Por Juan Medina Torres.- El 16 de abril de 1552, Pedro de Valdivia fundó la ciudad de La Imperial y, pocos años después, el 22 de marzo de 1563, mediante la bula “Super Specula” dictada por Papa Pío IV, se creó el obispado de La Imperial, concretándose así la idea de Felipe II quien había resuelto establecer dos obispados en la Capitanía General de Chile, uno en Santiago y otro en La Imperial.
Esto da cuenta la importancia que adquirió dicha ciudad en los planes de los conquistadores donde la evangelización formaba parte de los intentos de pacificación: es por ello que en La Imperial se fundó el primer seminario y colegio.
A principios de 1599, Francisco Quiñones es nombrado Gobernador de Chile y la situación en el sur era preocupante por una rebelión general de los mapuche, liderados por Pelantaro.
El 31 de marzo de 1600 el Gobernador Francisco de Quiñones, venciendo diversas dificultades, arribó a la ciudad de La Imperial, que había estado sitiada por cerca de un año. Sus habitantes parecían resignados a una muerte segura. La guerra y el hambre habían hecho estragos entre su población que en ese momento no pasaba de 60 personas, contando hombres, mujeres, ancianos y niños los cuales habrían muerto si no hubieran recibido ayuda.
Quiñones ordena despoblar la ciudad. La imagen de nuestra Señora de Las Nieves, entre otros objetos, acompaña a los habitantes que son trasladados a Concepción.
El sitio de La Imperial generó una extensa crónica milagrosa, que posteriormente, la tradición exageró. Diego Barros Arana, en su Historia General de Chile, escribe: “Contábase que un indio había reventado al llevar a sus labios un cáliz en una borrachera en que se celebraba a una victoria. Decíase que después de una plegaria dirigida a la virgen María, esta había llenado un pozo que estaba seco. Refiérese también que cuando se trató de construir una embarcación para pedir auxilio al Gobernador Quiñones, la Virgen convirtió en brea el vino de dos botijas que los sitiados guardaban en una bodega”.
Más tarde, la tradición aumentó considerablemente estos milagros, inventando muchos otros. “Contábase que durante las miserias del sitio, las aves silvestres, por mandato de la Virgen, se dejaban coger con la mano para servir de alimento a los sitiados. La misma Virgen, se añadía, paralizó en una batalla los movimientos de un ejército de indios que embestía la ciudad”.
El Capitán Álvarez de Toledo, en el canto XX de su poema “Purén Indómito”, relata el milagro de cómo el cacique Guatureo reventó al llevar a sus labios un cáliz.
Hallose en el asalto sanguinoso
de Valdivia, y en otros que no cuento,
aqueste perro, bárbaro, alevoso,
por ser feroz, malévolo, y sangriento
cuando volvió a su casa victorioso
rico con los despojos de un convento,
como para triunfar de la victoria
hizo un gran Requetun con suma gloria.
Convidó a mucha gente, porque sea
la borrachera esplendida, solene,
que como la ambición le señorea
quiere que más que la victoria suene:
cuando al humano gusto se desea
el bárbaro arrogante junto tiene
a la sombra de una arboleda verde
donde Filesio mas sus fuerzas pierde.
Estando en lo mejor de la comida,
tomó el aleve bárbaro violento
el vaso a donde el gran dador de vida
su sangre dio a su santo ayuntamiento,
con el llenó de Pulco a otra Convida,
pero es entre ellos ley o mandamiento
que el señor del convite esté obligado
a hacerle la salva al convidado.
Para que se carezca de sospecha
que no les dan veneno con la chicha,
fue aquesta ley espresa entre ellos hecha
hacer la salva que ya tengo dicha:
mas dice Guatureo ¿Qué aprovecha
tenerte por varón de tan gran dicha,
o para que, traidor, tanto te ufanas
si los sagrados cálices profanas?
¿No ves que ofendes al Señor en ello?
Que aunque de su divina fe estas falto,
al punto te dará la paga de ello
que no querrá pasar eso por alto:
No te arrojes apostata a bebello,
si no quieres bajar de solo un salto
al báratro profundo, a donde veas
lo que por ofenderle así grangeas.
Apenas puso el cáliz consagrado
en la boca pestífera y sedienta,
cuando por la hijares, el cuitado,
con no pequeña turbación revienta:
Entrañas, bofes, tripas por un lado
y el vientre todo por el otro avienta,
con un estruendo igual al de una pieza
cuando del fuego escupe la braveza.
Estos y otros milagros fueron base de informaciones jurídicas y con el testimonio de los que los habían oído contar, se les dio por comprobados. Así termina la historia de los portentosos prodigios del sitio de La Imperial.