Cuando llegó el Sello Real que establecía la instalación de la Real Audiencia en Santiago, en 1609, se le recibió como si fuera el Rey mismo. Conozca una nueva entrega de Curiosidades de la Historia.
Por Juan Medina Torres.- Tras la conquista de América, la monarquía española consolidó su poder en las nuevas colonias implementando las Reales Audiencias, que fueron los máximos tribunales reales de justicia. En Chile, la primera Real Audiencia funcionó en la ciudad de Concepción entre 1565 y 1573.
A principios del siglo XVII, Felipe III, el Piadoso, ordenó instaurar en Santiago una nueva Real Audiencia cuya ceremonia de instalación se realizó el 8 de septiembre de 1609. El invierno de ese año fue extremadamente lluvioso y la crecida del río Mapocho provocó una grave inundación con pérdidas de vidas humanas, ganado y daños materiales en las casi 200 casas con que contaba la ciudad.
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El 7 de septiembre, nos refiere Diego Barros Arana:
“…se hizo el simulacro de la entrada de los oidores a la ciudad, presididos por el gobernador y seguidos de gran acompañamiento de la gente principal. El sello que debía usar la audiencia, era objeto del más respetuoso acatamiento.
Después que los oidores quitándose el sombre y poniéndose de rodillas, rindieron el homenaje debido a ese símbolo de la autoridad real, fue depositado en una sala del convento de San Francisco sobre lujosos cojines de terciopelo y confiado esa noche a la custodia del doctor Merlo de la Fuente como oidor más antiguo”.
El escritor y Premio Nacional de Literatura, Sady Zañartu, describe la ceremonia del 8 de setiembre:
“El Sello Real salió de la Iglesia de San Francisco, en procesión, escoltado por cuatro altos personajes, que eran los ‘oidores’, integrantes de la flamante Real Audiencia. A la cabeza del desfile iba un caballo overo, enjaezado con gualdrapas y guarniciones de terciopelo negro. En la silla, sobre un cojín carmesí, se destacaba una cajita de oro que contenía el Sello Real, cubierto con una banda de tafetán rosado, guarnecida de plata.
El arnés que la sostenía era de hojuelas de oro y llevaba brillantes bordaduras. Los flecos de ambos lados fueron sostenidos por el Gobernador Alonso García Ramón y por el Oidor Decano Merlo de la Fuente. En pos del caballo seguía el estandarte de la ciudad con el blasón de sus armas y, más atrás, los miembros del Cabildo Eclesiástico y del Cabildo secular, la clerecía, los caballeros del Reino, pajes y alabarderos, y tres compañías de caballería y dos de infantería, tocando cajas, trompetas y pífanos.
‘¡El Rey! ¡El Rey!’, gritaba la muchedumbre. La procesión marchó por la calle del Alguacil Mayor y llegó hasta la Plaza de Armas, donde el Gobernador, los oidores y el pueblo todo juraron ‘guardar los fueros de Su Majestad, por Dios Nuestro Señor, por Santa María, su bendita Madre, y por los Santos Evangelios’. Desde entonces, la calle del Alguacil Mayor pasó a ser la ‘Calle Del Rey’, hasta que la República vino a llamarla ‘del Estado’”.
Después de estas ceremonias oficiales siguieron diversas fiestas públicas en la Plaza de Armas en honor de los magistrados y en las cuales la naciente elite de la sociedad santiaguina, algunos descendientes de los conquistadores, tuvo ocasión de lucir vistosos trajes.
Para atender los gastos que ocasionaron estas actividades, cuyo monto pasó de dos mil pesos, el cabildo, que en ese momento no contaba con recursos económicos, tuvo que pedir un préstamo a los vecinos más connotados, entre los cuales se contaba la familia de Catalina de los Ríos y Lisperguer, “La Quintrala”, que había nacido en octubre de 1604.
Pero todos los esfuerzos se justificaban. La población de Santiago se sobreponía así a los daños provocados ese invierno por la inundación del río Mapocho. El reino de Chile tenía una Real Audiencia y un sello real, cuya carga simbólica representaban al rey mismo.
Por ello, las principales disposiciones del Tribunal, desde ese día y durante dos siglos, llevarían la marca del sello real y la frase «Yo, el rey”, demostrando así la representación monárquica en Santiago que desde 1554 ostentaba el título de ciudad otorgado por el emperador Carlos V.
A partir de 1609, la Real Audiencia -el Máximo Tribunal de Justicia- se estableció en junto a lo que hoy conocemos como Municipalidad de Santiago, y para ello se construyeron dos edificios que luego fueron destruidos por terremotos durante los siglos XVII (1647) y XVIII (1730). Finalmente, el arquitecto-ingeniero Juan José de Goycolea y Zañartu construyó un edificio de estilo neoclásico, en albañilería de ladrillo. Sus trabajos comenzaron en 1804, y se inauguró en 1808.