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Dr. Teófilo Villa Toledo: “Yo soy sanbernardino, mi sangre es sanbernardina”

Desde Santa Clara a San Bernardo, el doctor Teófilo Villa narra su travesía de vocación, exilio y servicio público. Una historia de gratitud, resistencia y defensa de la Atención Primaria como pilar olvidado de la salud en Chile.

Por ElPensador.io.- Esta es una historia de sincronías y causalidades. Créase en ellas o no, aquí constan. Hace pocas semanas, el querido y respetado médico cubano Teófilo Villa colgó su estetoscopio en el Centro de Salud Familiar (CESFAM) Juan Pablo II, en la comuna de San Bernardo, y pasó a un merecido —aunque parcial— retiro. Nueve días antes de ese trascendental cambio, nos recibió con absoluta amabilidad y sin apuros para repasar con él su vida, sus recuerdos de infancia y adolescencia en su natal Santa Clara, su llegada a nuestro país y lo que —según su convicción— debe ser la atención en la salud pública. “Soy el hombre más feliz del mundo”, declaró.

Primeros años

¿Cómo podría describirnos su niñez y juventud en Cuba?
Yo nací en una ciudad que se llama Santa Clara, en la provincia de Villa Clara. Tengo muy buenos recuerdos de mi infancia y adolescencia, con dos padres que se querían mucho. Éramos dos hijos: mi hermana menor y yo, con dos años de diferencia. Mi papá era obrero, chofer; lo vi manejando taxis, micros, camiones con acoplado. Por eso, desde pequeño, soñaba con convertirme en conductor. Me iluminaba esa idea. Mi mamá era dueña de casa. Trabajaba lavando ropa, planchando, y nos ponía a mi hermana y a mí a hacer pequeñas tareas para mantenernos tranquilos. Nunca nos faltó comida, ni cariño, ni lo esencial. En esa época no teníamos televisión; la entretención venía principalmente de la radio.

¿Qué tipo de música se escuchaba en su hogar en ese tiempo?
De pequeño no escuchaba música. Empecé como a los 11 años, cuando descubrí a Julio Iglesias, Dyango, Roberto Carlos. Pero lo más fuerte en mi memoria es el ambiente familiar. Cerca de mi casa vivían unas hermanas de mi papá con sus familias. Todo era muy de compartir con los primos y primas. Nos juntábamos por las noches: los mayores jugaban cartas, los niños correteábamos, saltábamos, nos enojábamos (ríe)… Esa armonía y nobleza me marcaron para toda la vida. Mi papá era muy querido por sus hermanas, y con sus hermanos tenía cierto liderazgo. Con el tiempo entendí que siempre lo consultaban para las grandes decisiones. Era un gran apoyo para mis abuelos, porque él gestionaba las horas médicas y tenía el vehículo para transportarlos. En resumen, mi papá les solucionaba los problemas.

¿Alguna comida preferida que se le venga a la mente de esos años de infancia?
Bueno, mi madre es hija de español, así que recuerdo de inmediato los postres. En mi casa no podían faltar. Mi mamá siempre tenía mermeladas, dulces en barra o pelotitas de dulce de leche, de coco… No sé de dónde inventaba tanto postre, pero era muy habitual. Venía heredado de la cultura española, sobre todo del papá de mi papá, que era catalán. No se comía sano, en honor a la verdad (ríe).

Doctor, ¿qué lo llevó a estudiar Medicina, dejando de lado el sueño infantil de ser chofer?
Estudié Medicina por vocación. Mis padres me inculcaron que podía ser un buen médico, que tenía las herramientas desde el punto de vista académico, ya que tenía buenos promedios en el colegio. En Cuba, al igual que acá, había que rendir la Prueba de Aptitud Académica. Cursé muy bien los estudios primarios y secundarios —lo que aquí es la Enseñanza Media— y llegó el momento de decidir qué estudiar. Podía elegir tres carreras. La primera que pedí fue Medicina; también pedí Derecho y, en tercer lugar, Ingeniería Agrónoma. Era una combinación dispar, y al entrevistador lo descoloqué porque pensaba que pediría Odontología u otra carrera relacionada con la salud. Pero yo estaba convencido de que con el puntaje que tenía podía entrar a Medicina. Las otras opciones las puse solo para completar el trámite. Así fue: obtuve Medicina como primera opción y estudié en la Universidad de Ciencias Médicas de Villa Clara, que lleva el nombre de Serafín Ruíz de Zárate, un gran médico de la zona que luego sería ministro de Salubridad y Asistencia Social de Cuba.

Estudios y amor

¿Cómo fue ese cambio de vida? Había que mudarse de ciudad, ¿sintió ese peso o disfrutó la experiencia de salir de casa?
A mí me becaron, fui becado. Entonces iba algunos fines de semana a mi casa, y otros fines de semana por medio. Fue una época de mucho sacrificio, aunque vivía en un albergue donde me ofrecían comida por un tiempo: desayuno y, durante un periodo, cena por las noches. Fue lindo. Éramos tan jóvenes, teníamos 22 o 23 años. Me hice amigos que venían de distintas localidades, me invitaban a sus casas, había mucho compañerismo. Fue en esos años que me enamoré de quien hoy es mi señora: llevamos 43 años de relación. La conocí cuando yo tenía 22 años, ella 21, venía de otra ciudad, estudiábamos juntos y el amor se fue dando. Me acuerdo de un profesor que nos vio pololeando y nos dijo: “Recuerden que la novia del estudiante nunca será la mujer del médico”. Y aquello me picó (sonríe conteniendo una carcajada). Por encima de todo, nos quisimos tanto y formamos familia, que lo que dijo aquel maestro —un profesor de Anatomía muy querido y respetado— en mi caso se fue a las pailas esa filosofía de vida (ríe). Nuestro amor nunca fue caprichoso. Siempre hemos funcionado en equipo, como familia, y nunca fue forzado. Nos casamos después de cinco años de pololeo, tuvimos tres hijos y la vida fue fluyendo.

¿Cuándo y por qué decidió venir a Chile, doctor?
Mira, llegué a Chile con aproximadamente 38 años. Ya me había graduado de médico en 1983, y había cursado en Cuba una carrera funcionaria bien, normal, como siempre me he portado en la vida: correcto, sin indisciplinas, obediente. Hice allá un postgrado hasta 1986, fueron tres años de servicio social —como el Servicio País en Chile— y luego una especialidad en epidemiología, que me tomó cuatro años. La terminé un 12 de mayo de 1989, y como debía pagar esa especialidad, el Estado me ubicó en una unidad municipal en Santa Clara.

Salud en terreno

Allí trabajé con médicos de familia, y las labores eran en terreno. Eso me encantaba, porque me sacaba de la oficina y me hacía trabajar tres o cuatro veces por semana en tareas como monitorear y fiscalizar programas de tuberculosis, control sanitario internacional, y brotes de enfermedades transmitidas por alimentos.
En ese tiempo, muchas personas viajaban desde Cuba a África, especialmente a Angola, por motivos estatales. Cuba estaba libre de paludismo, pero había casos importados. También enfrentábamos brotes de intoxicación alimentaria y meningitis meningocócica.
Siento que esas actividades en terreno trazaron mi destino. Estuve allí unos ocho años.

Crisis y ciencia

En 1990, tras la caída del campo socialista y la desmembración de la Unión Soviética, Cuba dejó de ser subsidiada. Comenzaron a aparecer muchos casos de neuropatía epidémica, que se manifestaban como polineuropatías: personas con problemas para caminar, neuritis ópticas, pérdida súbita de visión. Todo esto se debía a shocks nutricionales, porque la gente no se alimentaba bien, seguía haciendo grandes esfuerzos físicos, y no dejaba de consumir alcohol de dudosa procedencia, además de tabaco y habanos. Fue como una bomba para el organismo. Esa epidemia duró unos tres años. Yo integré un equipo que estudió la neuropatía epidémica y concluimos que se debía al shock nutricional. Pero decir eso en ese momento no era políticamente correcto. Decir que la gente tenía hambre no se podía. Las autoridades nos ofrecieron retractarnos, darle otra vuelta al enfoque. No lo hicimos. Seguimos con nuestra visión basada en la ciencia. Eso nos costó la categoría docente en la universidad. Ya no podíamos pararnos frente a los estudiantes. No éramos considerados un buen ejemplo. El trabajo se volvió burocrático, frente a una muralla, ocho horas al día.

Momento clave

Coincide históricamente con los años 1986–1987, cuando se gestó la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba, un país muy cerrado. El Pontífice pidió que Cuba se abriera al mundo. Como muestra de gobernabilidad, Fidel Castro, que nunca se quitó el traje verde oliva, hizo una apertura. Yo estuve implicado en toda esa situación a nivel local. El Papa visitó mi ciudad, Santa Clara, el 22 de enero de 1998. Para eso hubo una preparación enorme: del gobierno, de las iglesias, de todos. Yo participé activamente. Gracias a esa apertura, el sistema flexibilizó un poco las formas de emigrar. Nosotros éramos como la mugre que había que barrer bajo la alfombra. Yo sabía que debía salir del país. No era líder ni preso político, pero el sistema ya no me soportaba. Fui a la embajada de Costa Rica, donde no me dieron visa. En la de España me exigían nacionalizarme, y no tenía tiempo. Entonces fui a la embajada de Chile, donde presentando documentos de propiedad en Cuba, el proceso era más fácil. Esto fue en agosto de 1998. Me entrevistó un cónsul, me preguntó por qué quería venir. Le presenté una propiedad de un autito, la casa que habitaba, una cuenta bancaria en pesos cubanos. Dejé mis papeles. A los pocos días me llamaron: tenía aprobada la visa de turista. Ahí dejé de dormir (ríe). Arranqué para La Habana con el pasaporte, estampé la visa chilena de turismo —con prohibición de trabajar— y el 16 de octubre llegué a Chile.

El arribo

¿Fue un comienzo de cero? ¿Conocía a alguien aquí?
Conocía a otros cubanos que estaban viviendo en Pedro Aguirre Cerda, en Matta con Departamental, y me dieron alojamiento, durmiendo en el piso sobre una colchoneta. Al comienzo fue difícil, muy difícil, pero siempre hay manos que se tienden. Por eso mi agradecimiento eterno a San Bernardo, a la doctora Nelly Morales, a la señora Rosario Senti, al jefe del Departamento de Salud de esa época, Héctor Medina Cornejo, a Mirta Riveros… Personas que me acogieron sin conocerme, sin tener mis papeles validados en Medicina, pero confiaron en mí, en mi conocimiento y experiencia, y me dieron la oportunidad de trabajar aquí, donde llevo 27 años.

El shock con la medicina local

¿Cómo fue encontrarse con la forma en que se administra y trabaja la salud en Chile, en comparación con su país?
No fue un cambio de 180 grados, pero sí fue un shock. Yo estaba acostumbrado a una Medicina más paternalista, me formaron en la atención como un sacerdocio, en conversar con el paciente. No era solo dar una palmadita en el hombro y chao. Llegué con 15 años de ejercicio profesional y no podía cambiar de raíz. Venía con esa formación: atención como vocación, como servicio. No me voy a etiquetar diciendo que soy más papista que el Papa, pero eso explica por qué la gente notaba un trato diferente. Hablaba con personas que habían vivido el quiebre del 73, que tenían alguna filiación política, y se acercaban a conversar. Era una especie de asistencia espiritual con disciplina militar. Nunca he llegado tarde a mi trabajo. Si un paciente está citado a las 08:00, lo atiendo a las 08:00. No hago esperar a la gente.

¿Ha sido feliz en Chile?

¡El hombre más feliz del mundo! (dice con pasión). No soy más chileno que nadie, pero muy feliz como hombre aquí. Da lo mismo el frío, el calor, si hay sol o está nublado. Ver a mis hijos crecer acá, verlos comer, entrar a un mercado, caminar por estas calles —aunque se han puesto peludas— me llena de gratitud hacia los chilenos. Cuando pude hacerme chileno, lo hice.

Juan Pablo II: una sincronía y un hogar

¿Qué recuerdos se lleva de este consultorio?
Muchos. Un momento muy emocionante fue cuando me eligieron “Rey Feo” aquí en el CESFAM, que es mi hogar, durante unas competencias de alianzas por el aniversario del centro. Me vestí de huaso. La gente siempre me ha hecho sentir cariño de distintas maneras. Los recuerdos más bonitos son la gratitud: que la comunidad me haya aceptado y que yo haya podido servirle. Me llevo el cariño de personas de todos los barrios: Los Copihues, Los Olivos, Avenida México… Gente que te ve en el pasillo y te saluda. Definitivamente, ¡San Bernardo es mi comuna! Yo soy sanbernardino, mi sangre es sanbernardina. Y qué casualidad que quien me abrió las puertas para salir de Cuba fue Juan Pablo II, y que el consultorio en que trabajo se llame igual. ¡Eso llegó del cielo! Orgulloso he representado a este consultorio en distintos lugares. Hice un diplomado en Medicina Familiar y me paraba frente a otros profesionales para contarles lo que hacemos acá.

Un futuro sin delantal blanco

¿Cómo se imagina la vida ahora sin delantal?
Es difícil desprenderse del delantal. Lo que no voy a tener es agenda ni formularios que llenar, algo que me agobia por problemas de visión y por la presión tecnológica. Ayer, por ejemplo, me llevé dos formularios a casa y los completé fuera de horario. Pienso seguir ejerciendo la profesión de forma más pausada, pero sirviendo igual. No trabajaré por bonos ni veré pacientes cada quince minutos. Donde vaya, tienen que aceptar que los atienda cada veinte o treinta minutos. Me baso en atender bien, no en recetar paracetamol, sino en conversar con las personas.

¿Qué le falta al médico chileno?

No diría que le falta humanizarse. Creo que el médico cubano y el chileno provienen de sistemas de formación distintos. En Cuba, el médico es un proletario de la salud, un demócrata de la salud. No es un dios, es parte del equipo, con liderazgo, pero la razón casi siempre la tiene el paciente. El esquema de valores es diferente. No doy consejos, no juzgo. Es un tema de sistema y de cómo nos formaron.

El reconocimiento a la Atención Primaria de Salud

Casi al finalizar la entrevista, interviene la enfermera Claudia Caniuman y pregunta: Si usted fuera una autoridad en las cúpulas más altas, ¿qué le falta a la Atención Primaria de Salud para ser reconocida por su importancia hacia la comunidad?

Estoy convencido de que la Atención Primaria de Salud (APS) es la base del sistema. Pionero en este tema fue Salvador Allende, quien ya en los años 30, 40 y 50 impulsó los policlínicos adosados a hospitales. En 1976, en la antigua Unión Soviética, se declaró que la Atención Primaria era la base de la salud. Algunos países la adoptaron como política, otros no. Chile no ha querido hacerlo plenamente. El 75% de la población debe ser atendida en APS, que es la base de la pirámide. Por eso, la mayoría de los recursos deben inyectarse aquí. No se puede convertir la Atención Primaria en una herramienta política. Me voy contento y satisfecho porque Chile está siendo atendido por sus propios hijos. La gran mayoría de médicos son chilenos, hijos de profesores, obreros, gente de esfuerzo. La masa de recursos humanos en Enfermería, Nutrición, Psicología, Terapia Ocupacional, etc., es un lujo. Pero quisiera que las autoridades que dirigen la salud hayan pasado primero por la Atención Primaria. Muchos vienen del hospital y dirigen con enfoque hospitalario, como si el hospital lo resolviera todo. Y no es así. Tiene que haber una sensibilidad distinta. La salud debe despolitizarse. Los tecnócratas administrativos deben focalizar los recursos en la Atención Primaria, donde se resuelven tres cuartas partes de los problemas de salud. Aquí llegan los inmigrantes, los jubilados, los que se van de las Isapres. Atendemos al 80% de la población, muchas veces con recursos vergonzosos. Es vergonzoso sentarse aquí y no tener una clorfenamina o un paracetamol para ofrecerle al paciente que se levantó a las cinco de la mañana. Esas cosas, definitivamente, tienen que cambiar.

 

Alvaro Medina

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