Por Pedro Barría Gutiérrez.- En un largo proceso, la política ha pasado de ser un instrumento de acogida, solución de problemas, articulación de intereses contradictorios, resolución de conflictos, pedagogía y educación de la ciudadanía, a constituirse en factor de polarización, confrontación y de socialización de la población en la agudización de conflictos permanentes.
Muchos líderes políticos ignoran que sus actitudes, conductas, declaraciones y actuaciones (especialmente en redes sociales) son observadas por niñas, niños y adolescentes en formación, quienes crecientemente podrían desarrollar actitudes emocionales agudas y totales de adhesión o rechazo. De aquí a una década, toda una generación podría haberse formado en la cultura política de la confrontación que divide a personas y grupos en amigos o enemigos y exige adhesión total para los primeros y completo rechazo para los segundos. Es un terreno propicio para el desarrollo de mentes totalitarias, sin apertura a ideas o emociones -rabias, temores, ansiedades y esperanzas- que provengan de los rivales, teñidos cada vez más como “enemigos”. Así, los problemas del país no se enfrentan colaborativamente y pierden quienes integran la larga lista de vulnerables, olvidados, postergados y abusados.
Ciertamente la política implica lucha de ideas y programas, pero dentro de ciertos límites. Los derechos humanos impiden la imposición, avasallamiento y destrucción de quienes no las comparten. La política no es la guerra. Tampoco la guerra es la continuación de la política por otros medios como planteaba von Clausewitz. La primera es la confrontación aguda y total hasta probablemente la aniquilación completa del enemigo. La guerra no es política, no implica colaboración. La política no es la guerra porque no puede darse en una dinámica de amigos y enemigos, y requiere de importantes dosis de colaboración.
La profunda crisis social, económica y cultural que quedó al descubierto en octubre de 2019, no debe ocultar la subyacente crisis política, producto de la renuncia de muchos actores al diálogo y la cooperación.
Chile hoy enfrenta eleccciones presidenciales y parlamentarias en medio del funcionamiento de una Convención Constituyente amplísima, el cuerpo más democrático y diverso que jamás haya existido, cuyo éxito sería la proposición de una nueva Constitución. Sabiamente el 50% de los encuestados por el CEP, piensa que los problemas del país no serán resueltos por una nueva Constitución. Podríamos agregar que tampoco por el Gobierno y Parlamento que resulten elegidos.
Esa solución solamente será posible con una sana política de colaboración, respeto por los contrarios y vigencia irrestricta de los derechos humanos. El ambiente político es crucial. En contextos de aguda polarización, hasta los espíritus más pacíficos pueden ser arrastrados a la violencia. En contexto de paz, ellos pueden cambiar o ser neutralizados y predominar la cooperación y el respeto.
Para construir ese ambiente, el papel esencial es de los líderes políticos dentro y fuera de la Convención. Desgraciadamente las elecciones transcurren en medio de descalificaciones personales, imputación de intenciones, denuncias permanentes, sin una mínima franja de coincidencias que originar en una actitud de colaboración para asumir los graves problemas del país.
Dentro de la Convención han podido cimentarse importantes acuerdos, sin embargo el desconocimiento de las reglas constitucionales que le dieron origen es un mal augurio. No puede construirse una Constitución respetada por todos, si en ese proceso se desconocen esas reglas.
Pero hay esperanzas de cambios personales. Según la “hipótesis del contacto”, el desconocimiento interpersonal e intergrupal provoca percepciones sesgadas. Para la psicología social las percepciones son moldeadas por prejuicios, estereotipos, esquemas, prototipos y expectativas. Hace más de medio siglo, Gordon W. Allport resaltó la influencia del prejuicio en el análisis sesgado. “Considerar que cada miembro de un grupo está dotado de las mismas características, nos ahorra las penurias de tratar con ellos como individuos” (The Nature of Prejudice, Garden City, New York, Double Day Anchor Books, 1958, p. 169).
Múltiples ejemplos demuestran el efecto virtuoso de los contactos. En 27 años de injusta prisión, Mandela superó la opción confrontacional del Congreso Nacional Africano (CNA) y adquirió las virtudes de un gran mediador —escuchar y ponerse en el lugar del otro (empatía)–, concibiendo la política como creación de confianza y seguridad para todos. Para relacionarse con blancos y mestizos, en prisión aprendió su idioma: el afrikáans. Durante la campaña presidencial de 1994, calmó los temores de los dominadores blancos postulando una Sudáfrica segura para todos, garantizando que los oprimidos de ayer no serían los opresores de mañana; y que ni el odio, ni la venganza, sino la verdad, la justicia, la libertad, la inclusión, el respeto y la tolerancia, serían los pilares de una patria para todos. El país unido e inclusivo de hoy, no habría sido posible sin su liderazgo y aprendizaje político y la mutua modificación de percepciones de antiguos enemigos políticos a través del contacto y la negociación.
Chile necesita multiplicar los contactos entre líderes y ciudadanos y dentro de cada uno de esos grupos. El resultado podría ser una política humana, respetuosa, respetable, inclusiva, tolerante, dialogante y pedagógica.
Pedro Barría Gutiérrez es abogado y mediador