Por Hugo Cox.- Chile es una sociedad compleja y en ella coexisten muchas miradas que intentan expresar diversas realidades. Sin embargo, algunas de esas visiones son lineales y poco elaboradas, y muchas desconocen la historia de este país. Pareciera que todo hay que revisarlo o refundarlo. En esos discursos existe una nula referencia a los procesos históricos que hemos vivido, transformándose esto en un debate que parece empantanado, porque nadie escucha a nadie y cada uno se mantiene en su propia trinchera.
Es la consecuencia de una crisis en pleno desarrollo que se manifiesta en la Convención Constitucional y que además está afectando directamente al gobierno.
Los actores que desean participar en las decisiones son cada vez más, ya que la comunicación horizontal hace más fluida la comunicación y el despliegue de una información que puede tener sesgos y que, a veces, parece desapegada del contexto que la origina, generando múltiples interpretaciones.
Si tomamos a Alan Touraine que plantea que las “sociedades modernas no se definen en términos de la filosofía o de religión, sino en torno a su actividad económica”, existen sociedades agrarias, industriales, comerciales, mercantiles etc. Dice que, desde hace un tiempo, las sociedades industriales decaen y surge una para los científicos, lo que denominan “sociedades de la información”. Y para las Ciencias Sociales, “sociedad de la comunicación”. Hoy en día la informática tiende a crear automatismos, donde la relación hombre-maquina se orienta a desaparecer, y en la sociedad de la comunicación la relación es hombre–hombre. Visto lo anterior, la situación es aún es más compleja.
Un ejemplo de desconocimiento es cuando se habla de la “constitución de Pinochet”, y se olvidan de que la constitución que se estaría derogando es la reformada y promulgada por el Presidente Lagos y con la firma del Presidente y los ministros Vidal y Dockendorff. Esto demuestra la tergiversación de la realidad y desconoce el proceso que permitió esa reforma, que significo por ejemplo el fin de los senadores designados.
Una parte del conflicto es ese, pero surge otro que es necesario advertir para no tener que chocar con el infantilismo y observar lo compleja que es la sociedad chilena.
Si tomamos los distintos resultados de los eventos electorales ocurridos en 2021, vemos cómo los porcentajes varían notoriamente dando cuenta de lo gaseosos que se han tornado los procesos sociales y políticos. Por ejemplo, las preferencias electorales en los comicios municipales y de gobernadores mostraron que la derecha obtuvo el 35% del electorado que votó en las elecciones parlamentarias, generando una gran asimetría entre los distintos resultados.
Pero, por otra parte, se necesita un Estado fuerte que pueda regular la asimetría que también se expresa en la economía. Pero, frente a lo anterior, las soluciones propias del siglo XX no son claras. Vemos, además, que la Cámara de Diputados no ha asumido en su totalidad la función de legislar, y se ha transformado en la caja de resonancia de ideas que adquieren caracteres populistas.
Asoman ideas que son complejas en sus consecuencias, como el proceso de descentralización, que provoca un serio riesgo de deterioro del Estado, y se olvidan de que el Estado necesariamente debe contar con la fuerza, eficacia y eficiencia en su accionar.
En síntesis, uno de los problemas más complejos es el del pluralismo (más en una sociedad donde campea la desconfianza en el otro), en donde se debe prestar atención en cómo se genera ese pluralismo que puede estar nutrido por el esencialismo y el individualismo.
Mirado desde esta perspectiva, el consenso y los acuerdos son fundamentales, sobre la base del componente liberal en un régimen democrático. Éste debe la articulación a dos elementos claves: el liberal, constituido por las instituciones del Estado Liberal que son la ley (como elemento ordenador de la sociedad); la separación de los poderes del Estado; y la defensa de los derechos individuales, sumado al elemento democrático de soberanía popular y su regla de mayoría.
Por otra parte, la libertad y la igualdad -que constituyen los principios políticos del régimen democrático liberal- pueden ser interpretadas y jerarquizadas de modos muy diferentes. Los liberales privilegian los valores de la libertad y los derechos individuales mientras que el mundo progresista insisten en la igualdad y la participación. Como ninguno de los dos intenta suprimir al otro estamos en presencia de una lucha al interior de la democracia liberal acerca de prioridades y no de reemplazos. Esta es la contradicción a resolver.
El conflicto siempre está presente en las relaciones sociales. La única manera de bajar los niveles de conflicto es usando el dialogo como método y, por lo tanto, la aproximación debe ser la constante en torno a ciertas certezas y confianzas que se construyan de modo de elaborar las nuevas formas de creer y caminar juntos.