Por Patricio Hales.- Viejas cornisas, balustres y frontones fluyen de mi mano al papel, mostrando el clasicismo de nuestro Congreso Nacional. Lo proyectó Brunet de Baines y Hénault en el siglo XIX. Es el neoclásico, que construyó lo nuevo revalorando el pasado de la antigua Grecia.
En este viejo recinto se hace la Nueva Constitución. Aquí, algunos expresan la necesaria pasión por lo nuevo, repudiando el pasado político. No consideran que, así como la arquitectura, el pensamiento y la política se construyen con las raíces del pasado. La emoción, indispensable en política, parece reemplazarla. Miro el edificio en que sesiona la Constituyente mientras dibujo capiteles de hojas de acanto diseñados hace 2 mil 500 años. Cuando discrepo de ciertas propuestas constitucionales no consigo diálogo. En vez de explicarme mejor sus propias ideas, algunos prefieren repetirme un estribillo casi religioso, que no entendemos que las cosas han cambiado, que el estallido y el 80% del plebiscito ya rechazó los últimos 30 años. ¿Qué más culpas debemos asumir por nuestros errores y omisiones políticas para conseguir un debate respetuoso y construir una Carta común?
En el edificio de la Nueva Constitución, sus diseños viene de milenios y, como verdades construidas, acogieron el pensamiento, el diálogo socrático, el justo medio aristotélico que, a algunos, no parecen recordarle la viejísima certeza de que todos los cambios tendrán sentido y permanencia si es que se construyen con las raíces del pasado que queremos cambiar. Si no se hace así, el enojo presente será solamente moda, ideas pasajeras, entusiasmos efímeros, emociones que no tendrán nunca el peso del capitel corintio que un francés copió de Grecia, para los pilares fundantes del Congreso Nacional de Chile.
(Croquis de Patricio Hales)