Por Federico Gana Johnson.- La presentación inicial de este documental de título «El Cielo Está Rojo» dice una gigantesca verdad, en cuatro líneas. Textualmente, señala que “el incendio en la cárcel de San Miguel dejó 81 reos muertos y un juicio sin culpables. A partir de la reutilización de las pruebas audiovisuales del caso, el documental nos sumerge en el horror de esa fatídica madrugada y en la precariedad de nuestro sistema carcelario”.
Luego, sus imágenes -siempre rodeadas de muy largos silencios que efectivamente gritan ese horror que se ve pero no se escucha- llegan al fondo de la verdad tras aquellas llamas fatídicas que, lamentablemente, parecen olvidadas. Como todo en Chile, pues pensamos que nacimos recién ayer, a veces hoy mismo. Que el horror no tiene historia, aunque vengamos de ella. Y que no veamos el pasado como indispensable antesala de nuestra difícil actualidad. Estos días primaverales que, como en otras estaciones, muestran el equivocado punto de vista amparado por los canales de televisión abierta y los periódicos que vocean a su antojo noticias deformadas que, a su vez, repiten incansablemente las radioemisoras nacionales:
Que la violencia comenzó recién.
“El Cielo Está Rojo”, dirigido por Francina Carbonell, es una metáfora infinita. Muestra los rostros indiferentes de los gendarmes que no atinaron a reventar los candados y los reos salvaran de las llamas. Hace ver la ineptitud de los funcionarios, de cuello y corbata, que no supieron maniobrar mangueras de emergencia. Acusa que los urgentes llamados telefónicos marcaron números equivocados. Delata que los internos avisaron del fuego oportunamente y que nadie les hizo caso. Denuncia la inhumanidad colectiva en los angostos pasillos, condenada eternamente y a los parientes de los presos, en las calles aledañas, derramando impotencia. El documental dice, sencillamente, que todo salió mal y que todos sabían que algún día iba a ocurrir.
En palabras directas, que la violencia ya estaba… y como está, inmersa y expectante, en Chile desde hace décadas. Más aún, otra situación violenta en sí misma es que todavía haya quienes insistan en que no, que siempre hemos ido una sociedad pacífica, que solamente hoy corrientes políticas progresistas intentan lo contrario: ser violentos. En fin, frases que en tiempo de elecciones adquieren aquella relevancia efímera que todo lo condiciona al presente, como si la Historia no existiera.
Si con solo pensar levemente en el universal Principio de Causalidad, que indica que todo proviene de una situación anterior, por lo menos miraríamos oficialmente hacia atrás, para explicarnos fehacientemente por qué llegamos dónde hemos llegado. Todos. Ricos y pobres. Interesados e indiferentes. Educados e no educados. Líderes y liderados. Honestos y deshonestos. Porfiados y sumisos. Los que han llevado una buena vida y los que no. Una vez más, para aclarar a que se debió el estallido social de octubre 2019, cuyas astillas nos cubrieron a todos por igual. A ratos, me parece inaudito que no se repare seriamente en “quién somos, de dónde venimos y adónde vamos”, cuando se intenta siquiera vislumbrar qué nos sucede como país, nuestra Patria con señales de enferma y que no se diagnostica.
El mensaje noticioso principal de estos días ha sido, con la uniformidad de la prensa oficialista, que la delincuencia está desatada. El aire de la actualidad se ha impregnado de la idea de que estamos en manos de hordas destructoras y ladrones de cuánta cosa puedan obtener. Si bien es cierto que ha habido saqueos, sus autores también son parte de nuestra sociedad. Son profundamente criticables, pero existen en todo grupo humano. Si hubiese un solo lugar en la Tierra donde este tipo de gente no apareciera en las ocasiones como las que vivimos, quisiera conocerlo.
Hay, sin embargo, algo exigible: que así como se informa sobre el accionar criticable de los saqueadores, que también se informe, y con igual énfasis periodístico, el hecho de que la inmensa mayoría de la población chilena está soñando concretamente con un mundo mejor, con soluciones efectivas a los problemas del día a día, con que tengamos autoridades que merezcan serlo. Con que la honestidad ética nos vuelva a mostrar el camino. Que los que marchamos el 18 de octubre recién pasado somos chilenos con el corazón bien puesto. Y que somos muchos más.
Pero eso no se dice.
En el documental citado hay una larguísima escena (tan larga que uno piensa que ahí la directora Carbonell fue muy valiente para tomarse su tiempo). Muestra uno de los edificios de la cárcel de San Miguel, ya apagado el fuego. Paredes ennegrecidas, ya no humeantes pero derrotadas. Ya los reos han muerto carbonizados. Ya no hay nada que hacer. Ya todo es pasado, nuevamente la injusticia triunfó. Y si eso no se la concibe como violencia enquistada, es que todavía no aprendimos nada. Sí, el cielo está rojo en la presente primavera que siempre quiere florecer.
Federico Gana Johnson es periodista.