Por Andrea Durán Z.- Luego de dos años de confinamiento producto de la pandemia que aún nos acompaña, una gran parte de las niñas y niños de nuestro país ha vuelto a las salas de clases. Apoderados y docentes valoran este regreso, pues es bien conocida la efectividad del proceso de aprender asociado a la presencialidad, al contacto con otros, a la interacción efectiva y afectiva; pero no es tan simple.
Con el paso de las semanas se han evidenciado problemas interpersonales entre estudiantes. Entre los/as pequeños/as se manifiesta en peleas, empujones y malas palabras. En los/as más grandes la violencia se grafica en redes sociales, donde la aceptación o el rechazo total son las únicas opciones. Un ejemplo brutal de ello es el caso de la mal llamada “manada” de escolares del Liceo José Victorino Lastarria, que tanto impactó a quienes somos padres o trabajamos con estudiantes.
La pandemia, la violencia manifiesta de la delincuencia habitual y de la proveniente de la guerra entre Rusia y Ucrania son ingredientes con que hoy desayunamos, almorzamos y cenamos. Aún con la televisión apagada, los más pequeños también absorben la realidad. ¿Qué hacer para protegerles cuando no están en casa?
Aquí es donde cobra importancia el concepto de “convivencia escolar”. Vale decir, aquellas pautas de comportamiento que son aceptables (o no) dentro de una comunidad escolar en la cual como en la vida misma se convive con otras y otros, tan iguales como diferentes. Con los mismos miedos, seguridades, tensiones y esperanzas. Estamos en el momento justo para reescribir nuestra historia particular. No partimos de una “hoja en blanco” pero sí somos concientes de que el mundo cambió, y con ello, las personas debemos también cambiar, para mejor. Esto requiere una fuerte voluntad y conciencia -tanto personal como colectiva- inclusión racional y permanente de los valores democráticos del siglo XXI como son la igualdad, la libertad, la justicia y la solidaridad que, si bien pueden sonar abstractos, son posibles de concretar en acciones donde sean puestos como fundamentos de base. Si no logramos ahora hacer los ajustes que nos conduzcan hacia una mejor sociedad, armoniosa entre las personas, con los animales y con el medio ambiente, ¿qué futuro nos espera?
El 15 de marzo se aprobó en la Convención Constitucional, junto con el publicitado derecho al aborto, el derecho a una educación sexual integral (ESI). Esto es clave porque desde la primera infancia se educará y sensibilizará en torno a afectividad y sexualidad, valorando y aceptando lo diverso, lo distinto, lo nuevo. Esto permitirá generar una base, ya que la falta de herramientas en este tema genera dificultades de convivencia. La escuela entregará una parte, la cual debiese ser reforzada en el hogar, a través del decir y el actuar respetuoso de madres, padres y adultos significativos que desde el amor han de partir por aceptar a sus propias/os hijas/s quienes también son parte de este mundo que cambió.
Andrea Durán Z. es académica de la carrera de Trabajo Social de la Universidad Central