Fidel Améstica nos relata las versiones que enfrentan al payador con el diablo en sus distintas formas.
Por Fidel Améstica.- Ningún cantor que cante / menosprecie a otro que canta; / unos cantan lo que saben / y otros saben lo que cantan. (Prólogo a Contrapunto del Tarifeño y el diablo, de Alfonso Ureta. Alquimia Ediciones, 2024, 90 pp.)
Al diablo… nadie lo ve llegar. Como nadie, conoce el mundo donde se enseñorea, y hasta con Biblia en mano. Más que vencerlo, hay que burlarlo. No tanto el de las posesiones demoníacas, sino que el de las triquiñuelas y los embustes, el embaucador. Así lo pinta la oralidad del pueblo al menos. Y una forma de mantenerlo a raya es con versos, y si cantados, mejor. La luz de la poesía lo saca de su sombra.
En la América hispana, un arquetipo con raíces medievales nos dio cuatro contrapuntos míticos para la paya, modélicos: Francisco «El Hombre» y el diablo, en la cultura vallenata del caribe colombiano, donde ambos se enfrentaron con melodías en acordeón y el triunfo lo obtiene Francisco cantando el credo al revés; Florentino «Cantaclaro» y el diablo, en los llanos de Venezuela; Santos Vega y Juan sin Ropa, para los rioplatenses; y el Mulato Taguada con Don Javier de la Rosa en Chile. Y las recreaciones, abundan. Los tres primeros tienen como antagonista al macuco, y en Argentina y Uruguay, el coliflecha está personificado en Juan sin Ropa. El de Chile es distinto, no es el pata ’e cabra, sino que un pequeño hacendado venido a menos.
Ver también:
La respuesta del taimado: Ilíada, rapsodia IX, verso 378
A 5 años del estallido: “¡Pase nomás, vecino! ¡Estamos luchando por usted!”
Con referencia a los tres últimos, Marcelino Román ve en Santos Vega, Florentino y el Mulato historias de lo que él llama «las derrotas del pueblo» (Itinerario del payador. Buenos Aires. Editorial Lautaro, 1957, pp. 304-312), ámbito en el que en absoluto calza Francisco «El Hombre». La lectura o visión del estudioso argentino, pienso, es muy restringida y sesgada. Como modelos, estos contrapuntos trascienden las contingencias políticas e ideológicas, así como las oposiciones sociales. Apuntan también a los límites humanos de cualquier excelencia o habilidad que se ejerza, señalan los tintes de la poética en el arte de la paya o improvisación en versos: «Más sabe el diablo por viejo que por diablo».
El contrapunto de Taguada y De la Rosa se ha tomado como un hecho histórico tanto por el canto a lo poeta como por la academia, algo que es necesario mirar con el ceño fruncido. Si bien Don Javier de la Rosa no es el diablo, es un payador que porta un saber distinto, más erudito y viajado, conocedor de la Biblia, letrado, con otra sabiduría frente al ingenio y arrojo del pueblo que encarna el Mulato Taguada. Diría que son dos aspectos de la paya que van de la mano, uno no es sin el otro, y prueba de esto es que después de ser vencido el Mulato, muerto luego por mano propia o ajena, nada más sabemos del vencedor, se lo traga el silencio de la historia. O los dos ganan o los dos pierden, vale decir, ingenio y sabiduría son una sola esencia, nada es el instinto sin el cultivo. Se ha mitificado más de la cuenta al oponer en estos personajes al pueblo con quienes lo oprimen sin observar bien lo que la tradición nos ha heredado. Ambos son pueblo.
Las fuentes más antiguas con que contamos son dos recreaciones en coplas por pregunta y respuesta: una del poeta Nicasio García en un pliego de 1895 y la otra de Antonio Acevedo Hernández en su libro de 1933 Los cantores populares chilenos, pero también en un relato de 1953 que incluye en su Retablo pintoresco de Chile. Hay otra versión de 1912 de Disiderio Lizana, pero la recoge a medias de la oralidad. No obstante, la referencia escrita más antigua data de 1866, cuando habla de este contrapunto Adolfo Valderrama en su Bosquejo histórico de la poesía chilena, sin que nos quede claro si realmente conoció a los payadores de su época este autor.
La versión de García se sitúa en Curicó, y Pereira Salas la fecha en 1790; la de Acevedo Hernández, en cambio, en San Vicente de Tagua Tagua, en 1830, y así también Rodolfo Lenz. Claramente, por estos datos y marcas textuales en las recreaciones en coplas, ambas versiones provienen de dos fuentes orales distintas. Que haya ocurrido antes o después de la Independencia es un dato de interés a investigar. Por otro lado, si bien se señala que la tierra de Don Javier de la Rosa era Copequén, no hay ningún tipo de registro o testimonio que acredite la existencia de ese apellido en esa localidad entre los años indicados; y de Taguada, sabemos que era mulato, quizás con alguna ascendencia mapuche, y, además, maulino, si bien su apellido tiene cercanía sonora con Tagua Tagua, y si lo pensamos más todavía, maulino puede ser por el Maule y, también, por «maula».
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Es en este marco de tradiciones que aparece este Contrapunto del Tarifeño y el diablo, de Alfonso Ureta. Es una historia antigua que solía referirla Osvaldo «Chosto» Ulloa († 2010) en Pirque; y antigua no por el tiempo histórico, sino que por estar en una época remota e indefinida. Y el primer mérito corresponde a que es la primera versión en estrofas, no en coplas esta vez, sino que en décimas. Y hay varios antecedentes a considerar.
Primero, Pirque es una zona donde el mandinga es conocido por el pacto que selló con el político y comerciante Ramón Subercaseaux Mercado (padre del homónimo diplomático y pintor, y abuelo de Pedro Subercaseaux, también pintor) para la construcción del canal en 1834 y así poder asegurar el regadío de sus predios.
Asimismo, se dice que es lugar de brujos, tanto del bien como del mal. De hecho, el cantor melipillano Miguel Huerta, medio en broma y medio en serio, decía que don Chosto era un brujo. Y por el 2004, en Maipú nos contó que la noche anterior un cuervo con chupalla se había parado en la ventana de su pieza y que lo echó de un zapatazo que aventó desde su cama, y le dio en la cabeza, saltando la chupalla a cualquier parte, y lo contaba a mandíbula batiente. Lo que Miguel Huerta no sabía era que ese día Chosto fue golpeado por una libre Metrobús mientras andaba a caballo y había quedado con toda la cara morada. Quizás, a lo mejor, quién sabe, el brujo era otro… De todos modos, a Osvaldo «Chosto» Ulloa siempre lo consideré como a nuestro Robert Johnson del guitarrón y el canto a lo poeta.
En otro ámbito, si bien Pirque no fue el lugar donde se inventó el guitarrón de 25 cuerdas (o guitarra grande), se la considera como su cuna por ser aquí donde se acunó su cultivo cuando desapareció en otros sectores como Renca o Colchagua. Y las cuerdas que se baten a los costados del diapasón se llaman «diablitos».
Sobre el nombre «Tarifeño», este proviene del gentilicio de Tarifa, región por donde entraron los almorávides a fines del siglo XI a la península ibérica no solo para socorrer a los reyes moros ante el cerco de Alfonso VI, sino para tomarse toda Andalucía; hechos que aparecen versificados en el Cantar del Mío Cid. «Tarifeña» o «Tarisveña» es como se conoce en Pirque también una melodía para cantar décimas llamada «La Segundina», por ser don Segundo Correa, de la zona de Las Cabras en la Región de O’Higgins, quien la cantaba con un sello particular, aunque no fue él quien la compuso. Variantes de esta palabra son «Tarisveño» y «Tarisfeño». Hay un ingrediente morisco en esta historia que se ha chilenizado.
Y un elemento a destacar es que Alfonso Ureta retoma el arquetipo del duelo con el diablo, y esto es posible cuando un rasgo de arrogancia se apodera del protagonista, quien busca a un contrincante con quien se pueda medir y mostrar su valía. Este exceso o hybris, de creer estar más allá de los límites humanos, es lo que alienta la presencia o soterrada aparición demoníaca, porque «no es lo mismo llamar al diablo que verlo llegar».
En este sentido, me sería imposible no recordar un parlamento del filme El abogado del diablo, donde Al Pacino se luce ante su abogado aprendiz interpretado por Keanu Reeves, toda una promesa para las grandes ligas de la litigación, otra forma de contrapunto, pero sin canto:
No seas demasiado engreído, muchacho, sin importar lo bueno que seas; y nunca dejes que te vean llegar, eso lo arruina, amigo mío. Debes mantenerte siempre pequeño, inocuo, ser siempre el pequeño; debes ser el tonto, el mago desempleado. ¡Mírame a mí!, ¡subestimado desde el principio! Nunca pensarías que soy el amo del universo, (…) Tengo la mano bajo la falda de la Mona Lisa. Soy una sorpresa… Nunca me ven llegar, y eso es lo que te falta, (…) Aquí hay un pollo, juega al tic tac, nunca pierde, ¡es famoso, nunca pierde!, ¡como tú! … ¡Conoce el subterráneo [subway]!, ¡úsalo!
Un recurso al que acude Alfonso Ureta es al ingreso de un narrador, también en décimas, cuya voz pone en situación el relato decimado, como ayuda al lector/oyente, con intervenciones precisas. Y a diferencia de Taguada, el Tarifeño sí tiene conocimientos bíblicos; más incluso, musicales, pues es de consuno sabido que tocó un acorde con la «postura de cruces», algo que no sabemos exactamente qué es, pero que produce acordes y sonoridades que el tritono diabólico de seguro no puede soportar, porque «más vale un pan con Dios que dos con el diablo».
Conociendo la trama, el poeta sabe cómo resolver el fin del contrapunto y alcanzar un destino opuesto al de los próceres de los contrapuntos míticos americanos para el héroe payadoril.
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Finalmente, y con independencia del juicio o valoración que los lectores/oyentes puedan hacerse de esta recreación poética, esta pequeña obra da una señal potente al resto de los poetas: hemos dejado de recrear y actualizar tópicos antiguos. Las historias arquetípicas llaman e invitan a que se las cuente una y otra vez, son vetas inagotables, infinitas como los caminos sobre una esfera. ¿Y qué razón habría para ello? Quién sabe, solo que «donde el diablo puso la mano, queda huella para rato».
Lo novedoso, ¡qué paradoja!, es que la innovación a veces está en volver a lo que ya existía. Y bueno es que lo haga un pircano en este caso. Del contrapunto del Mulato Taguada y Don Javier de la Rosa, hay varias versiones y recreaciones, no solo en coplas, también en la dramaturgia con Juan Radrigán (El encuentramiento), la canción («Noche de contrapunto», de Rolando Alarcón) y la novela, con Taguada, de Andrés Montero. El Contrapunto del Tarifeño y el diablo invita a prolongar este desafío al que se sintió llamado nuestro amigo y autor poeta. La pelota ya echó a correr. No fuera que si el diablo no tiene qué hacer, mate moscas con el rabo; y a falta de hijos, nos dé sobrinos, porque es cosa de ver la cantidad de diablillos que lo abordan a uno en la calle llamándonos «tío», ante lo cual no queda más que decir: «Al último sobrino lo maté ayer».
Enhorabuena, vamos al contrapunto, hasta dar con el mal que camina sobre la tierra. El Tarifeño ya lo hizo, así que solo basta seguir la huella. No hay que inventar la rueda, y muy bien lo sabe Alfonso Ureta. ¡Con qué alegría voy a estas décimas!
Vale. Por ahí nos vemos.
Este texto es el prólogo del libro “Contrapunto del Tarifeño y el Diablo”, de Alfonso Ureta Munizaga.