Por Hugo Cox.- Asistimos a un proceso lento, pero que al mismo tiempo es el signo de los tiempos. Me refiero al cambio. Pero, ¿qué significado tiene el cambio en una sociedad cada vez más compleja, en que las fuerzas primarias que conforman la crisis (en salud, debido a la pandemia de Covid; económica; social) se manifiestan en un estado de anomia que se visualiza en un desorden desestructuran te, con comportamientos violentos que incluso han llegado a la escuela?
Lo que sostenía a las sociedades en el siglo XX eran la escuela, la religión, y la familia. Hoy, eso está totalmente cuestionado. Los elementos antes mencionados permitían el anclaje de la sociedad y compartían un mínimo común. Ahora, sin embargo, se han disuelto y entramos de lleno en la postmodernidad.
Con ausencia de relatos que abarquen a la sociedad, surgen relatos parciales basados en una nueva tríada confirmada por el indigenismo, el feminismo y el medio ambiente. Entramos en una sociedad contractual en que todo se vuelve líquido, pues no hay un orden simbólico manifestado en una autoridad o en límites.
El peligro estriba en que, ante esta situación, surjan regímenes que pretendan controlarlo todo o casi todo. Por otra parte, las democracias liberales, como fuerza de integración, buscan crear elementos culturales diversos en que coexistan diversas ideologías y asegurar un clima de orden a partir del respeto al Estado de Derecho.
Esta aproximación al estado actual de cosas da cuenta de que la anomia y la violencia hacen difícil la construcción de un orden que asegure una integración social.
Pero en un cuadro en que un sector siente que es víctima y utiliza este elemento como factor de presión frente al poder político, son más complejas las soluciones.
El texto constitucional -que se supone es el instrumento para solucionar los conflictos- vive su aprobación en términos binarios, en una sociedad que dejó de ser binaria. Colocar las opciones “Apruebo” o “Rechazo”, donde aprobar es ser “progresista”, y rechazar es ser “conservador” y defensor de privilegios, plantea una salida que no es del todo correcta.
El ser “conservador” no es oponerse al cambio, sino que haya un cambio en función de una dirección basada en la historia. Leyendo a un columnista del diario electrónico ElPensador.io, Sebastián Rumie, leo que:
“Edmund Burke fue, en este sentido, un crítico de la Revolución Francesa. Según él, aquella pretendió acabar con el Antiguo Régimen en el nombre de ideas abstractas (fraternidad, igualdad y libertad) que no se enraizaban en la tradición. De hecho, esta revolución puso la capacidad racional, moral y el voluntarismo humano en el centro del cambio, precisamente con el fin de refundar a la sociedad francesa. Por ende, considerando que el proceso constituyente chileno también aboga por una refundación construida racionalmente e inspirada en ideas que no pareciesen estar, por ejemplo, enraizadas en tradición institucional, ¿se puede extraer algo relevante del conservadurismo burkeano para interpretar el plebiscito de salida?”.
“Sin duda. Lo que está en juego en este plebiscito no es aprobar o rechazar el cambio, sino el tipo de cambio que tendrá lugar en Chile. Por ende, es importante preguntarse: ¿cuál es la idea de Nación propuesta en el borrador? ¿Es pertinente terminar con el presidencialismo? ¿Necesitamos el bicameralismo asimétrico? ¿Debe haber un sistema de justicia unitario que respete la igualdad ante la ley? Todas estas preguntas refieren al asunto de la continuidad y la tradición. De modo que nuestra decisión con respecto al plebiscito debería referirse, sobre todo, a si el borrador constitucional supone un cambio que da continuidad a ciertas características que consideramos significativas para nuestra Nación. Después de todo, siguiendo la lógica burkeana, la nueva Constitución debería representar un pacto entre los muertos, los vivos y los que están por nacer. No sólo un pacto entre vivos que buscan refundar la sociedad, tal como sucedió en la Revolución Francesa.”
En síntesis el país seguirá confrontado cualquiera sea la opción que gane. La salida de la crisis será lenta y requiere de un gran conducción política que permita el diálogo en función de lograr los mayores consensos.
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