Por Edgardo Viereck.- Aquí no se trata sólo del jovencito de la película luchando con su espada contra el mundo. Tampoco estamos ante el típico “thriller” hollywoodense lleno de intrincado suspenso que esconde la verdad hasta el final. Definitivamente aquí no estamos ante un cliché. Al contrario, lo que hace distinta esta historia es el ejercicio de proponer personajes abiertos, que se buscan a sí mismos tanto como el relato los busca a lo largo de un relato donde todo pareciera estar muy claro desde el principio pero no es así porque en Alabama nada es lo que parece.
Para nuestro protagonista, su investigación del bullado caso del falso culpable condenado a muerte deviene en un sendero oscuro hasta lo tenebroso, lleno de trampas y amenazas latentes que a cualquiera podrían hacerlo desistir, pero para el abogado negro que tuvo la suerte de estudiar en Harvard la justicia no es un ideal o un propósito intelectual sino sencillamente algo que lleva en la sangre porque es a lo que vino a esta vida. Hacer justicia es su destino. Una extensión de su carácter calmo y a la vez férreo, incluso pétreo. De rostro impenetrable, el joven jurista aplica todo lo que ha aprendido entre los ricos para ponerlo al servicio de los pobres, que no son solo leyes sino modales y hasta una actitud de mirar el mundo de pie y sin temor, pero no con el afán de “distribuir” nada sino de ajustar un cierto desajuste. Lo que él hace es insertar con un sutil gesto la pieza del puzzle que falta para que la imagen de un país que luce destartalado mejore apenas un poco. Y es que en el horroroso corredor de la muerte del Estado de Alabama, es donde ese desajuste muestra su peor cara. Para ayudar a su protagonista a conseguir esto, la película combina con eficacia una cantidad de elementos que no siempre fluyen entre sí.
Estudiar en Harvard. Ser de color oscuro (es decir negro, para efectos de esta historia). Tener ideales. Intentar cambiar las cosas en la zona más racista de los Estados Unidos. El corredor de la muerte. No temerle a nada. Estos y otros ingredientes ya demasiado vistos podrían dar como resultado un “deja vu” algo indigesto. Pero no es así y al contrario, lo que tenemos es una reflexión que evita toda estridencia para dejarnos pasmados por la serenidad con que instala verdades incómodas de las cuales el país del norte no se hace cargo.
Pero, aún más, pareciera ser que hoy, cuando todos abrazamos causas de todo tipo, cuando todos damos por ya muy conversados problemas enormes como el racismo, la pena de muerte y la corrupción judicial… No, señor, aquí se nos recuerda que todos son aún asuntos pendientes. No se puede aprobar la maestría en cambiar el mundo sin antes calificar correctamente la lección más básica que el chico de Harvard expone con brillantez en su alegato final: lo contrario de pobreza no es riqueza sino justicia. Es la justicia la que nos trae como consecuencia todo tipo de convenientes equilibrios. Se trata de una idea poderosa y políticamente incorrecta sobre todo por la forma serena y educada en que es planteada, un estilo que pareciera no sintonizar con estos tiempos donde pampea la rabia y el convencimiento de que aquí se trata de “distribuir” a cualquier costo.
Por si quedara alguna duda sobre esto, el joven defensor nos regala otra provocadora sentencia cuando nos dice que el carácter de una nación no se aprecia en la forma como trata a sus ricos sino a sus pobres y desamparados. En tiempos de crisis esto podría pasar por mera filosofía de café salvo por un pequeño detalle, y es que en la Alabama de los noventas la demanda no era por igualdad sino por respeto a la diferencia, es decir dignidad. Pues bien, pasaron casi treinta años y el mundo entero terminó pareciéndose a ese viejo enclave que desde siempre inspiró a Hollywood y a la música “R&B”, y que ahora regresa desde la noche del olvido en este lúcido ejercicio de estilo que nos ofrece un thriller político excelentemente bien interpretado pero además una visión muy personal e intransferible, como esas invitaciones que a veces nos llegan para asistir a algo que vale la pena mirar.