Por Juan Medina Torres.- A principios de la década del cincuenta, en el siglo pasado, el Parque Cousiño era el centro de celebración de las Fiestas Patrias en Santiago, y así lo entendía el pueblo que se preparaba para ir a ver la Parada Militar y luego visitar las fondas que ofrecían empanadas y chicha de San Javier o Curacaví.
Carretelas y carretones tirados por caballos arreglados por sus dueños con diversos motivos dieciocheros eran los medios de transporte, junto a los tranvías eléctricos, para llegar al parque que, así, se transformaba en el “patio grande” de las familias que, como en un carnaval, acudían a celebrar cantando y bailando porque “después de esta vida no hay otra”, como le decía sonriente la cantora que invitaba a pasar a la Fonda de los Artistas instalada en 1952, la misma donde se presentaron Violeta Parra y Margot Loyola.
1952 fue el año en que Carlos Ibáñez del Campo ganó las elecciones presidenciales, superando al candidato de la derecha Arturo Matte Larraín por amplio margen y la clase popular se sentía parte de ese triunfo del candidato que, con una escoba como símbolo, prometía barrer la corrupción. A esa misma elección, se presentó, por primera vez, Salvador Allende Gossens.
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Nosotros, los “cabros chicos”, nos divertíamos jugando a las bolitas o al trompo mientras las niñas lucían sus destrezas jugando al luche y tomando Sorbete Letelier, bebida gaseosa que tenía como principal característica una guinda seca al interior de sus envases.
Pero en estos recuerdos del siglo pasado, es bueno señalar que las fondas, y las del Parque Cousiño en especial, con su expresión popular de celebración del Dieciocho siempre fueron fuente de conflictos y repudiadas por la clase alta de la sociedad.
Y como “las noticias malas llegan volando y las buenas cojeando”, el 13 de septiembre de 1963, siendo Presidente Jorge Alessandri Rodriguez, el Alcalde de Santiago, Ramón Alvarez Golsack ,prohibió la instalación de ramadas en el Parque Cousiño, porque era necesario cuidar los árboles y jardines que eran «bárbaramente trillados por el entusiasta zapateo popular».
Y como “no hay mal que dure cien años ni hombre que lo aguante”, los “rotos” -que no se podían quedar sin celebrar las Fiestas Patrias- instalaron fondas y ramadas en diferentes comunas de la capital que sirvieron para comer, tomar, cantar y zapatear hasta que las velas no ardan, porque después de esta vida no hay otra, decían mis abuelos.