Cultura(s)

Desmontando la Leyenda Negra de la Conquista

La leyenda negra sobre la conquista española ha distorsionado el legado de la Hispanidad, ocultando un proceso histórico de mestizaje, fundación y debate moral único entre las potencias coloniales. Este ensayo del filósofo argentino Lisandro Prieto propone desmontar mitos y recuperar la complejidad del encuentro entre mundos.

Por Lisandro Prieto Femenía.- “El historiador debe tener la libertad de buscar la verdad sin temor a la censura o a las presiones ideológicas, desmontando las leyendas, vengan de donde vengan”. Gustavo Bueno, España frente a Europa (1999), p. 23.

La historia es un campo de batalla donde se libran luchas por la hegemonía de la verdad y de ciertos relatos. Entre las narrativas más arraigadas y, a la vez, más distorsionadas, se encuentra aquella que demoniza la conquista española, presentándola como un acto de genocidio desmedido. Esta visión, conocida como la “leyenda negra”, ha permeado el imaginario colectivo, convirtiéndose en un dogma incuestionable en muchos sistemas educativos, culturales y en los debates públicos. Sin embargo, una mirada crítica y documentada a los hechos invita a cuestionar esta imposición y a reevaluar el legado de España en América.

No se trata de negar los sufrimientos inherentes a todo proceso de conquista, sino de desentrañar la intencionalidad de un mito que ha opacado la complejidad y las vastas contribuciones de la Hispanidad. La gestación y difusión de la leyenda negra no fue espontánea, sino una estrategia deliberada, principalmente orquestada por potencias rivales del Imperio Español. Marcelo Gullo, en su obra Madre Patria, señala que “la Leyenda Negra es el relato con el cual se deslegitimó a España y se justificó la expansión de las nuevas potencias europeas en América” (Gullo, 2021, p. 45).

Contrariamente a la imagen de exterminio sistemático, la presencia española en Hispanoamérica se caracterizó por una empresa de fundación y mestizaje sin precedentes. Mientras otras potencias coloniales priorizaron la explotación y el desplazamiento de las poblaciones nativas, España se abocó a la integración —imperfecta, sí, pero significativa— de los pueblos originarios. Uno de los pilares fue la fundación de ciudades y la creación de instituciones educativas. Ejemplos tempranos son la Real y Pontificia Universidad de México y la Universidad Mayor de San Marcos, ambas fundadas en 1551.

Más allá de la educación, el reconocimiento de la humanidad y los derechos de los indígenas fue un debate central en la Corona española. Las Leyes Nuevas de 1542 y figuras como Bartolomé de las Casas impulsaron reformas que, aunque no siempre aplicadas con rigor, marcaron un precedente ético. Como sostiene María Elvira Roca Barea en Imperiofobia y Leyenda Negra, “la Monarquía Hispánica fue la única de las potencias europeas que estableció leyes para la protección de los indígenas y debatió moralmente sobre la legitimidad de su dominio” (Roca Barea, 2016, p. 215).

El contraste se acentúa al comparar con el Imperio Inglés en Norteamérica. Mientras España fundaba ciudades y promovía el mestizaje, los colonos ingleses, en su mayoría protestantes, implementaron políticas de exterminio y desplazamiento. La doctrina de la “tierra vacía” (terra nullius) justificó la apropiación violenta de vastos territorios. No hubo universidades para los nativos, ni leyes que los protegieran, ni debates morales sobre su estatus. Las Guerras Indias resultaron en la aniquilación de tribus enteras.

Como afirmó Ricardo Levene: “los españoles vinieron a poblar y a fundar. Los anglosajones vinieron a destruir lo que encontraban en su camino y a expulsar a los nativos” (Levene, 1957, p. 125). Este diferencial, ausente en la mayoría de los programas educativos de Hispanoamérica, desmonta la visión simplista que propone la paradójicamente anglosajona leyenda negra.

Para comprender la verdadera dimensión del encuentro entre España y las civilizaciones precolombinas, es imperativo despojarse de visiones idílicas. Imperios como el Azteca y el Inca habían forjado hegemonías mediante la conquista y la tributación. La dominación azteca, por ejemplo, se sustentaba en las guerras floridas, que proveían cautivos para los sacrificios humanos. El Templo Mayor de Tenochtitlán era escenario de rituales sangrientos, como lo confirma la arqueología moderna. Miguel León-Portilla, refiriéndose a la cosmovisión náhuatl, señaló que “la sangre era el alimento divino por excelencia; el sol, Huitzilopochtli, requería de este ‘líquido precioso’ para continuar su curso diario y evitar el fin del mundo” (León-Portilla, 1959, p. 118).

Este trasfondo, muchas veces omitido en los relatos posmodernos, permite una comprensión más justa y compleja del proceso histórico.

Del mismo modo, el Imperio Inca, si bien con otras particularidades, ejerció una dominación que incorporaba la reubicación forzada de poblaciones (mitimaes) y un estricto control sobre los recursos y la mano de obra de los pueblos subyugados. Aunque los sacrificios humanos incas, conocidos como Capacocha, no alcanzaron la escala de los aztecas, sí implicaban la ofrenda de niños y jóvenes elegidos por su pureza y su belleza en cumbres andinas, como lo evidencian los hallazgos de momias como la “Niña de Ampato”. Al respecto, la historiadora María Rostworowski de Diez Canseco ha documentado la compleja relación entre religión, poder y sacrificio en el Tahuantinsuyo, destacando que “estas ceremonias tenían un profundo significado político y religioso, buscando la comunión con los dioses para asegurar la prosperidad del imperio y la legitimidad del Inca” (Rostworowski, 1988, p. 195). Así, la llegada española no se produjo en un vacío de violencia o dominación, sino en un continente donde imperios preexistentes ejercían su propio control con prácticas que contrastaban fuertemente con los valores de la cristiandad.

Pues bien, la persistencia en el precitado mito nefasto y falso en la cultura americana contemporánea es una de sus consecuencias más perniciosas. Los sistemas educativos, a menudo, reproducen acríticamente los postulados de esta quimera, generando en las nuevas generaciones una visión sesgada y, en muchos casos, un sentimiento de culpa infundado. Esta narrativa ha sido instrumentalizada para fines políticos, alimentando divisiones y dificultando una comprensión integral de nuestra herencia cultural. Al desconocer los matices y las complejidades de la Conquista, se pierde la oportunidad de entender la riqueza del mestizaje y la impronta de la cultura hispánica en el continente.

La desinformación histórica, que es intencional, no sólo empobrece nuestra comprensión del pasado, sino que también dificulta la construcción de un futuro más cohesionado. Las consecuencias de esta narrativa falaz se manifiestan en la negación de los profundos lazos culturales y lingüísticos que nos unen, y en una persistente autoflagelación innecesaria que impide valorar la vastedad y la profundidad de la civilización que se gestó a partir del encuentro de dos mundos.

Frente a este panorama, la tarea no es la negación de la historia, sino su revisión crítica y sincera, despojada de prejuicios y manipulaciones. Es imperativo que la reflexión filosófica y la investigación histórica nos permitan trascender las narrativas simplistas y comprender la complejidad de los procesos que nos han configurado. La persistencia de la leyenda negra nos ha privado de una visión completa, oscureciendo, por ejemplo, el hecho que mientras en los virreinatos hispanoamericanos la Corona Española promovía el acceso de nativos y mestizos a universidades y escuelas desde el siglo XVI, la plena integración de la población afroamericana en el sistema educativo estadounidense, junto a los blancos, no se concretaría, y de manera muy precaria, sino hasta la década de 1950 y 1960. Este contraste no es menor, porque revela una idiosincrasia profunda en la concepción de la inclusión y la dignidad humana por parte de ambos imperios.

¿Es posible, entonces, liberarse de las cadenas de una historia contada por otros, y abrazar esa visión más matizada de nuestro pasado? ¿Podemos, como pueblos hispanoamericanos, reconciliarnos con la totalidad de nuestra herencia, incluyendo sus luces y sombras, sin caer en la dicotomía estéril de víctimas y victimarios absolutos? A pesar de la sombra que aún proyecta la leyenda negra, existe una esperanza. La creciente disponibilidad de información, el surgimiento de nuevas voces y la voluntad de muchos investigadores de desenterrar la verdad, nos permiten vislumbrar un futuro donde la historia se cuente con mayor rigor y honestidad. Es en este reconocimiento de nuestra compleja identidad, forjada a partir de la mezcla de culturas, de la lucha y la colaboración, donde reside la clave para construir sociedades más justas y conscientes. La revisión del pasado no es un ejercicio del rencor, sino una oportunidad para la comprensión y, en última instancia, para la reconciliación con nosotros mismos y con nuestra herencia compartida, de la cual, no tenemos nada de qué avergonzarnos o pedir perdón alguno.

 

Alvaro Medina

Compartir
Publicado por
Alvaro Medina
Etiquetas: conquistahistoria

Entradas recientes

El Grafeno amenaza al Litio y al Cobre

El grafeno podría revolucionar la industria energética y minera, pero Chile aún no acelera su…

49 minutos hace

Si soltaron a los Demonios… ¿cómo se vive entre ellos?

Fidel Améstica, cual Virgilio, nos lleva por los caminos de la estética de los demonios…

5 horas hace

Gaza entre ruinas y tregua: el retorno que duele

Tras el alto al fuego entre Israel y Hamás, miles de gazatíes emprenden el regreso…

6 horas hace

Nuevos escenarios para las Pymes

El Encuentro Nacional de la Pequeña Empresa (ENAPE) 2025 reunió a líderes gremiales, autoridades y…

6 horas hace

¿Sesgo en la Inversión Pública?

El debate presupuestario para 2026 revela tensiones entre inversión pública y gasto corriente. Más allá…

6 horas hace

Deuda habitacional

La crisis financiera del MINVU amenaza con paralizar proyectos habitacionales clave en Chile. Más allá…

6 horas hace