Este progresismo reaccionario no tenía ningún proyecto de nueva sociedad… su sueño es hacer una mejor sociedad instalando clínicas para realizar abortos, dice el sicólogo Rodrigo Larraín.
Por Rodrigo Larraín.- La ministra de la Mujer y Equidad de Género se refirió al anuncio del Presidente en su última cuenta, de presentar un proyecto de aborto libre. La ministra añadió que sentía que opinar sobre el proyecto de marras “es una discusión centrada en la chimuchina para saber quién supo primero”.
Justificó que ese proyecto “forma parte del programa de gobierno, es algo en lo que se ha estado trabajando intersectorialmente en cuanto a derechos sexuales y reproductivos en varios ámbitos”.
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Posiblemente todo eso sea cierto; pero hay una cuestión de fondo y evidente: la licitud de asesinar a una persona en el vientre de su madre.
Se trata de la iniciativa de un gobierno que se declaró feminista, ecologista y, por cierto, progresista; manera esta última, para no decir izquierdista o socialista en todas sus variedades.
Pero este progresismo reaccionario no tenía ningún proyecto de nueva sociedad, ninguna utopía o sueño de nueva convivencia entre los seres humanos, cuestiones tan propias de la izquierda.
No, en vez de irse a la montaña, construir un foco o armar un gran levantamiento de masas, a riesgo de perder la vida, su sueño es hacer una mejor sociedad instalando clínicas abortivas.
Entonces, no se es revolucionario favoreciendo a la industria del aborto, con el riesgo de perversas ingenierías sociales que lo usen con fines racistas -como ese alcalde de Nueva York que se ufanaba de que dar facilidades para el aborto de mujeres de color había bajado la criminalidad en la ciudad- capitalistas y misóginos que dio base a la industria del aborto y que supo vender muy bien a un feminismo mal arraigado y estructurado en la idea del aborto como derecho.
El aborto es el resultado de una relación entre una mujer y un hombre que no tienen ideales y proyecto común; también resultad de una pareja que no tiene siempre los medios ni deseos de formar un hogar; pero el feto no es responsable de nada, absolutamente de nada.
Por eso, en una época en que abundan los anticonceptivos de todas clases, en que los fallos son mínimos, en que la mayoría de los adultos y adolescentes saben cómo se engendran los hijos, evitar el parto liquidando al niño parece absolutamente reprobable, porque es un homicidio.
A eso se debe que los defensores de este crimen dan argumentos entre absurdos y falaces. Decir que las niñas ricas van a abortar al extranjero es como decir que las personas con mejores niveles de educación no saben cómo se controla la fertilidad, además que se insinúa que se deben imitar los delitos cometidos por el estrato alto; entonces absolvamos a todo pobre que comete los mismos delitos que los ricos. Linda manera de nivelar en base a la envidia.
Otros más audaces ponen al aborto como la última de las modernizaciones. Se expone un listado de avances progresistas desde los inicios de modernidad capitalista; como son, el derecho a voto, el voto femenino, la igualdad de todos los niños que nacen, el divorcio, el control natal y… el aborto, como última conquista emancipatoria.
La libertad de eliminar a un inocente no es un rasgo de ninguna modernidad. Para qué recordar el respeto de los derechos humanos.
Hablar livianamente de la muerte de un inocente no libera de nada, tan sólo refleja las ideas y la moral de tales sujetos que son cualquier cosa, menos progresistas, modernos, liberadores o revolucionarios, son sólo enemigos del sueño de que la tierra sea el paraíso de toda la humanidad. Sería una tierra regada con la sangre y otros restos de niños inocentes.
Rodrigo Larraín es sociólogo y académico U.Central