Por Juan Medina Torres.- Chile es país de terremotos y, algunos de ellos, como el ocurrido el 13 de mayo de 1647, forman parte de los recuerdos y leyendas de nuestro país.
Eran las 22.30 horas de ese día cuando la tierra comenzó a temblar y, según algunos, el terremoto duró el tiempo en que se tarda en rezar tres credos, mientras otros aumentaron ese tiempo a cuatro credos.
El Cabildo de Santiago, dijo que “tembló con tanto estruendo, fuerza y movimiento que al punto que comenzó a temblar comenzaron a caer los edificios que se habían hecho en el curso de más de cien años”, y agregó que “no quedó ninguno, chico ni grande que se pudiese habitar”. La misma corporación calculó los muertos en más de 600, posteriormente la cifra subió hasta mil. Algunos estudiosos señalan que esa cifra representaba más o menos el 25 por ciento de toda la población de Santiago, existente en ese tiempo.
Lo cierto es que cayeron todos los edificios públicos, cabildo y las casas reales. Quedaron en pie parte de los corredores y portales que había alrededor de la Plaza de Armas. Casi todas las iglesias quedaron completamente arruinadas, salvo la iglesia y parte del convento de San Francisco y la ermita de San Saturnino, que era el patrono de los temblores. La catedral conservó la nave central de piedra y cayeron las naves laterales. El resto de la ciudad era una sola ruina donde los sobrevivientes buscaban a sus seres queridos. La Real Audiencia calculó en más de dos millones de pesos de la época las perdidas en la ciudad.
Las réplicas continuaron durante toda la noche y los aterrorizados vecinos organizaron diversas procesiones a la Plaza de Armas donde el obispo Gaspar de Villarroel, en un improvisado altar repartía la comunión. Al desconcierto del momento se esparció el rumor de una posible sublevación de indios y esclavos, ante lo cual uno de los oidores de la audiencia reunió esa misma noche a los soldados que estaban en condiciones de hacer vigilancia y se buscaron armas y provisiones para equipar a la improvisada tropa.
El cabildo en acta del 15 de mayo da cuenta de la caótica situación: “Solo asistimos a enterrar muertos, a entretener la hambre, a controlar los afligidos, a parecer con ánimo, a no desmayar la gente y que se desentierren los que están debajo de las ruinas”.
Temores y rumores aumentaron la imaginación y la fe de los atemorizados sobrevivientes. Armando de Ramón en su obra “Santiago de Chile (1541-1991)” relata que los habitantes de raza española comenzaron a ver cosas extraordinarias producto de la imaginación: “Se comentó que una india pocos días antes del terremoto había parido tres criaturas y una de ella pronostico el terremoto. Otros decían que en una iglesia un cristo clavado en la cruz, había reprendido fuertemente a un mayordomo. El rostro del señor de la Agonía de la Iglesia de San Agustín se había movido varias veces; otra india vio un globo de fuego que entró volando por las puertas del edificio de la Real Audiencia y salió por una ventana del cabildo. Otros testigos oyeron en la cordillera voces de los demonios y el sonido de tambores y trompetas y disparos de arcabuz, lo que parecía combate entre dos ejércitos”.
A medida que pasaban los días, los milagros se multiplicaban y el propio obispo Villarroel, en una carta al Presidente del Consejo de Indias, le relató que una de las religiosas de un monasterio de Santiago le dijo a la abadesa cuando comenzó el terremoto: “¿No ve, señora, en el cielo aquella espada y un azote con tres ramales?”. El obispo interpretó este singular milagro diciendo que la espada era la que se movía contra los muertos y el ramal contra los vivos.
Armando de Ramón señala que el mismo obispo aseguró que la imagen de San Pedro Nolasco que se veneraba en la Iglesia de la Merced, en cuanto se inició el terremoto, se había vuelto hacia la Santísima Virgen para pedirle su intercesión ante su Divino Hijo a fin de que calmara la furia de su castigo. Sobre esto mismo el padre Diego Rosales, años más tarde cambió la versión diciendo que efectivamente San Pedro Nolasco se había dado vuelta, pero hacia el Santísimo Sacramento para pedirle la misma gracia.
Muchas imágenes que se veneraban en las iglesias se salvaron incólumes, entre las cuales destaca el Cristo de la Agonía de la iglesia de San Agustín, aunque su corona de espina se le deslizó hasta el cuello.
Para colmo de males, diez días después del terremoto, una tormenta de viento y lluvia azotó la ciudad, luego aparecieron diversas epidemias entre las cuales se destaca el chavalongo (tifus) que ocasionó la muerte de otras dos mil personas.
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