Por Nurjk Agloni.– He visto demasiada alegría y optimismo en mis redes sociales (haciendo la aclaración necesaria de que tendemos a seguir a gente que piensa como uno), pero si revisamos las cifras que dejó esta elección los resultados no parecen más que indicar un triunfo de la elite de izquierda sobre la elite de derecha, muy distante de la expresión de la voluntad del ¨pueblo¨ (término tan manoseado por estos días).
Una participación que no alcanza el 43% del padrón electoral y una clara sobrerrepresentación de las comunas más ricas no es razón para celebrar. El Maicol esta vez se quedó en su casa, probablemente convencido de que este “país ql” no se cambia en las urnas.
Las promesas del plebiscito pasado del 2020 se quedaron en el aire; la participación sin precedentes y el arrasador respaldo al Apruebo se diluye en un mar de nombres que no parecen mover a las bases ni siquiera a votar, menos aún a organizarse en torno a un proyecto común.
Esto es tremendamente preocupante, porque me parece que se está instalando esta ficción de que la nueva Constitución es la panacea a la profunda división social que afecta a Chile y que en la recién electa Convención Constituyente está la solución natural al conflicto. Lamentablemente las cifras no lo reflejan así, los sectores menos favorecidos de Chile (i.e. la gran mayoría de los chilenos) no creen en la política como el camino que nos llevará a resolver nuestras diferencias, es más, para muchos la política sigue siendo el problema.
No me malinterpreten, soy de las que cree en la necesidad de refundar el pacto social y valoro la aparición de nuevos rostros y sectores políticos que históricamente no han estado representados en la estructura de poder. Lo que me prende una alarma es que ese nuevo pacto necesita de legitimidad y una vez más el mundo político, de todos los colores, se está mirando el ombligo y está hacienda caso omiso del mensaje.
No es tarea fácil; el carácter masivo, difuso y diverso de este movimiento social difiere completamente de movimientos anteriores, que poseían una estructura que hacía posible una negociación cara a cara con el gobierno de turno. En esta oportunidad las demandas son incontables, difíciles de articular, aleonadas desde la poco confiable palestra de las redes sociales y magnificadas por una pandemia que ha pegado fuerte a sectores que ya se encontraban en una posición tremendamente vulnerable.
La crisis de representación en Chile, que se hizo aún más patente con la incorporación del voto voluntario, se arrastra ya de décadas y sigue tan vigente como siempre. Si nuestros nuevos representantes se creen el cuento de ser la voz del pueblo y se sientan a negociar a puerta cerrada las bases para el ¨Chile de todos¨, seguimos igual o muy probablemente peor. Mi consejo es a dejar las felicitaciones para después, partir analizando la raíz del problema y pensar realmente cómo se convencen a masas desencantadas que la vía del diálogo, la persuasión y el acuerdo es el camino que hay que seguir en una verdadera democracia.
Nurjk Agloni es socióloga, Magíster en Sociedad Moderna y Transformaciones Globales y doctora (c) en Sociología.