Hugo Cox analiza la corrupción histórica y la actual, impregnada de nihilismo, donde prima el “tener”, ante el caso Hermosilla.
Por Hugo Cox.- “Deja que los perros ladren”, del dramaturgo Sergio Vodanovic se estrenó en 1959 en el Teatro Camilo Henríquez. Posteriormente, en 1961 fue llevada al cine bajo la dirección de Naum Kramarenco.
La obra es una visión descarnada y dramática de la corrupción en el Chile de los años 60.
En la película el tema se aborda de manera crítica y satírica, destacando la hipocresía y los vicios de la clase media de la época. La corrupción no se presenta de manera directa como el típico desfalco económico o malversación de fondos, sino más bien como una corrupción moral y social que permea las relaciones humanas y el comportamiento colectivo de los personajes.
Corrupción como tema central: La historia se sitúa en un pueblo pequeño, donde los rumores, chismes y apariencias juegan un papel crucial en la vida cotidiana de sus habitantes. A través de este escenario, la película hace una radiografía de cómo la corrupción se infiltra en las relaciones sociales, especialmente cuando las personas se ven presionadas por las convenciones sociales, el deseo de mantener una imagen respetable y la necesidad de encajar en los estándares morales impuestos por la sociedad.
Corrupción moral y doble moral: En «Deja que los perros ladren», la corrupción moral se refleja en la doble moral de los personajes, que critican y juzgan a los demás mientras esconden sus propios defectos o acciones cuestionables. Este tipo de corrupción, aunque no sea ilegal, muestra cómo la hipocresía y la falsedad en las relaciones humanas distorsionan la convivencia social. Los personajes son víctimas de una sociedad que aparenta ser virtuosa, pero que en realidad está podrida por dentro, presa de los prejuicios y la falsedad.
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Crítica a la élite y a la clase media: La película, como la obra de Vodanovic, es una sátira feroz contra la clase media y la burguesía chilena. Se critica su afán por mantener las apariencias y su tendencia a juzgar a los demás sin reconocer sus propios defectos. La corrupción se ve aquí en el sentido de que estos sectores de la sociedad están más interesados en proteger sus propios intereses y privilegios, en lugar de actuar con integridad o solidaridad.
Chismes como reflejo de la corrupción social: Los chismes y rumores que se esparcen por el pueblo sirven como metáfora de una sociedad corrupta, donde la verdad se distorsiona y la reputación de las personas se manipula para beneficiar a ciertos grupos o individuos. Esta manipulación del discurso social y la falta de transparencia son formas sutiles de corrupción que afectan profundamente la convivencia y las relaciones entre las personas.
Corrupción sistémica e institucional: Aunque la película no aborda directamente la corrupción en términos de instituciones gubernamentales, sí sugiere que las estructuras sociales del pueblo están profundamente viciadas. La corrupción aquí no es solo una cuestión individual, sino también sistémica, ya que todos los personajes participan, de una manera u otra, en mantener este sistema de hipocresía y engaño.
En «Deja que los perros ladren», la corrupción es tratada como una parte integral de la vida social y moral de los personajes. No se limita a lo económico o político, sino que es un reflejo de las fallas éticas y morales de una sociedad atrapada en las apariencias, el juicio moral hipócrita y la manipulación de la verdad. A través de un enfoque satírico y crítico, la película expone cómo la corrupción en sus formas más sutiles puede descomponer las relaciones humanas y perpetuar un sistema injusto e insostenible.
Esta obra de teatro y su película retratan un conflicto que se arrastra hasta el día de hoy: los ríos subterráneos que atraviesan las estructuras sociales y de forma repentina emergen provocando asombro y estupefacción en las personas.
En la actualidad, a raíz de caso audios, pareciera que recién la sociedad se da cuenta del fenómeno que ha existido por décadas. El fenómeno se inserta en un contexto complejo, en una sociedad líquida -al decir de Bauman- y del riesgo en una nueva modernidad -al decir de Ulrich Beck, escuela de Frankfort-.
Nihilismo financiero
Un elemento nuevo que complica aún más en la actual sociedad es el nihilismo financiero (concepto del economista norteamericano de origen griego Demetri Kofinas), idea que se refiere al precio de un bien en sí mismo cuando está desvinculado de cualquier realidad subyacente. Aquí, el precio es sólo referencial, y lo único que importa es la narrativa, lo que es aún más poderoso en una cultura de la inmediatez.
Una de la consecuencia más complejas es que puede llevar a una mayor volatilidad en los mercados, ya que los inversionistas nihilistas tienden a ser más impredecibles y a asumir mayores riesgos, lo que puede generar inestabilidad.
En términos simples, se refiere a una actitud de desilusión o desapego hacia el dinero mismo, con una orientación hacia el poder, el estatus o el reconocimiento que éste proporciona, marcado todo ello por una falta de fe en que este sistema pueda ofrecer una estabilidad económica real o justicia social.
Entonces, la única fe está puesta en tener. Así se explica el fenómeno compulsivo de compra, en que el tener da sentido de pertenencia, y cuando no se puede tener se rompen las barreras, donde la ética pública y la ética privada entran en colisión.
Es lo que está detrás de la corrupción de los que tenían origen, si no humilde, al menos de familias de esfuerzo, como el caso Hermosilla, al punto que se destaque en su biografía el antecedente de que fue parte de la izquierda, no como un datio blanqueador, sino con la idea de que es un pasado impropio y adolescente que se dejó atrás, abrazando con nuevos bríos una corrupción que ha sido siempre parte de la historia de Chile, como señala “Deja que los Perros Ladren”. Esta idea, este tipo de nihilismo, es el que ha impulsado también la corrupción en el Poder Judicial.
Ha estado siempre ahí. La diferencia es que la corrupción nihilista de la actualidad ostenta sin pudor ni sutilezas, como la que podía estar quizás detrás de las fortunas nacionales de los siglos XIX y XX. Ostenta, porque su función es mostrar lo que se tiene.