Por Sergio Salinas Cañas.- En el libro El cisne negro su autor Nassim Nicholas Taleb explica que esa figura simbólica se basa en hechos improbables. Son sucesos cuyas consecuencias son tremendamente importantes para los escenarios políticos de un país y sus explicaciones no tienen en cuenta el azar y sólo buscan explicar lo imprevisible en un modelo perfecto, lo que dejó en vergüenza sobre todo a los que trabajan adelantando escenarios socio-políticos antes que sucedan. Ejemplos dramáticos hay muchos en la historia: el 11 de septiembre del 2001 cuando el coloso intocable fue golpeado; cuando el nacionalista serbio bosnio, Gavrilo Princip, asesinó al heredero a la corona del Imperio austrohúngaro, el archiduque Francisco Fernando, dando inicio a la Primera Guerra Mundial. El estallido social-político del 18 de octubre de 2019, en el oasis chileno, también puede caer en esta categoría. La dificultad se encuentra en que nosotros, los humanos, nos empeñamos en investigar las cosas ya sabidas, olvidándonos de lo que desconocemos. Ello nos impide reconocer las oportunidades y nos hace demasiado vulnerables al impulso de simplificar, narrar y categorizar, olvidándonos de recompensar a quienes saben imaginar lo “imposible”.
Estamos viviendo una crisis institucional, social, ética, política y cultural que conceptualmente definimos como Crisis de Legitimidad Institucional Sistémica (CLIS). Lo que significa la disminución en la confianza en las funciones administrativas, cuando las instituciones carecen de la capacidad para mantener o crear estructuras eficaces en el logro de sus metas finales. Esta CLIS, en el caso de Chile, alcanza al rol del Estado; al modelo de desarrollo pleno de iniquidad, consagrado en las bases de nuestra institucionalidad; a una política con escaso sentido de lo público que replica privilegios privados; políticos que han abandonado el cuidado de los bienes públicos; la falta de liderazgo político y especialmente ético. Esta crisis tiene una profunda y prolongada base, igual que el témpano que fue capaz de derribar al RMS Titanic y en el que se sintetizan y explotan tensiones y conflictos de complejo origen y salida.
Somos uno de los países más inequitativos del planeta pese a ser poseedores de una riqueza que se ha incrementado notablemente, pero ha existido incapacidad de mejorar las condiciones de vida de los chilenos sobre todo por una clase empresarial que da pena por su falta entendimiento y una élite política que muestra día a día su ineptitud e ignorancia.
En 30 años, los sostenedores de este modelo es decir, casi todos, hemos visto hechos por todos conocidos y que no constituye un “cisne negro”: educación que lucra; gratuidad frágil e insuficiente; una salud en que nuestros ancianos fallecen esperando atención médica. Ellos son los ejemplos vivos de nuestra historia: pensiones que condenan a la pobreza a la ancianidad; viviendas que alcanzan precios de usura y crucifican a las personas para toda la vida, mientras otros viven en “valles escondidos”; empresarios que se coluden para manejar los precios; salarios insuficientes que mantienen a la mayoría del país en la pobreza. Sólo los políticos de todo el espectro político se han salvado de esta debacle (sueldos, trabajos a dedo, la llamada “amigocracia” y lo que me parece penoso, “vincularse afectiva y familiarmente” con los detentores del poder económico buscando un Cachagua Vice”).
Sigamos: El Estado no es capaz de recaudar lo que le corresponde, ni de definir una política de impuestos que contribuya a mejorar la cuestión; muchos políticos se hacen financiar sus campañas por empresarios inescrupulosos que capturan su decisión en el Congreso. Todo ello en un país atemorizado por la delincuencia, el crimen organizado, la criminalidad, el narcotráfico y la corrupción de nuestras instituciones –en casi el Estado completo: FF.AA, Carabineros, casi todos los partidos políticos… la PDI es el oasis. Pero incluso alcanza a las iglesias (Católica, Evangélica, antes inmaculadas)-. Entonces, no existe un “cisne negro” en Chile. Todos éramos conscientes de que existía una crisis de legitimidad, confianza y credibilidad lo que pasa es que para mantener nuestros “privilegios” preferíamos mirar para el lado.
¿Dónde quedó la Tolerancia, el Respeto, la Caridad, la Humildad que esas profesoras normalistas nos enseñaban en una clase llamada Educación Cívica? ¿Dónde quedó saber qué es el bien y qué es el mal, que nos enseñaban en nuestras clases de filosofía, las que quieren eliminar? Mientras la gran mayoría de los “roteques” sentían que vivían engañados, se enrabian, se indignaban cada día que pasaba por falta de valores éticos, por parte de la élite, la “Viralización del Desdén”. Y los hombres decentes, sin importar su posición política advertían de ambos lados del espectro creado en la Revolución Francesa, que debíamos volver a tres palabras vivas, que unidas hacen un último metarelato de los siglos que pasaron: Igualdad, Libertad y Fraternidad. Las tres simbólicamente cubiertas con una bandera tricolor, que llamaremos en esta parábola (revisen término en la RAE): Ética.
Repetimos como lo hemos dicho nosotros y otros amigos muchas veces este mes, trataré de interpretarlos a todos: la CLIS que vive Chile es esencialmente ética y filosófica, falta de diálogo, entre una de las razones. Esta CLIS tiene que ver con la ruptura de los principios del Humanismo. La naturaleza de la CLIS, es decir, una sociedad afectada en la legitimidad de sus instituciones y, por efecto de ésta, afecta al conjunto de la nación, tornando crítico el devenir de la política, la economía y la convivencia social, amerita un reexamen del acuerdo político para que este se abra a empalmar con la exigencia de ejercicios de democracia directa expresada en la necesidad de diálogo ciudadano constituyente vinculante.
El diálogo, como señaló Bohm en su libro Sobre el diálogo, hace posible la presencia de una corriente de significado en el seno del grupo, a partir de la cual puede emerger una nueva comprensión, algo creativo que no se hallaba, en modo alguno, en el momento de partida. Y este significado compartido es el “aglutinante”, el “cemento” que sostiene los vínculos entre las personas y entre las sociedades. El diálogo nos puede permitir hablar una misma lengua y empezar a construir una nueva torre distinta a la central del Costanera Center y a la de Babel, que por “ego”, buscaron tocar el cielo. Esta vez nuestra torre debe ser más igualitaria, libre y fraternal.
Después de varias semanas de movilizaciones se dio a conocer el “Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución” firmado en el Parlamento por los Presidentes de partidos políticos, que fija un procedimiento para llevar adelante las tareas que permitan alcanzar una nueva Constitución para Chile en el año 2021. Pero adolece de “alma”, tiene un pecado original: no incorporó a la ciudadana deliberativa, que permitiría que los debates incorporen las propuestas ciudadanas reales, no la que entregan nuestros políticos ya deslegitimados y tratando de agarrarse del primer salvavidas, acosta de quitárselo a otros, que encuentren en este hundimiento del Titanic chileno. En paralelo no parece pertinente mantener el sistema de elección de los asambleístas basado en el mismo mecanismo que la elección de los diputados, si se aspira a la participación real de la sociedad.
Diálogo ciudadano y negociación política no son incompatibles, todo lo contrario. Para abordar la CLIS es necesario, sobre todo en tiempos de mayor exigencia por transparencia e inclusividad, que el diálogo ciudadano sea capaz de restituir paso a paso la necesaria legitimidad que requieren nuestras instituciones para entrelazar la política democrática con la economía y el desarrollo sostenible. En cada espacio de la política, la economía y la convivencia social habrá un chileno o una chilena que votará por una nueva constitución y participará del bienestar social compartido. Solo así la CLIS será abordada con innovación colaborativa desde una nueva “chilenidad” común para todos.
Debemos abrirnos a lo que Taleb, con su episteme parte de la “tercera cultura”, señala: escribir para hombres reales del mundo. Taleb busca, al igual que Popper, ser tomado como un filósofo de la ciencia (o un “filósofo científico de la historia”) con su concepto del Cisne Negro: “lo desconocido, lo abstracto y lo incierto impreciso”, que se manifiesta en lo que llamamos con tanta impresión, pero con cierta confianza, como realidad.
Sergio salinas Cañas es Director de Investigación del Instituto de Innovación Colaborativa y Diálogo Estratégico (INCIDES).
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