Por Mariana Schkolnik.- “Pablo lleva años pegado a su celular, cabeza gacha, audífono en los oídos. En las noches patea piedras mientras masculla su preocupación por su deuda estudiantil que nunca podrá pagar. Nació en 1990, tiene 29 años, sus padres superan los cincuenta, no pudieron pagar casa propia y terminaron todos viviendo con los abuelos. Mira entre la bruma de las noches de alcohol, a sus padres envejecidos trabajando largas horas para cumplir el sueño de ver a sus hijos surgir, y a sus abuelos acabados por la imposibilidad de acceder a una salud decente, arrastrarse por la casa que construyeron con orgullo.
Uno más que estudió comercio exterior y egresó sin ningún contacto, ni conocimientos idiomáticos como para poder encontrar en buen empleo, trabaja esporádicamente de repartidor y vendedor.
No tiene intención de formar familia, tal vez porque subconscientemente sabe que no podría”.
Mientras nosotros (de más de sesenta años) hablábamos de la segregación, discriminación y estigmatización de los jóvenes, ellos juntaban rabia. Nosotros los despreciábamos diciendo que “no estaban ni ahí”.
Y a pesar de su música estridente, escuchaban y veían su entorno. Se conmovían con las vidas de sus abuelos, se impresionaban con la ostentación de la riqueza, escuchaban los centenares de casos de corrupción y abusos del poder, y pagaban los costos de la mala educación, del endeudamiento y del desempleo.
Y la rabia se convirtió en un estallido, movilización, disturbio, fuerza, violencia y también arte y participación.
Por su parte, una multitud de mujeres jóvenes que ya no estaban dispuestas a tolerar los abusos se tomaron los espacios de participación, con una fuerza y firmeza nunca vistas.
Las manifestaciones de octubre de 2019 ya no pueden catalogarse como lo hacíamos antes. No hay partidos, no hay organización, todo está en la red, la lideran los Millenials y les siguen los de la generación Z.
Ahora nosotros no estamos ni ahí, para ellos. Y desprecian a los partidos, la iglesia y a las instituciones que nosotros mismos ayudamos a refundar. Estas movilizaciones convocan a una pequeña elite de jóvenes educados y politizados y, mayoritariamente, a la juventud que ha vivido la violencia de la segregación social y espacial, las injusticias y la falta de oportunidades: los que sobran.
Como dice el sociólogo Manuel Canales, se movilizan por una mezcla de hastío y fracasos personales.
Con la gloriosa derrota de la dictadura, nosotros plantamos los sueños que ellos vivirían, pero nosotros se los frustramos, por lo que hicimos y mucho de lo que dejamos de hacer.
Un ejemplo, es que a uno de nuestros magnánimos presidentes se le ocurrió que todos los jóvenes fueran a la universidad y fomentó un modelo de ascenso social meritocrático que no sólo no resultó, sino que hipotecó a una generación, ya que se implementó el crédito fiscal para asegurar el derecho de todos los jóvenes a estudiar en la educación superior. De esta manera se fortaleció sólo el ingreso a las universidades subsidiándolas y promoviendo el surgimiento de un voraz sector privado universitario. Las matrículas universitarias subieron de 2.000 estudiantes en 1983 a 12 mil en 2001. Todo ello, en desmedro de la educación técnica que ya había sido desmantelada.
En el Chile de hoy, egresan cada año, aproximadamente 700 mil profesionales, 370 mil alumnos de Institutos Profesionales y sólo 132 mil de los Centros de Formación Técnica. Exactamente la inversa de lo que ocurre en Alemania o Inglaterra. Exactamente lo opuesto a lo que un aparato productivo requiere.
Las consecuencias de lo decidido por los magnánimos gobernantes eran esperables: endeudamiento, cesantía y frustración por una sobre calificación nunca resuelta de una generación completa.
Botón de muestra de nuestros errores durante los gobiernos de la Concertación.
Juventud gestora de su propia historia
Podemos decir que la juventud no había sido gestora de su propia historia desde la década de los sesenta:
Y una serie de movimientos juveniles que en algunos países arrastraron al movimiento obrero y a los partidos políticos y, en otros, murieron bajo la represión. Pero era la primera vez que se hablaba de movimientos juveniles. Las Naciones Unidas recién acuñó el concepto de Juventud en 1981.
Durante varias décadas estos parecieron desaparecer, en medio de dictaduras militares, gobiernos ortodoxos con políticas neoliberales extremas y reformas capitalistas. En Chile, ni la dictadura militar, ni los gobiernos de la Concertación prestaron especial atención ni entregaron poder de participación a los jóvenes.
Los jóvenes de hoy respiraron todas sus vidas la acidez del fracaso de sus padres y la miseria de sus abuelos, la degradación de sus barrios, la violencia policial sobre ellos, la visión de la esquiva opulencia en sus propios malls.
El 25 de octubre de 2020, el 51% de los votantes fueron nuevos inscritos, ni siquiera votaron por personas, votaron por una idea, por un sueño, por una pequeña revolución.
Estados Unidos, por extraño que parezca, parece haber vivido también el renacimiento de los jóvenes como movimiento social, desde la muerte de George Floyd en adelante, los jóvenes no han abandonado las calles. El 2020 los jóvenes son una gran fuerza votante del país, y esta elección presenta un gran aumento en su participación en la historia. Y esta vez no son blancos jóvenes, son una multitud de mezclas, de etnias y orígenes diversos.
Como se vaticinó en algunos artículos, EEUU pasará del gobierno de una mayoría blanca a un gobierno de la mayoría de las minorías. Ese fue el impacto de los nuevos votantes.
En Chile fue el triunfo amplísimo del Apruebo.
Probablemente, los efectos de la corrupción evidenciada en toda América Latina y el Caribe, y el fracaso de las economías, estén generando movilizaciones similares en todos los países.
En Perú los dos fallecidos en las manifestaciones eran veinteañeros.
Las alternativas populistas son una de las posibilidades que visualizan todos los analistas como salida de las crisis. Populismos que surgen como antagónicos a los gobiernos corruptos. Brasil es el caso más claro de América Latina, así como diversos movimientos independentistas europeos.
Algunos movimientos nuevos han sido absorbidos por este populismo, otros reprimidos, tal vez como las primaveras árabes.
El levantamiento francés de los chalecos amarillos y que se difundió en otros países europeos era una protesta por alzas de precios y cristalizó el disgusto individual, y no necesariamente significó una demanda por una profundización de las democracias, sino más bien a la inversa.
No sabemos qué nos depararán los jóvenes en el futuro. Mi ánimo no es profetizar desgracias, pero si los políticos obtusos y aprovechadores se toman la asamblea constituyente como parece estar ocurriendo, mucho me temo que el próximo incendio ocurra en el Congreso Nacional.
Cuidado: nosotros, los adultos mayores, criamos a esta generación. A imagen del Edipo de Freud, ellos deben matar al padre para emanciparse de nuestros paternalismos, de las instituciones obsoletas, de los poderes fácticos y del partido del orden, que todo lo oculta bajo la alfombra.
Por ahora cuidémonos, ya el virus de la muerte ronda, un virus que no afecta a nuestros jóvenes, pero que nos mata a nosotros los viejos. Y este no es un fantasma es un virus muy real.
Una devolución en 156 cuotas para que las Isapres puedan saldar el cobro abusivo a…
“En sociedades donde los mediocres son premiados y la mediocridad predomina como norma, el talento,…
“Si la población no se moviliza para acelerar los lentos ritos que utiliza el sistema…
El cientista político Max Oñate analiza las condiciones de victoria de Claudio Orrego y Francisco…
Una de las mayores desigualdades que sufre Chile, y especialmente Santiago, se da en torno…
Fidel Améstica nos lleva por un viaje de reflexión en torno a nuestra propia humanidad…