también del cariño, de lo inesperado. Y en estas recetas, tenemos grandes brindadores, como Leonel Sánchez Moya (de Rancagua) o don Santiago Varas (de San Vicente de Tagua-Tagua), uno de nuestros Tesoro Humano que a comienzos de esta semana rumbeó para el silencio. Leonel, por ejemplo, notable payador, hizo este brindis:
Yo brindo, dijo un ladrón.
Me robé el Banco de Talca;
nadie más que yo desfalca
si se me da la ocasión.
Muchos creen que soy weón,
pero soy un delincuente
de alto nivel, muy pudiente,
que gran fortuna amontona,
y por la gente weona
de nuevo soy presidente.
Brindar es acto de máscara verbal o de préstamo de voz a otro sujeto. El brindis, qué duda cabe, es la construcción de un sujeto con gestos verbales. Y con este mismo proceder, siguiendo las mismas reglas del juego, este otro brindis de Carlos Muñoz Aguilera (de Valparaíso), complementa:
Brindo dijo un presidente
que bajaba en cada encuesta:
Ahora entiendo cuánto cuesta
complacer a tanta gente.
Les digo derecha-mente
a toda la masa necia,
aquella que me desprecia
porque soy un chamullento,
si llego al uno por ciento,
¡se lo regalo a la Iglesia!
El mundo, y nuestro Chile, da material de sobra para los brindis. Jorge Quezada una vez brindó así:
Brindo dijo un peatón
por el bus del Transantiago
que causa más de un estrago
y me jodió de frentón.
Problemas, tengo un montón,
pa’ subir se arman peleas,
me ha ido como las breas
mi vida se encuentra en ruinas,
me acuesto con las gallinas
y tampoco hago tareas.
Los brindis nacieron antes que Chile, ya venían desde la Colonia, y el influjo de la lengua germana en nuestro español fue signado ya en los tiempos del emperador Carlos V en el siglo XVI para darnos esta palabra, “brindis”, ofrecimientos generosos y sinceros de un lenguaje refinado en la vida, donde entrechocamos las copas para mezclar la semántica.
Y siendo Chile un país de vinos, la imagen que ofrecen las viñas hacia el mundo y lo nacional jamás ha considerado poner en una partida de botellas un brindis, una estrofa de diez líneas o vocablos llamada “décima”, habiendo tantas. Muchas viñas están circundadas por muros de cuatro metros con alambrada, no tienen actividades en conjunto con las comunas donde están instaladas, en general, y su semiología publicitaria busca símbolos de elegancia y finura para abrir mercados en China, Estados Unidos o las Europas. Puede que algunos de sus dueños brinde de este modo, como lo apunta Leonel Sánchez Moya:
Brindo y hago este cahuín
solo por darme el placer:
Yo soy Francisco Javier
Valdivieso Larraín.
Si estoy en este festín,
es porque un cupo merezco.
Y aunque no haya parentesco
–y aunque no lo haya jamás–,
esto lo encuentro lo más
folclórico y pintoresco.
Y quienes no saben reconocer un merlot de un carmenere, y al cabernet sauvignon lo llaman “cabaret sabañón”, puede que brinden con lo que tienen, como lo consignan Jorge Quezada Morales y Rodrigo Torres Garrido, respectivamente:
Brindaré porque soy choro
ascurrío y muy sarpao,
les doy cancha tiro y lao
y muero callao el loro.
Si me mando algún condoro,
es que tengo mala pata,
mas todo arreglo con plata
pues soy terrible engrupío:
con funcionarios vendío’
al toque paso corbata.
Chigual un brindis me pongo
con este que aquí la quiebra
que menea la culebra
y que la pica a chorongo.
Tai funao, valí hongo,
no sabí que yo la lle’o.
No serví ni pa’l choreo
porque soi poco ascurrío,
y la trabajái de ví’o…
¡Soi terrible choro al peo!
¡Brindemos por los payadores! Cada 30 de julio les recuerda que a su concurrencia al menos le deben un día feliz, con los sentidos mezclados, como dignos ciudadanos.