Por José María Vallejo.- Los resultados electorales de este domingo 7 de mayo en Chile, en los comicios para elegir un Consejo Constitucional, tienen muchas aristas de interpretación. Algunas, un tanto apocalípticas, otras de recriminación y unas pocas de análisis serio de largo plazo.
Intentaremos enfocar algunos de los puntos clave para entender el Chile que se dibuja a partir de la votación que favoreció al Partido Republicano, dejándolo como la fuerza política mayoritaria.
El Partido Republicano jugó en una cancha mediática preparada en torno al sentido común. Supo hablar en los mismos términos emocionales que se han instalado en los últimos 15 meses con fuerza: la necesidad de seguridad por encima de la vida política, de la vida en la polis. ¿Cómo puede haber algo más importante que eso? ¿Cómo cualquier cosa puede ser más importante que vivir seguro? ¡Eso es de “sentido común”!
Aunque se adscriba a la idea de sociedad líquida de Bauman, la volatilidad del electorado en los últimos tres años se explica por la instalación de una sensación crónica de miedo que por supuesto tiene una base real (la criminalidad no es ficticia), pero que también ha servido para crear esa sensación de prioridades vitales que el Partido Republicano ha sabido recoger.
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No es un fenómeno sólo chileno. Italia y Francia, así como antes Estados Unidos y Brasil, tuvieron también una “regresión conservadora” tras gobiernos de izquierda. En el caso, de Chile, se trata de un fenómeno anunciado, tras un estallido social con expresiones de violencia incontrolable contra la propia población civil, y luego un primer proceso constituyente con pretensiones refundacionales alejadas de la “vida real”, entendiendo por vida real el mensaje de seguridad y sentido común que se ha instalado desde los medios tradicionales.
Es casi “normal”, en ese contexto, que la ciudadanía -que no es extrema- se muestre dispuesta a una autoridad fuerte que la proteja, a ceder sus libertades y derechos en pos de la sensación de seguridad.
Tras el estallido social, la segunda vuelta Boric-Kast y el primer proceso constituyente, el discurso político se ha ido polarizando de manera sostenida. En ese proceso, el Frente Amplio y la alianza de Apruebo Dignidad han tenido una gran responsabilidad, al no abrirse al centro democrático. Ese proceso comenzó al negarse a primarias con el PPD y la DC y luego al cerrarse en sus posturas en la primera Convención Constituyente, como hitos políticos relevantes.
Luego, también, al mantener argumentos que convertían en héroes sociales a quienes justificaban la violencia, lo que se coronó con los indultos. Ese tipo de situaciones fue haciendo que quienes estaban en el centro político no hallaran refugio en los discursos tradicionales y migraran hacia quienes sintonizaban con el anhelo básico de seguridad, que no es sólo seguridad en las calles, sino también en otras cosas (mi plata, mis libertades, mis decisiones… el sentido de lo mío).
El manejo comunicacional de la izquierda en ese sentido ha sido malo. No hay otra forma de calificarlo: no han sido capaces de instalar la idea de los cambios como parte de un proceso necesario de solidaridad y humanización de un sistema abusivo. Sus mensajes siguen apareciendo como un eslogan bolchevique o nostálgico de mayo del 68.
La derecha tiene el control del Consejo Constitucional, pero no del proceso constituyente. Con su mayoría, tienen el poder de veto a las propuestas que se hagan, pero hay que recordar que el proceso se basa en la propuesta de la Comisión de Expertos, la que -junto con las bases constitucionales previas- es el fundamento del texto que saldrá a ser plebiscitado.
Aún así, la percepción de la izquierda es que ahora esta será una constitución de ultraderecha, ante lo cual es muy probable que su voto sea de rechazo para no validar una constitución refrendada por una instancia con mayoría conservadora. Ningún partido de izquierda va a querer cargar con el paso histórico de haber validado un texto conservador.
Del mismo modo, es muy probable que la misma mayoría de derecha en el consejo intente torpedear el proceso desde dentro, instalando mensajes del tipo “esto ya está en la actual constitución” o “hay prioridades de sentido común”.
Súmese a eso el voto nulo en estos comicios, que en el plebiscito de salida es probable que se transforme en voto de rechazo, pues su origen está en aquellos que no legitiman el proceso desde su origen.
Si a eso agregamos el factor de rechazo al gobierno (pues el plebiscito de salida, como cualquier proceso, es también una evaluación al gobierno), es muy probable que el nuevo texto de propuesta constitucional no obtenga la aprobación necesaria. En el mejor de los casos, una aprobación estrecha que lo dejará deslegitimado.
¿Qué futuro puede tener un gobierno que no ha logrado ninguna victoria y, al contrario, augura una nueva derrota? Perdió en el plebiscito del primer proceso constituyente, la reforma tributaria, debió ceder en la agenda de seguridad, y ahora esta elección.
No ha podido agrupar mayorías en el Congreso y hasta aquí ninguna de sus promesas electorales se ha podido cumplir, lo que ha dejado a sus electores con un sabor amargo. Un ejemplo de ello es el anuncio de que ya no se podrá cumplir con la condonación del CAE o la promesa de refundar Carabineros.
Las luchas dentro de las dos coaliciones que conforman el gobierno, tras las elecciones del domingo, con toda seguridad se van a intensificar, culpando al PR y al PPD por haber decidido ir en una lista aparte, y dentro de la lista de Unidad, dejando en manos del presidente Boric la decisión aún pendiente de cuál será el pilar fundamental de la administración: si Apruebo Dignidad (PC y Frente Amplio) o el Partido Socialista.
Esa lucha parece una tormenta en un vaso de agua, una lucha desconectada de la realidad. Mientras la ministra secretaria general de Gobierno, Camila Vallejo, declaraba en El País de España que La Moneda no cambiaría su hoja de ruta aunque perdiera en las elecciones del domingo, la sensación del país va en otra dirección, en busca de seguridad.
Si no logran conectar con la agenda mediática, cumpliendo con la ciudadanía, y siguen empeñándose en cumplir sólo con su sector, los próximos tres años serán sin rumbo.
De hecho, tras las elecciones del domingo ya las perspectivas se orientan a las municipales, a las parlamentarias y las presidenciales, lo que convierte al gobierno de Boric en una administración que sufre del síndrome del Pato Cojo apenas a un año de gobierno.
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