Por Alejandro Félix de Souza, desde Panamá.- Además de “biológicamente optimista”, tiendo a divertirme y auto-engañarme pensando que estoy, en cierta manera, inclinado por ascendencia histórica, al pluralismo y la tolerancia. Mi ADN muestra una convivencia de “distintos”, y normalmente, “minoritarios” y “extranjeros”, cuya memoria siento que honro al ser una persona centrista, liberal-progresista, inclusivo, heterodoxo, democratista, republicanista, representativista, humanista, pluralista, libre-albedrista y tolerante.
Teniendo ascendientes judío-sefaraditas españoles y portugueses, libaneses, vascos, catalanes, franceses, suecos, daneses, venecianos, judíos alemanes, magrebíes, indoamericanos del este de Sudamérica, napolitanos y escoceses, estoy muy acostumbrado a la diversidad y a la integración de diferentes modos de vida, de pensar, y de encarar el mundo. No me asusta ir contra la corriente ni ser minoritario, con tal de no estar en minoría con mis principios y mi identidad.
Tampoco tengo el “síndrome del abanderado”, típico de esas personas que quieren ganar todos los debates, que son fanáticos de sus ideas y ateos de las ideas ajenas (cuando no hay nada más hermoso en la vida que encontrar puntos válidos en las ideas del otro, y enriquecer el propio patrimonio intelectual y de comprensión del mundo).
El diálogo y la tolerancia a las ideas ajenas es un viaje que es tan viejo como la humanidad, y por eso la historia de mi familia (muchas minorías, muchas veces perseguidas, siempre teniendo que adaptarse a nuevos países y entornos sociales y culturales), me ha inspirado desde siempre a mantenerme en ese vehículo fantástico “inventado” por el género humano, para resolver diferencias entre personas, que es el aceptar, promover y tolerar las alteridades, el “ser distinto”, y la integración de esos “distintos” en forma bi-direccional: dialogar con “ellos”, respetando su identidad, y que “ellos” dialoguen con “nosotros”, respetando la nuestra.
Y este es el viaje al que me quiero referir ahora, no al viaje de mis antepasados, ni a mi propio viaje. En el corto video que sigue, una profesora de biología argentina, Guadalupe Nogués, nos comparte en una charla TED (que sugerimos escuchar de punta a punta), el “cómo hablar con los que piensan distinto”, y culmina con una invitación a “sentarnos a conversar alrededor del fuego”. Veamos:
“Los humanos somos inventores. En algún punto, en algún lugar, inventamos la idea de sentarnos junto al fuego a conversar. Y en un punto, las conversaciones y el fuego se parecen. Los dos están siempre entre dos peligros. EL DE EXTINGUIRSE, Y EL DE CRECER EN MODO DESCONTROLADO (subrayado del comentarista). Nos llevó tiempo, pero aprendimos a controlar el fuego. Aprendimos a mantenerlo vivo, para que no se apague. Y a manejarlo, para que no nos destruya. Quizás llegó la hora de aprender a hacer lo mismo con las conversaciones”.
El viaje de la Profesora Nogués comenzó cuando tuvo que discutir con uno de sus alumnos sobre los beneficios de las vacunas, versus los peligros o riesgos que este alumno veía. Al conversar con otros científicos y expertos en comunicación sobre el tema, se dio cuenta que el problema no era “el otro”, sino ella misma, que estaba cayendo en una trampa muy natural en el ser humano: el no ponerse “verdaderamente” a conversar (es decir, conversar “de verdad”, sin prejuicios y sin imposiciones sobre las ideas del otro), con quienes pensaban distinto de ella. Y allí encontró dilemas tan viejos y tan presentes como éste: “¿cómo dialogamos cuando el problema NO ES LA EVIDENCIA, SINO UN DESACUERDO IDEOLÓGICO?” (subrayado del comentarista).
La expositora nos indica que hay experimentos que demuestran que “cuando la gente conversa SOLAMENTE CON LOS QUE PIENSAN IGUAL, SUS OPINIONES SE VUELVEN MÁS EXTREMAS Y HOMOGÉNEAS. Pero para tener una democracia saludable, ¿no necesitamos que los que piensan distinto, logren conversaciones amplias, honestas y profundas?”.
La Profesora Nogués nos dice que “esto no es lo que está pasando. Cada discusión, cada desacuerdo, cada conversación, parece una batalla entre el bien y el mal. Nuestras opiniones, en vez de ser provisorias, puentes para comunicarnos con otros, son inamovibles, una zanja que cavamos y que separa a los que están de nuestro lado, de los otros. El diálogo desaparece, el acuerdo es imposible, y el mundo se fragmenta en una combinación explosiva de agresión y desconfianza”.
¿Suena familiar?
“No todas las opiniones nacen iguales”, nos dice la Profesora Nogués. “Algunas son débiles, o temporarias. Otras son intensas, o duraderas. Y otras se vuelven parte de nuestra identidad. Cuando pasa eso, cualquier duda sobre lo que pensamos se vuelve una duda acerca de quiénes somos. Y eso nos resulta insoportable. Además, la necesidad de proteger nuestra identidad nos hace agruparnos con quienes están en la misma situación. ESTO ES EL TRIBALISMO. Por eso, a veces ni la evidencia ni la educación funcionan. No pensamos algo, SOMOS ESE ALGO”.
Y más adelante reflexiona: “El daño del tribalismo no es solo que genera un conflicto permanente, sino también que genera silencios. Algunos nos retiramos del debate, pero no porque no tengamos opiniones o porque no nos importe lo que pasa. Por el clima de agresión, porque las cosas no avanzan, por miedo, por hartazgo, por la penalización social del disenso, por uno o varios de estos motivos, abandonamos la conversación en silencio. Es un silencio ruidoso. Y así, la imposibilidad de dialogar hace que el número de voces disminuya, a veces hasta que queda una sola. Se confunde silencio con asentimiento. Y se crea una ilusión de consenso. Como se oye una sola opinión, se cree que hay una sola opinión”.
Para ponernos a pensar y reflexionar que la verdad en lo social, como lo planteaba Platón (no en estas palabras, claro) en realidad es una búsqueda, y una búsqueda no de uno solo, sino un viaje compartido.