Por: Dr. Alberto Spectorovksy, profesor emérito Universidad Tel Aviv; Dr. Stephan Sberro, profesor emérito Instituto Tecnológico Autónomo de México; Manuel Férez, candidato a doctor Universidad Alberto Hurtado; Sigal Meirovich, candidata a doctora Universidad Andrés Bello; Jorge Iacobsohn, director Oriente Medio News, Yonathan Nowogrodski, exdirector ejecutivo de la Comunidad Judía de Chile.
«La paz no es la ausencia de conflicto, sino la capacidad de lidiar con él de manera constructiva.» Amos Oz. Es urgente la negociación para un acuerdo definitivo de paz, dice el expresidente Ricardo Lagos en su columna del sábado 25 de noviembre en el diario La Tercera. Indica que es necesario para ello ir a las raíces mismas del conflicto y no solo apaciguar el fuego iniciado el 7 de octubre. “El conflicto debe resolverse, de forma permanente, mediante la negociación”, y en esto estamos de acuerdo. Sin embargo, su columna no solo contiene errores historiográficos sino omisiones relevantes que terminan más por confundir que por aclarar las raíces de este doloroso enfrentamiento entre dos naciones.
El texto, que parte apelando a la autoridad, como si “la voz de la experiencia” fuese suficiente para legitimar sus argumentos, presenta errores fácticos que enmendamos a continuación.
Es cierto que la presencia judía en la Palestina otomana, zona que no constituía en sí misma una unidad territorial, era minoritaria en relación con el grueso de una población árabe. Sin embargo, la vida judía en la zona ha sido continua desde hace miles de años y, a lo largo del siglo XIX se registraron inmigraciones judías a dicha región otomana.
Para los judíos esto significó huir de los pogromos, violencia antisemita y discriminación pues, mientras en Europa eran asesinados, en el mundo musulmán eran considerados dhimmi (ciudadanos de segunda categoría que debían pagar por su protección), estatus que compartían con cristianos y minorías no-musulmanas. El texto del Sr. Lagos omite esta presencia y la conexión judía milenaria con la tierra, previa a la época británica.
Otro error en el que incurre la columna es mencionar que el conflicto se origina con el Plan de Partición de 1947 (Resolución 181 de la Asamblea General ONU) – la división del territorio en dos estados, uno judío y otro árabe. Puede ser que el expresidente no sepa que, la masacre de judíos de Hebrón en 1929 y la gran revuelta palestina de 1939, ya prefiguraban el enfrentamiento entre ambas comunidades.
El texto del expresidente asegura que el Plan de Partición del 47 “se rechazó de los dos lados. Los judíos, porque querían más territorio sin población árabe, y los árabes, porque se negaban a dividir la tierra con una comunidad colonizadora que venía a sacarlos”, lo que es una completa falsedad. La Agencia Judía, si bien tenía reticencias sobre la distribución territorial, aceptó la partición mientras que los líderes árabes la rechazaron de plano, apostando todo a una victoria militar con una guerra de exterminio sobre la población judía que finalmente no ocurrió, pues el naciente Estado de Israel ganó la contienda y con ello su independencia.
Cuando la primera guerra árabe israelí terminó, la distribución territorial había cambiado. Egipto se erigió como administrador de la Franja de Gaza mientras que el reino de Jordania se anexionó Cisjordania, incluida Jerusalén. Jordania y Egipto violaron así el espíritu del Acuerdo de Partición de 1947 pues abortaron el surgimiento de un Estado palestino en dicho territorio ¿por qué Egipto, Jordania y el resto del mundo árabe evitaron el surgimiento, ya no de un Estado palestino, sino de estructuras e instituciones básicas de autogobierno palestino durante dos décadas?
Una de las desgracias más profundas de esta guerra y de los años subsiguientes fue la expulsión de dos comunidades de sus patrias ancestrales: por un lado cientos de miles de árabes palestinos abandonaron o fueron obligados a abandonar sus hogares, por otro lado, cientos de miles de judíos del Medio Oriente abandonaron o fueron obligados a abandonar sus hogares en los países árabes recién independizados lo que llevó a su fin la presencia milenaria de dichas comunidades judías en esos territorios.
Las subsiguientes guerras árabes israelíes, especialmente la de 1967, iniciada por los países árabes, también generaron cambios territoriales, desplazamientos y expulsiones poblacionales, que culminaron con una ocupación militar israelí del Sinaí, Gaza, Cisjordania, Jerusalén y los Altos del Golán. Pese a esta gran victoria territorial, y siguiendo los lineamientos de la resolución 242 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, Israel optó por una paz real en 1979, que persiste hoy en día con Egipto, retirándose de la península del Sinaí y desmantelando todos los asentamientos existentes.
Para no extendernos mucho en este punto sólo mencionaremos que esta guerra ha tenido un impacto muy profundo tanto en el ethos israelí y como en el ethos palestino contemporáneo y llevó a una ocupación militar y presencia civil israelí con asentamientos en territorios palestinos que es, sin duda, uno de los obstáculos para lograr una paz y un estado palestino viable. Pero este obstáculo no es el único.
Ver también:
- Una mano para Ghassan: otra víctima del conflicto entre Israel y Hamás
- A propósito de la crisis político-partidista: ¿Hablemos de la derecha social
- La contracción del “nosotros” en la crisis política
- La crisis de una izquierda anti Ilustración
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Un tema que el artículo omite mencionar es la reticencia y negación del mundo árabe y liderazgos palestinos a aceptar y/o proponer acuerdos de paz. Cuando se habla de la falta de acuerdos en este conflicto hay dos preguntas que nos surgen ¿Cuáles han sido los planes propuestos? y ¿Quiénes los han rechazado?
Los Acuerdos de Oslo, negociados a lo largo de la década de los noventa del siglo XX marcaron un parteaguas en la relación palestino-israelí. Estos acuerdos fueron rechazados por Hamás quien mantuvo y mantiene una posición de suma cero en el conflicto. Detalle que también el artículo del expresidente omite.
El caso más conocido es el del rechazo del presidente palestino Yasser Arafat a la propuesta de paz del ex primer ministro israelí Ehud Barak en Camp David en julio del 2000, negociaciones que fueron auspiciadas por el expresidente norteamericano Bill Clinton. En ella se sugirió la división del territorio por el cual Israel se retiraba de Cisjordania, dividía Jerusalén, intercambiaba tierras israelíes por asentamientos, permitía un retorno pequeño y parcial de los refugiados y le otorgaba la estadidad al pueblo palestino.
Si bien el ex primer ministro israelí Ariel Sharón rechazó de plano el plan de paz de Arabia Saudita planteado en 2002 – ya que la propuesta consideraba que Israel se retirara a las líneas de armisticio del 4 de junio de 1967 sin considerar el intercambio de territorios por asentamientos- cabe señalar que tanto Yasser Arafat y su sucesor Mahmoud Abbas la habían aceptado como base, como así también el gobierno israelí encabezado por el primer ministro Ehud Olmert (2006-2009).
Olmert incluso llegó a aceptar el plan en su totalidad incluyendo una pequeña parte del retorno de los refugiados palestinos sobre una base humanitaria. Pero la dirigencia palestina, aun cuando acordaba con los planes, rechazó las ofertas de Barak y Olmert porque no podían garantizar el “fin del conflicto” con la firma de la paz. No sorprende que luego de esos rechazos Arafat haya lanzado la Segunda Intifada en los años 2000, la que cobró cientos de vidas de israelíes en atentados suicidas.
Cabe mencionar que Hamás, (organización a la que el Sr. Lagos no califica de terrorista, sino de extremista, término que no explica el carácter fundamentalista yihadista de dicho grupo), ha cometido más que crímenes de guerra en su ataque genocida del 7 de octubre, al violar, matar y raptar civiles, incluidos niños y mujeres. No conformes con esto, han utilizado a la población civil como escudos humanos, sentando bases militares bajo hospitales y colegios y jardines infantiles. Esa omisión, nada trivial, le permite al Sr. Lagos, realizar una clara inversión de valores, no habla de crímenes contra la humanidad para Hamas, pero sí lo hace para Israel.
Hay que recordar que, a diferencia de la dirigencia palestina en Cisjordania, Hamas nunca ha aceptado división territorial alguna y hasta el día de hoy aboga por la destrucción de Israel, tal y como repiten estudiantes universitarios entusiasmados por un rapto romántico con los yihadistas: “la liberación de Palestina del río al mar por todos los medios necesarios”. ¿Cómo se pacta una solución que no implique la negación de uno u otro pueblo?
Consideramos de máxima urgencia e importancia, que quienes quieran hablar sobre la dolorosa realidad de este conflicto en el Medio Oriente, lo hagan en honor a la verdad y los hechos y con los estudios académicos suficientes, pues cada una de las distorsiones que en estos días nos hemos acostumbrado a escuchar, generan confusión y desinformación, tan peligrosa en nuestros días. Lo anterior cobra más importancia, cuando lo hacen quienes abogan por la paz, peor aún, por quienes se consideran con la suficiente experiencia o “elders” para hacerlo.
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