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Curiosidades de la historia: las brujas en el Chile colonial

Por Juan Medina Torres.- Durante la Edad Media todas la idea y la figuración sobre mujeres voladoras y malvadas eran pura imaginación y la propia iglesia señalaba que todo esto era una fantasía y creer en brujas era considerado un pecado. Esto fue así hasta el siglo XIII: a partir de ese momento, todas esas fantasías de mujeres irreales comienzan a dirigirse a mujeres reales a quienes se acusó no solo de volar por la noche o transformarse en animales, sino también de cometer diversas atrocidades.

El Papa Inocencio VIII, en el siglo XV, en 1484, formuló una condena radical contra estos actos diabólicos considerándolos como algo real. En la Bula Summis Desiderantes Affectibus, señalaba: “Muchas personas (…) se han abandonado a demonios, y por sus encantamientos, conjuros y otras abominaciones han matado a niños, aun en el vientre de la madre, han destruido el ganado y las cosechas, atormentan a hombres y mujeres y les impiden concebir

María Tausiet, doctora en Historia, asegura que a partir de este momento, finales del siglo XV, se abriría la puerta a la famosa “caza de brujas”, fenómeno histórico en el cual miles de personas, especialmente mujeres fueron asesinadas acusadas de practicar la brujería.  Inocencio VIII nombró inquisidores a Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, dos frailes dominicos, para investigar la brujería en el norte de Alemania. Estos mismos monjes publicaron en 1487, Malleus Maleficarum o  El Martillo de las Brujas, el libro más famoso contra la brujería que se utilizó en toda Europa durante tres siglos, constituyéndose es una de las obras más nocivas en contra de las mujeres, a las que acusaban de brujas que habrían hecho un pacto con el diablo.

En este libro sus autores indican cómo se transportan las brujas para asistir al “aquelarre” (reunión con el diablo): “Las brujas por instrucción del diablo, fabrican un ungüento con el cuerpo de los niños, sobre todo con los que ellas dan muerte antes del bautismo; ungen con este ungüento una silla o un trozo de madera. Tan pronto como lo hacen, se elevan por los aires. El demonio a veces transporta a las brujas sobre animales, que no son animales verdaderos, sino demonios que han adoptado su forma, o incluso ellas se transportan sin ninguna ayuda exterior, simplemente por el poder del diablo que actúa invisiblemente”.

Este tipo de creencias acerca de la brujerías llegaron a América y a Chile, con las primeras huestes españolas y aquí se fusionaron con las creencias mágico religiosas de los pueblos aborígenes

Memoria Chilena, indica que -de acuerdo con los procesos judiciales de la época colonial, registrados en nuestro país- la mayoría del público tenía la convicción que brujos y brujas se reunían durante la noche de los viernes en cuevas secretas habitadas por seres de características sobrenaturales, como el chivato, el ivunche y la serpiente ihuaivilu para beber, comer, bailar y celebrar su trato con el demonio. Se pensaba que quienes practicaban este rito tenían la capacidad de transformarse en animales, como zorros, perros y también aves, como nucos, huairavos y especialmente chonchones.

Agrega que la brujería se manifestaba principalmente en prácticas de magia negra destinada a provocar daño a los enemigos y en sortilegios amorosos que buscaban dominar la voluntad del ser amado.

María Eugenia Mena, historiadora de Archivo Nacional Histórico, comenta que: “En Chile los juicios por brujería son bastante escasos, pero no por eso menos importantes.”

Digno de comentar es el  caso fechado en 1693, de Juana Codosero, quien fue acusada por envenenar y dar muerte a su marido a través de la preparación de los sesos de asno, tal como lo afirma Juan de Lecaroz: «Fui por oidor de la Real justicia a reconocer si tenía el dicho difunto señas de venenos externos o exhibición de sesos de asno y habiéndolo ejecutado”. Esta elaboración, muy recabada por el mundo literario y en las tradiciones de la Europa medieval, como “remedio para atontar o dejar absorto al hombre, pues el amor torna sosos y lascivos a los hombres transformándolos en sujetos con poca voluntad” (Archivo de la Real Audiencia de Chile, Fondo Real Audiencia, 2529, foja 24v).

Otro caso que registra el Archivo Nacional Histórico es el ocurrido en 1749, en la ciudad de San Bartolomé de Chillán. La acusación de Alejo de Zapata contra la india Josepha desencadenó la persecución de más de 18 personas que declararon asistir en forma de zorros, perros y pájaros por las noches de viernes y sábado a una cueva que se encontraba, según las declaraciones, en las afueras de la ciudad y que en ella vivía una india vieja a la que llamaban «Anchimalgén», quién se encargaba de mantener siempre lleno un «chuico» de chicha. Además, la mayoría declaró frente a Simón de Mandiola que para pasar tenían que primero tener la venía de un culebrón y un chivato pillán; ante este último había que ponerse de rodillas para besarle el trasero y luego se les subía un culebrón por el cuerpo haciéndoles halagos hasta la corona de la cabeza.

«Josepha también era conocida por tener amistades con muchos hombres. Aquí observamos cómo a la mujeres liberales se les perseguía para regularizar su vida», explica Mena.

Los acusados fueron hombres y mujeres de distintas edades, incluyendo adolescentes. Fue Josefa quien fue delatando, bajo la fuerza, a gente de «sus mismas artes». “Todos originarios de un poblado cercano a Chillán, que era un pueblo de indios. Eran dueños de su tierra, en la que producían diversos productos agrícolas y ganaderos».

Una lectura que plantea María Eugenia Mena es que finalmente el juicio eclesiástico no logra comprobar nada, por lo que podría pensar en intereses económicos en las imputaciones. Asimismo -precisa- el juicio civil define a los indígenas como sospechosos mientras no se les compruebe el delito, estudia las pruebas y aplica la ley.

La pena que solicitó la Iglesia fue poner en depósito (ser destinados a vivir con una familia criolla para adquirir las costumbres citadinas) y la servidumbre perpetua para los mapuche. En tanto, la sentencia final -del proceso civil- determinó su libertad y retornarles sus tierras. Aunque los acusados reclamaron que después de tanto sus tierras ya no eran las mismas al no haber sido trabajadas.

El caso finalizó en 1758, cuando el corregidor de la Chillán, Juan Lorenzo Rodríguez, elevó una nueva solicitud para procesar indígenas por superchería, lo que la Real Audiencia desestimó, argumentado que debe dejárseles vivir con sus costumbres.

Este juicio es el más complejo y extenso que se encuentran en los fondos coloniales del Archivo Nacional, puesto que, después de 169 fojas, los indios que originalmente fueron tratados como brujos y hechiceros fueron dejados en libertad por no encontrarse la cueva ni los sujetos que dentro vivían.

Alvaro Medina

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