Por Juan Medina Torres.- “Hay que celebrar el 18 como Dios manda”, decían mis abuelos y esa expresión se traducía en comportamientos que empezaban en el mes de septiembre, cuando los volantines ponían una nota de color en el cielo. Mi abuelo fabricaba y vendía volantines, y en cada una de sus obras ponía la nota artística para combinar los papeles de colores y luego pegar con cola los maderos hechos de coligüe.
En los barrios populares, sus habitantes se daban tiempo para pintar la fachada de sus viviendas, con cal la mayoría de las veces, pues debía verse bonita para el 18. Nuestros padres se “encalillaban” para comprarle a la prole su tenida dieciochera, que incluía zapatos nuevos y algo se guardaba para tener una mesa con chicha y chancho.
Los más chicos nos preparábamos para participar en los juegos tradicionales (carreras de ensacados, palo encebado, tirar la cuerda) y otras competencias que preparaban los dirigentes de los clubes de fútbol de barrio, mientras los mayores organizaban campeonatos de rayuela de la larga y la corta (“la corta” denominaban a “empinar el codo”, o sea, beber vino o chicha).
Cuando se tenía plata, se compraban un chuico de vino (envase de 15 litros) para acompañar la comilona. Históricamente, los chilenos siempre han sido buenos para tomar y, desde los tiempos de la colonia, eran famosas las chinganas, lugares donde se comía, bailaba y tomaba, con una bandera chilena al tope, para dar rienda suelta al sentimiento patriótico.
En mis tiempos, las chinganas fueron reemplazadas por las fondas, palabra de origen árabe que designa un lugar para comer, tomar y pasarlo bien. Estas se construían en cualquier sitio eriazo, con palos y ramas para techarlas y piso de tierra bien apisonado.
Los programas de radio (en onda larga, no había frecuencia modulada) daban a conocer las últimas grabaciones de cuecas y tonadas interpretadas por los hermanos Lagos, el dúo Rey Silva con Mario Catalán, los hermanos Campos y otros. Las cuecas eran de “patienquincha” para bailarlas y zapatearlas. Otra música que se escuchaba eran corridos mejicanos que contaban historia de amores no correspondido.
Otra de las tradiciones era asistir a ver la Parada Militar en el Parque Cousiño, hoy parque O’Higgins. En esos años, la elipse no estaba pavimentada y casi siempre llovía para el 19, por lo que el desfile de las Fuerzas Armadas al son de las bandas de guerra era un chapotear en el barro.
Debemos recordar que la Parada Militar en el Parque O’Higgins se realiza desde 1896 por una orden gubernamental del Presidente Jorge Montt Alvarez, y mediante la Ley 2.977 de 1915, promulgada durante el gobierno de Ramón Barros Luco se estableció el 19 de septiembre como Día de las Glorias del Ejército.
Otra tradición, era la celebración del “Dieciocho Chico” que era la continuación de las Fiestas Patrias, la idea era proporcionar a las personas que habían trabajado en fondas y ramadas, unos días extras para poder festejar.
Había “18 chicos” que gozaban de renombre en diversos pueblos que rodeaban a la capital y que hoy fueron absorbidos por la metrópoli. La verdad es que este 18 chico era una excusa para seguir comiendo, tomando y bailando sin preocuparse de la productividad económica.