Por Hugo Cox.- ¿Cuál es el Chile que tenemos?. ¿Es distinto a lo que sucede en otras sociedades occidentales, es distinto de América Latina? Creo que no. Los problemas de este país se explican por problemas internos, pero sin dejar de lado las variables externas, más en un país abierto como el nuestro. La sociedad actual no pertenece a la modernidad industrial, que era predecible y regimentada, con clases sociales bien definidas, vínculos firmes y predecibles y preferencias culturales que orientaban nuestra trayectoria vital y que permitían predecir con cierta certeza.
Hoy, las condiciones de vida cambian antes que se consoliden. Es una vida que se ha tornado desanclada, incierta, donde además hay mayor acceso al bienestar, mayor acceso a la información y a los bienes y servicios, pero también se hace presente una sensación intensa de que mañana se puede caer en la indefensión. Hoy no está permitido el descanso, es un constante nadar sin ver tierra firme.
Por otra parte existe una mezcla de capitalismo y una mediatización de la cultura de la globalización, en que el Estado y la política no pueden contener a la modernidad liquida (según Bauman), generando un extravío de los vínculos que favorecen la solidaridad. La exclusión social que el capitalismo produce ya no tiene un afuera donde situarse, sino que ella está en el interior de la sociedad que la produce y se da una producción casi en serie de refugiados de distinta índole.
Si, además, observamos la evolución de la crisis sanitaria, la sensación de indefensión es mayor incubando en las corrientes subterráneas de la historia una rebelión mayor que la que se conoció en octubre de 2019 ya que los conflictos que dieron origen a esa rebelión aún no tiene una solución concreta.
Santiago Alba Rico, ensayista escritor y filósofo escribía: “En septiembre del año pasado, Richard Horton, editor de The Lancet, recuperaba el concepto de sindemia, acuñado en la década de los noventa por Merrill Singer para describir la pandemia de COVID-19: una articulación compleja de colapsos concomitantes en la que la enfermedad infecciosa refleja y multiplica efectos sociales, económicos e institucionales». Más que ninguna otra anterior, la pandemia actual es una “sindemia”, pues a los elementos citados hay que añadir la conciencia: se trata, sí, del primer acontecimiento conscientemente global de la historia de la humanidad. Globales son la amenaza nuclear desde 1945 y el cambio climático desde al menos 1968; global es el capitalismo financiero tecnologizado. Pero ninguno de estos fenómenos se había reflejado de manera inmediata en nuestra conciencia común. La pandemia sí. Ha cerrado en nuestro interior, por así decirlo, la redondez de la tierra, de la que no hay ya escapatoria.
Precisamente en el momento en que se cuestionaba la globalización, resucitaban los nacionalismos y las instituciones sufrían un mayor menoscabo, la sindemia del Covid-19 nos ha obligado a asumir nuestro destino individual en términos de especie: una especie que toma conciencia de sí misma asociada orgánicamente a una economía sin control y sin alternativa. Creo que es esta conciencia común del carácter sindémico de la pandemia la que explica tanto las fracturas entre las élites gobernantes, que tratan de modular con poco margen la relación entre supervivencia capitalista y supervivencia humana, como la creciente desesperación de los sectores desfavorecidos, más vulnerables que nunca y más alejados de las instituciones de las que, al mismo tiempo, reclaman una respuesta. La sindemia, porque lo es, demanda una solución global, concertada y lo más horizontal posible. Las vacunas, un año después, revelan todo lo que se podría hacer en esa dirección y, al mismo tiempo, las condiciones económicas y políticas que le cierran el camino: constituyen, si, el símbolo de esta nueva sociedad global y de su imposible satisfacción”.
¿Pero cuál será el Chile que saldrá de esta doble crisis? Han cambiado las estructuras o, en realidad, se han vuelto más flexibles. Por ejemplo, las del trabajo, solo hay que ver cómo se ha implantado y extendido el teletrabajo. Cuando la situación epidemiológica lo permita veremos hasta dónde este cambio se queda en nuestro sistema laboral como una modalidad asentada. Han cambiado también las estructuras de los sistemas de salud, en la administración, en la educación, en el entretenimiento, en el retail, etcétera.
En la recuperación Chile se enfrenta a retos propios de su economía. Por desgracia, en un escenario en forma de ‘K’, que dejará no solo sectores ganadores y perdedores, sino también países ganadores y perdedores. Aquellos que no tengan un fuerte sector tecnológico caerán sin duda en el lado de estos últimos.
Por tanto, más que pensar en el qué puede haber cambiado debemos centrarnos en el cómo vamos a recuperarnos tratando de minimizar esas brechas que se generan. Y aquí es donde los perfiles más digitales, con una formación más elevada, están en una mejor posición para salir victoriosos, lo que indica que esta es la respuesta al cómo: es absolutamente necesario incorporar habilidades digitales (aptitud digital) y acompañarlo de algo fundamental, más en las circunstancias actuales, como es la actitud por salir adelante y por pelear por las oportunidades.
En síntesis para enfrentar estos desafíos es necesario un cambio de régimen político y un Estado más presente en la sociedad y en sus estructuras hay que apuntar a un Chile vertebrado y realmente descentralizado.