Una nueva entrega de Curiosidades de la Historia explora a las calesas y su rol en la configuración de la élite santiaguina en el siglo XVIII.
Por Juan Medina Torres.- Diversos documentos dan cuenta que desde 1693 existió en Santiago un gremio de caleseros, es decir, personas que se dedicaban al mantenimiento de las calesas, vehículo de gran importancia en el transporte de pasajeros durante el siglo XVIII.
Jorge Juan y Antonio de Ulloa, integrantes de la expedición científica hispano-francesa (1735-1746) organizada por la Academia de Ciencias de París, apuntan en uno de sus escritos que “todas las familias, que tienen posibles para ello, mantienen calesa, en que andan por la ciudad”. Es decir, la calesa era un vehículo de lujo.
La inclusión de estos vehículos en las ceremonias y cortejos del poder fue haciéndose más notoria. Ya en 1755 el gobernador Manuel de Amat hizo su entrada a Santiago en una calesa.
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En 1764 el Gobernador autorizó que el paseo del pendón real durante la fiesta del apóstol Santiago de ese año se efectuase en calesas y no a caballo. Se rompía así la tradición de un ritual con una carga simbólica extraordinaria desde el punto de vista socio cultural. Esto da cuenta el cambio de mentalidad que se estaba operando en las nuevas generaciones de la clase alta de la sociedad santiaguina.
Vicente Carvallo y Goyeneche, por su parte, escribía hacia 1790 en su obra Descripción Histórica y Geográfica del Reyno de Chile:
“Brillan en esta ciudad las familias nobles, porque la mayor parte de ellas está sostenida de más que medianos caudales. Llevan mucha decencia y aparato, tanto en lo interior de sus casas como fuera de ellas. Usan costosos coches y buenas libreas y se presentan en los paseos públicos y en las concurrencias de visitas y de bailes con ricos vestidos y alhajas de mucho precio. Las de moderados posibles usan todas el carruaje de calesa, que sólo se diferencia del coche en no llevar cuatro ruedas, ni más caballería que una, y en el servicio de su casa, aparato exterior y decencia de su persona, son profusas a desproporción de sus posibilidades”.
Además, desde la época de Ambrosio O’Higgins, se disponía de un carruaje oficial de gobierno y de otras tres calesas que servían a esta autoridad en sus recorridos de inspección a las obras públicas capitalinas.
Luego del Desastre de Rancagua se inicia el período de restauración monárquica. El Cabildo organizó la ceremonia de entrada oficial de Francisco Casimiro Marcó del Pont, nombrado por el Rey como nuevo gobernador, cuyo acompañamiento fue en calesa.
Aún mas, el nuevo Gobernador embarcó junto con él una lujosa calesa que causó la admiración de la élite santiaguina en sus paseos por la ciudad.
Hacia 1830 comenzó la lenta introducción de birlochos y otros coches, que venían a desplazar a las calesas.