Por Álvaro Ramis.- En medio de la campaña hacia la Convención Constituyente las propuestas de las candidaturas sobreabundan. En ellas no siempre se aprecia una comprensión clara del cargo al que se postula, pareciendo en muchos casos programas propios de una candidatura a alcalde o gobernador regional más que un programa constituyente. Una de las cualidades que debería tener una propuesta a la convención debería ser una mirada general a los problemas del estado, como conjunto. Lo adecuado debería atender a una visión integral de país, no para implementar una gestión gubernamental concreta, sino para crear un diseño institucional que se considere justa y apropiada a este momento de nuestra historia.
Es interesante recordar que una de las figuras intelectuales más importantes del siglo XX fue electo como constituyente en el proceso que dio a luz la constitución de la república española. José Ortega y Gasset fue candidato a las cortes constituyentes en junio de 1931 por la Agrupación al Servicio de la República. En ese momento Ortega ya había consolidado buena parte de su obra fundamental, publicando en 1930 “La rebelión de las masas”, y su nombre estaba asociado a su extensa labor en el periódico El Sol. Esta candidatura fue su primera y única incursión política directa, en primera persona, exponiendo su propio nombre y sus propias ideas en la arena electoral.
La redacción de la Constitución republicana de 1931 es una adaptación del modelo constitucional de Alemania, que dio origen a la República de Weimar. Este ejercicio de transposición del modelo de estado alemán a la realidad mediterránea española no estuvo exento de complicaciones. Por eso la evaluación que Ortega realizó de ese proceso fue de preocupación.
El 6 de diciembre de 1931, tres días antes de la promulgación del texto, Agrupación al Servicio de la República realizó un acto público en el cual el filósofo pronunció un famoso discurso de advertencia, titulado “Rectificación de la República”. Su argumento se sintetiza en la frase “esa tan certera Constitución ha sido mechada con unos cuantos cartuchos detonantes, introducidos arbitrariamente por el espíritu de propaganda o por la incontinencia del utopismo». Por “cartuchos detonantes” Ortega entendía dispositivos constitucionales que en medio de un texto globalmente adecuado, introducían desequilibrios y distorsiones al objetivo de dar estabilidad al nuevo régimen republicano.
No cabe entrar en los temas propios de la realidad española de los años treinta. Lo que vale la pena del argumento orteguiano es pensar que un texto constitucional es un cuerpo legal complejo, que requiere algo más que derechos declarados pero inarticulados y la profusión de buenas intenciones sin garantías ni posibilidades de aplicación legal. Los “cartuchos detonantes” a las que se refería, eran aquellas disposiciones que encerraron el nuevo texto constitucional en una agenda propia de intereses particulares. Ortega sostenía que “el triunfo de la República no podía ser el triunfo de ningún determinado partido o combinación de ellos, sino la entrega del poder público a la totalidad cordial de los españoles”. En este ámbito no temió enfrentarse a sectores políticos de la izquierda con los cuales convivió y trabajó conjuntamente durante los meses de funcionamiento de las cortes constituyentes, afirmando que «estos republicanos no son la República» .
Sobre la intervención política e intelectual de Ortega se pueden hacer juicios muy variados. Podemos coincidir o no con el juicio crítico sobre los “cartuchos detonantes” que en su opinión implicaban riesgos para el funcionamiento de la nueva Constitución. Sin embargo lo central de su evaluación permanece vigente ya que previene sobre la necesidad de una mirada al conjunto del Estado, a la capacidad de incluir a las mayorías más amplias y tener en cuenta la legitimidad del proceso de implementación futura de las nuevas instituciones: «Se trata, señores, de innumerables cosas egregias, que podríamos hacer juntos y que se resumen todas ellas en esto: organizar la alegría de la República Española.»
Lo que parecía decir Ortega es que “organizar la alegría” es algo que se debe hacer articulada y cooperativamente. No es tarea para filibusteros individuales ni propagandistas solitarios. Es labor de integración de posiciones, de suma de las diferencias, no de exclusión de minorías que en el futuro se sientan ajenas al nuevo modelo de Estado. El espíritu de facción y el sectarismo son los grandes enemigos de un programa que permita convertir la nueva constitución en un pacto social legítimo y perdurable. El golpe de estado de 1936, la guerra civil y la dictadura franquista no se explican ni se justifican por los “cartuchos detonantes” que identificó Ortega, pero sin duda, sin esa mecha, sin esas ocultas descargas dinamiteras, el futuro de la republica podría haber sido diferente.
Álvaro Ramis es doctor en filosofía y rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano