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Carta abierta al Arzobispado

Emmo. y Rvmo.
Celestino Cardenal Aós
Arzobispo de Santiago

Apreciado hermano en el Señor:

Le escribo esta carta para llamar su atención sobre la grave situación que viven los jóvenes presos a raíz del estallido social. Como es de su conocimiento la Convención Constitucional ha expresado, en su primera declaración, que “tiene la responsabilidad ética y política de pronunciarse frente al país en relación con estas situaciones contingentes que, claramente, contravienen el espíritu que guía su trabajo: asentar un camino de paz y justicia social para todas y todos los habitantes de nuestra comunidad política”. De allí que la Convención haya demandado públicamente la liberación de las personas imputadas, detenidas, privadas de libertad, formalizadas, acusadas y /o condenadas en relación con las manifestaciones vividas a partir del 18 de octubre de 2019. Para ese efecto se debate en el Senado un proyecto de ley de indulto general que beneficia a estas personas.

Es evidente que la preocupación por el enorme daño que viven estos jóvenes y sus familias perturba gravemente la convivencia nacional. Somos muchas las laicas y laicos que consideramos que el país debe avanzar desde una justicia centrada en el castigo, hacia un sistema que resuelva la raíz de los conflictos a través de mecanismos que protejan a las víctimas y reparen el mal causado. En otras palabras, hacia un enfoque que promueva la justicia restaurativa y compositiva.

Ya el Cardenal Raúl Silva Henríquez asumió esta mirada en su homilía pronunciada en el Te Deum del año 1977, cuando rechazó el principio que sostiene que “la fuerza o la utilidad crean el derecho”. Al contrario, el Cardenal señaló que ese “funesto principio…contradice la esencia misma del derecho y genera los peores excesos totalitarios. A él oponemos, una vez más, ese postulado fundamental del humanismo cristiano: todo hombre posee, por serlo, una dignidad, y derechos, y deberes que le son connaturales y consustanciales”.

Sabemos que ese llamado lo encontramos en la Palabra que nos convoca: “Yo soy el Señor, en justicia te he llamado; te sostendré por la mano y por ti velaré, y te pondré como pacto para el pueblo, como luz para las naciones, para que abras los ojos a los ciegos, para que saques de la cárcel a los presos, y de la prisión a los que moran en tinieblas” (Is. 42:6). No es sólo es un llamado genérico y facultativo, sino el más radical de los deberes que nos impone la fe: “Él te ha declarado, oh hombre, lo que es bueno. ¿Y qué es lo que demanda el Señor de ti, sino solo practicar la justicia, amar la misericordia, y andar humildemente con tu Dios?” (Miq 6:8).

La Palabra también nos dice que “mientras que Pedro era bien vigilado en la cárcel, en la Iglesia se oraba constantemente a Dios por él” (Hch. 12:5). Esta es la preocupación que sentimos que la Iglesia debe expresar abiertamente en este momento. No es posible abandonar a estos hermanos presos, cuya situación sólo se entiende como efecto de una dinámica general, a escala país. Sus casos particulares resultan incomprensibles sin reconocer la incapacidad del sistema político y de las fuerzas policiales para contener una masiva e inédita ruptura del orden público. La misma acción del Estado, desde antes del 18 de octubre, fue generando, incitando y promoviendo una dinámica que incubó e incrementó gravemente la conflictividad social, al punto de arriesgar la viabilidad misma de la gobernabilidad democrática. Cabe por eso levantar nuestras voces en oración por quienes hoy viven las consecuencias de estos hechos y sus familias.

Dar testimonio público de esta convicción cristiana sería reconocido y valorado por un amplísimo campo de personas de buena voluntad que anhelan que los pastores del pueblo se vuelquen en defensa de los derechos de quienes más sufren. Tal como la liberación de Pablo y Silas de su cruel presidio fue un instrumento útil en las manos de Dios para llevar el mensaje de salvación a su carcelero (Hch 16:32-33) así nuestra comunidad nacional podrá apreciar altamente su preocupación por estos jóvenes, como una manifestación palpable del Evangelio de la dignidad.

Por todo lo anterior, le pido sinceramente, con humildad, pero también con intensa convicción y sentido de urgencia, que alce su voz como pastor del Pueblo de Dios que peregrina en la Iglesia de Santiago, y exhorte a quienes tienen responsabilidad política en la Congreso a aprobar la ley de indulto general que se ha propuesto para estos casos que lastran de dolor el alma de Chile.

Saluda respetuosamente a S.E.

Álvaro Ramis Olivos
Rector
Universidad Academia de Humanismo Cristiano