Por Sergio Salinas Cañas.- El filósofo alemán Arthur Schopenhauer señaló que “no hay ningún viento favorable para el que no sabe a qué puerto se dirige”. Y esa frase pesimista podría ser claramente aplicable al Chile actual, al del estallido social y al de la pandemia. Al Chile de la crisis de legitimidad institucional. Recordemos que hemos vivido crisis en nuestra historia, algunas más graves y con más costos en vidas humanas y otras más parecidas a estallidos o revueltas. Recordemos 1881, 1932, 1949, 1973 y desde el 18 de octubre de 2019. Pero las olvidamos y casi nos acostumbramos a ellas.
En Teoría de Transformación de Conflictos se enseña que hay ciertos hechos que se vuelven claves para la dinámica que puede tomar esta crisis. Los llamados hechos portadores de futuro o futuribles, dependiendo si es prospectiva o estudios de futuro. Hay dos de estos hechos que deben ser vistos como un llamado de alerta: las escenas de violencia vividas el sábado en el sur de Chile; y la huelga de hambre del machi Celestino Córdova y otros presos mapuche que ya superó los 90 días.
También es importante en esta reflexión, tomar en cuenta lo que señala el sociólogo francés Michel Dobry en el sentido que las crisis políticas son la continuación de las relaciones políticas rutinarias, pero con una lógica propia. Para comprender ese razonamiento hay que estudiar la sucesión de jugadas que constituyen esos procesos, las movilizaciones y las tácticas a su servicio, las fluctuaciones en la eficacia de los recursos de sus protagonistas y, en general, las transformaciones bruscas de los contextos de acción en que muevan los actores. No debemos caer en la reflexión fácil de ver las coyunturas críticas sólo como subproductos de frustraciones psicológicas, de accesos de fiebre colectiva o de desequilibrios sociales. Las crisis políticas, en las teorías actuales de estudios de la acción colectiva, son absolutamente racionales. Los actores por ende no son irracionales.
Y para que no escalen debemos hacer reflexionar no sólo a nuestro entorno cercano sino a toda la sociedad chilena. Es urgente llamar a la reflexión profunda, a fundar una nueva ética en política y volver a ser regidos por valores como la tolerancia, honestidad, respeto y empatía.
Las golpizas y gritos racistas de chilenos, la utilización de violencia en política, el abandono de funciones y la desidia política no debe continuar en nuestro país. Y no debemos caer en una escalada en este conflicto que pueda tener funestos resultados para todos. Hay que volver a escucharse pese que tengamos un conflicto, intereses o posiciones diversas. Pero ese escuchar, colocarse en el lugar del otro, debe ser en serio, no de la boca para afuera, y en eso la clase política no ha estado a la altura.
Recuerdo, en mi examen de doctorado, que la profesora María Eugenia Horvitz me pedía aclaraciones entre los conceptos de “héroe” y “mártir”. En la mitología y el folclore, el héroe es un personaje que por su origen, ideas, valores y acciones -que se fundan en la solidaridad y en la justicia social- resalta y es digno de respeto o veneración. En la narración mitológica se conforma por un inicio casi siempre extraordinario, mediado de diversos conflictos que se resuelven, y un evento final en donde el héroe se confronta con su contrario y finalmente muere de manera gloriosa para servir de ejemplo al género humano. El mártir es la persona que sufre o muere por defender su religión o sus ideales. Persona que padece sufrimientos, injusticias o privaciones por alguien o por algo, especialmente si los padece con resignación.
En este momento necesitamos reconocernos como seres humanos. No se necesitan más héroes o mártires, pero formando parte de un sistema que incluye el medio (aire, naturaleza, animales). El antropocentrismo en que hemos vivido desde la revolución francesa y diría en casi toda la historia humana debe dar paso a una nueva ética. Pero sobre todo debemos reflexionar que en las sociedades complejas que existen la actualidad se necesita más que nunca conocer la teoría y la práctica de la negociación para así levantar diálogos sostenibles y estratégicos que fortalezcan una cultura del encuentro, del aprecio por la diversidad, la innovación, la inclusión y la transparencia. Tratar de enfrentar un proceso de negociación de un conflicto étnico profundamente arraigado pensando que sólo es un tema de demandas económicas y olvidando su naturaleza política, es tapar el sol con un dedo y estará condenado al fracaso. Lo que falta es política y en este escenario todos los últimos gobiernos son culpables.
Esta reflexión también debe apuntar a entender porque firmamos tratados internacionales y después los olvidamos. No sólo el convenio 169 sino también el de Derechos Humanos e incluso nuestra propia legislación señala que en el caso de las personas privadas de libertad que cumplen una condena, si bien la facultad para determinar el lugar de reclusión y su traslado corresponde a la autoridad penitenciaria, ésta debe tener en consideración el respeto por sus derechos fundamentales y, en este caso particular, los derechos involucrados en la conexión especial que tienen los indígenas con sus comunidades y territorios. En la Ley Orgánica de Gendarmería de Chile (GENCHI), su artículo 6° dispone que “son obligaciones y atribuciones del Director Nacional (…) Determinar los establecimientos en que los condenados cumplirán sus penas y disponer los traslados de ellos de acuerdo con la reglamentación vigente”.
Como sociedad, como personas individuales, como colectivos, como grupos filosóficos, no debemos dejar que se cree un hecho de futuro negativo en medio de una crisis de legitimidad institucional: Celestino no puede morir.
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