Por Alvaro Ramis.- El transcurso de los acontecimientos iniciados la tarde del 18 de octubre de 2019 y que, desde Santiago, se prolongaron a escala nacional hasta la actualidad ha sido también un transcurrir de voces que tratan de narrar, entender y comprender sucesos que se evidencian, desde sus primeras horas, como de enorme relevancia histórica y de consecuencias aún impredecibles.
En un intento por develar el acontecer, el ejercicio interpretativo exige luchar denodadamente contra cuatro escollos que se resisten ante la tarea de escarbar en lo que bulle aún ate nuestras miradas.
Lo indiscernible
El mismo 18 de octubre comenzó la dificultad de caracterizar lo que estaba ocurriendo. Y la denominación misma de esos hechos todavía hoy es objeto de controversia: ¿se debería hablar de Crisis, de Estallido, de Levantamiento o de Rebelión Social? Tal vez todas esas nomenclaturas y taxonomías son necesarias y, a la vez, insuficientes. Está claro que sin el estudio de una Crisis precedente, de larga data, que va más allá de los últimos treinta años, nada se podría explicar. Pero, a la vez, puestos en el presente, la idea de Estallido nos remite a la explosividad del proceso, al carácter telúrico de esos días, repleto de rupturas, tanto tácitas como explícitas, con los sentidos comunes vigentes hasta esa coyuntura.
Un límite inherente a la noción de Estallido es que acota los hechos a una mera explosión incontrolable, a una fuga de energía descomedida, a una cólera indeterminada. Por eso las nociones de Levantamiento o de Rebelión Social vienen a complementar la descripción y asumen la racionalidad colectiva que sobrevino luego del 18 de octubre, expresada en sus múltiples expresiones asociativas y de resistencia, mediante asambleísmo vecinal, cabildos territoriales, escuelas populares, ollas comunes, y acciones de defensa de los DDHH, que se representaron como búsquedas políticas por transformar las necesidades en tareas.
Las voces que hoy explican lo acontecido buscan entenderse como una catarsis, en su sentido más auténtico, ya que el conjunto de la sociedad chilena pudo ser espectadora, al unísono y sin mediaciones, de sus más ocultas miserias y pasiones, de sus sentimientos más contenidos y de sus experiencias negadas, una y otra vez, por los discursos de la normalidad hegemónica. Como en todo proceso catártico se generó un instante de nueva lucidez, un despertar a una conciencia expandida, que fue capaz de identificar todas las intersecciones y pliegues de las múltiples estructuras fácticas de dominación que han mantenido a un país en un estado de negación permanente, por décadas y décadas.
Lo indecidido
Si bien Chile despertó, ese espabilamiento generalizado se tradujo en las reacciones más diversas: temor y temblor en La Moneda, rabia e impotencia en las calles, incertidumbre y angustia al interior de las casas, aflicción y dolor en las víctimas de la violencia represiva. Pero los textos describen además un impulso subvertor, que impregnó las subjetividades ciudadanas, como voluntades explícitas de trastocar y dar vuelta un sistema de jerarquías que se hizo inadmisible.
Pero en ese ejercicio reflexivo y los que vendrán, se deben enfrentar procesos plenamente abiertos, incompletos, repletos de vacios de información, inciertos en su desarrollo y, a la vez, evidentes en su dramático contenido. ¿Hacia dónde nos dirigimos?, ha sido la pregunta constante desde hace 12 meses en los que las respuestas parecen provisorias. Sin embargo, el análisis se ha ido complementando, a medida que van transcurriendo los días y sus hitos. Si bien es imposible de predecir la evolución futura de este devenir, el relato conjunto va dando cuenta de las decisiones que van asumiendo los distintos actores: la voluntad represora del gobierno, la inteligencia práctica de los manifestantes, las nuevas experiencias de articulación de los territorios, la búsqueda de una expresividad adecuada a las circunstancias en las instituciones culturales, y hacia el 2020, la reacción ante las dificultades que agregó la pandemia del COVID 19. Y en ese contexto aparece el momento clave del 15 de noviembre del 2019, en el que la institucionalidad política decide abrir un proceso de cambio constitucional que se advierte fundamental para el desenlace de una crisis sin punto de comparación.
Lo genérico
El pensamiento crítico choca contra toda forma de generalización aplastante, disputa contra la universalización de los juicios, niega la pretensión de uniformidad en los análisis. Al contrario, el pensar crítico ilumina aquellos espacios vacíos de certezas. Por esto, toda reflexión propuesta sobre la búsqueda de respuestas permite luchar contra los lugares comunes, contra los clichés que han tratado de acotar y capturar el proceso vivido.
Persiste una noción de Dignidad que opera como significante vacío y flotante, pero suficientemente determinante como indicar el sentido de justicia que atraviesa a todo el conflicto político, que subyace a los fenómenos analizados.
Lo innombrable
¿Cómo narrar lo inefable? ¿Cómo construir un relato sobre la violencia? Esta tarea nos enfrenta a proceso tumultuoso de develamiento de la verdad, como ejercicio de hacer evidente lo que permanecía velado, hasta hacer inteligible lo que apareció de forma tan diáfana que ya no se pudo volver a encubrir, por lo que sólo cabía el intentar su reclusión por medio de las formas más brutales de violencia institucionalizada.
Es una verdad que se evidencia a sí misma, en su crudeza inenarrable. En primer lugar, la inefabilidad de la violencia catártica de la multitud, entendida como los movimientos corporales y afectivos que lanzan a los sujetos hacia la búsqueda de otro tipo de vida con respecto al dado. En segundo lugar, la inefabilidad de la violencia represora, que trata de clausurar la brecha abierta en la calle mediante una inconfesable voluntad de cegar la nueva conciencia generalizada.
Lo inefable de lo vivido llega a su punto de máxima tensión cuando el 8 de noviembre de 2019, el joven estudiante de psicología, Gustavo Gatica, fue cegado por la acción represora de Carabineros. A su caso se une el de una treintena de otros estudiantes, académicas, académicos, funcionarias y funcionarios, que fueron objeto en esos días de la violencia institucional del Estado. Desde ese instante nuestra Universidad ya no es testigo inmóvil o analista distante de la realidad. Pasa ejercer una actoría directa e incidente, como sujeto político colectivo, que interviene plenamente en la historicidad.
Ante el desafío de estos cuatro duros escollos es evidente que nuevas voces y actorías han prevalecido. Por eso, como un ejercicio de resistencia activa al intento de hacer innombrable lo vivido son necesarios dispositivos deliberados contra la desmemoria en esta fecha. Catalizadores de potencia contra el fatalismo y finalmente un Pharmacon, en el proceso de sanación política que requiere nuestra sociedad. Con mucha razón Hannah Arendt nos dijo que se puede soportar todo el dolor si lo convertimos en una historia. A un año de distancia, los relatos, análisis, estudios, testimonios y propuestas de quienes se esmeran contra la falta de memoria, son una extraordinaria forma de conllevar nuestros dolores y albergar nuevas formas de acción colectiva.
*Artículo de presentación del libro “18-O: Una radiografía desde la Academia”, disponible en www.academia.cl