Por Jorge Riquelme Rivera.- “Porque en el simple acto de escribir mis pensamientos sobre este Leviatán, esos pensamientos me agotan, me consumen con la extensión de su envergadura”, escribe Herman Melville en su célebre Moby Dick. Ese sentimiento también invade a cualquiera que busque reflexionar seriamente sobre el COVID-19, una de las mayores crisis humanitarias de la vida moderna, que está afectando cada ámbito de la existencia humana. Porque, en el fondo, esta pandemia ha dejado en evidencia un asunto clave de la convivencia en sociedad: más que ante un tema sanitario, estamos en presencia de un tema ético y moral.
Vivir estos días de confinamiento, con un virus rondando afuera, trae a la memoria el terrible y trascendental filme de Ingmar Bergman “El séptimo sello”, donde un caballero cruzado en una Europa diezmada por la peste, juega una partida de ajedrez con la muerte, quien ha venido a cobrar su alma. Pero sobre todo recuerda dos novelas claves: “La peste” de Albert Camus y “Ensayo sobre la ceguera” de José Saramago. Ambas obras ilustran de manera magistral la manera en que el egoísmo y la irracionalidad campean en escenarios de crisis, en una vuelta brutal a un escenario bien similar al estado de naturaleza descrito por Thomas Hobbes.
La referencia a Bergman me parece relevante por su relato medieval, que tiene bastante similitud al contexto actual. La muerte y la enfermedad causa estragos en la población, la muerte convive con nosotros y el escenario global da numerosas muestras de fragmentación y competencia, conductas muy propicias para la expansión de la pandemia.
En el libro The New Middle Ages, el profesor Tanaka Akihiko hace un paralelo notable entre la Europa medieval, marcada por la fragmentación y una multiplicidad de actores, entrelazados por la unidad ideológica en torno al cristianismo, y el escenario internacional actual, donde conviven, junto al tradicional Estado Nación, una variedad de actores no estatales –como empresas multinacionales, organizaciones de la sociedad civil y hasta el terrorismo internacional, entre muchos otros- bajo el manto de la democracia y el libre mercado. En estos momentos habría que agregar otro elemento paralelo, el COVID-19, la peste negra contemporánea.
Sin embargo, existen importantes diferencias con la Edad Media: contamos con una densa institucionalidad multilateral en favor de la gobernanza del mundo y, como nunca antes, la pandemia nos ha demostrado que asistimos efectivamente a un “tiempo global”, donde el confinamiento está siendo aplicado, con mayor o menor intensidad, a lo largo del globo. La crisis sanitaria está afectando a todas las clases sociales, porque el virus no distingue a las élites y las poblaciones, teniendo encerradas a las estrellas del cine y la música, y contagiando en Reino Unido al Príncipe Carlos y al Primer Ministro Boris Johnson. Porque en este sentido el COVID-19 es democrático, pone en práctica el viejo aforismo de que “todos los hombres somos hermanos en el sufrimiento”.
Volviendo al escenario internacional contemporáneo, es necesario referirse a los efectos que está teniendo la peste en el mundo, particularmente en el ámbito de la paz y la seguridad. En este terreno, resulta evidente que asistimos a un mundo plenamente interdependiente, marcado por los efectos recíprocos entre los países u otros actores en diferentes Estados, derivados de los cada vez más intensos flujos de dinero, bienes, personas y comunicaciones a través de las fronteras. Al decir de Robert Keohane y Joseph Nye, asistimos a un escenario global donde prima la interdependencia compleja, que comprende una nueva etapa mundial, donde el Estado territorial, actor predominante en la política internacional durante cuatro siglos, paulatinamente ha perdido fuerza ante el desarrollo de actores no territoriales, como las empresas multinacionales, los movimientos sociales y las organizaciones multilaterales regionales e internacionales. En este marco, la gran prioridad de seguridad de los países, la guerra, ha perdido toda fuerza como medio de resolución de las diferencias entre los Estados, aunque éstos están asolados por una serie de nuevas amenazas a su seguridad. Tal es el caso del COVID-19.
Esta pandemia, con sus efectos multidimensionales, está generando consecuencias radicales en la economía. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), esta región tendrá en 2020 un desempeño económico de -5,3%, siendo afectada por la peor contracción en su historia. En el ámbito de las migraciones, sin lugar a dudas, el COVID-19 está transformando los patrones de la movilidad de las personas, ante los numerosos obstáculos y medidas de control que están poniendo en marcha los países. En este terreno es claro el intento, con diversos grados de éxito, de los gobiernos por poner cortapisas a la globalización y su secuela de interdependencia.
La pandemia está también afectando las metodologías del crimen organizado transnacional, incrementando las tasas de ataques violentos y sexuales en espacios públicos, cárceles y hogares; impulsando el tráfico de medicinas y equipos médicos falsificados; tensionando las relaciones internas en las cárceles; facilitando el cibercrimen ante el desarrollo exponencial del teletrabajo; y modificando las tendencias en el tráfico de personas y armas, entre muchos otros efectos.
Asimismo, el COVID-19 está teniendo efectos en el terrorismo internacional, ante un escenario convulso que ha cambiado las prioridades de seguridad y financieras de los Estados. Es el caso de ISIS, que ha comunicado a sus miembros la necesidad de explotar oportunistamente este desorden, considerando la debilidad en que están sumidos los gobiernos atrozmente atacados por la pandemia.
Sin duda, a ello ha contribuido el que los Estados hayan modificado sus prioridades de seguridad, disponiendo la utilización de sus medios militares en el combate contra la pandemia, implementando programas de servicios a la comunidad, desinfección de espacios públicos, distribución de alimentos, apoyo al transporte logístico, elaboración de ventiladores mecánicos e incluso en la adaptación de espacios militares para la atención de infectados.
Además, el COVID está incidiendo en el desempeño de las operaciones de paz de Naciones Unidas, especialmente si consideramos que los escenarios de conflicto en que se despliegan están marcados por la vulnerabilidad y la escasez de servicios básicos, donde las crisis humanitarias dejan en situación de especial vulnerabilidad a mujeres, niños, ancianos y enfermos. En línea con ello, ACNUR ha llamado la atención sobre los efectos catastróficos que está teniendo la pandemia sobre los derechos de los refugiados. A ello cabe agregar la posibilidad de que el mismo personal de las operaciones de paz pueda ser infectado. En este sentido, igualmente la pandemia está afectando el despliegue de las operaciones de gestión de crisis de la Unión Europea, las cuales se encuentran desplegadas en lugares tan precarios como África, Medio Oriente y los Balcanes. Es claro que el COVID-19 se está transformando en el mayor desafío que ha debido enfrentar la Unión Europea, tanto en su política exterior como en su realidad doméstica.
En el ámbito de las Naciones Unidas, la expansión de la pandemia impulsó a la celebración de una reunión de urgencia en el Consejo de Seguridad, ocasión en la cual el Secretario General de la Organización, António Guterres, llamó a la unidad para enfrentar al COVID-19, que en primera instancia es una emergencia sanitaria, pero que está teniendo impacto en todos los ámbitos de la sociedad y la economía, los que serán visibles durante un largo periodo. Entre otros elementos, a juicio de Guterres, el COVID amenaza con erosionar la confianza pública respecto de las autoridades políticas, particularmente en aquellos lugares donde las medidas adoptadas no son apreciadas como las adecuadas. También es evidente que el COVID-19 podría eventualmente ser utilizado como un argumento para la propagación del odio y la violencia. Vinculado con ello, la pandemia se presenta como la oportunidad propicia para que ciertos líderes políticos tomen medidas contrarias a los derechos humanos, implementando políticas basadas en el estigma, la discriminación y los discursos de odio.
Considerando lo anterior, desde Naciones Unidas se están tomando una serie de medidas para atenuar las consecuencias del COVID-19 en el ámbito de la paz y seguridad, como son la suspensión de las rotaciones de los cascos azules desplegados, a fin de prevenir el contagio de los contingentes, así como la puesta en marcha de programas para asistir a las comunidades en la prevención y respuesta ante el virus. Otra iniciativa consiste en la adopción, el día 30 de marzo de 2020, de un llamado para un cese al fuego global, a la luz de los impactos que está generando la pandemia. Se trata de un esfuerzo colectivo de la comunidad de naciones para enfrentar la expansión del COVID, en aquellos lugares azotados por conflictos armados y otras graves crisis humanitarias.
Los esfuerzos de la comunidad internacional deben valorarse como un intento por frenar un flagelo ante el cual, muchos gobiernos, no han reaccionado de manera eficaz y oportuna. Ahora es el momento de la cooperación y no de las respuestas egoístas, por cuanto estamos ante un flagelo que no se puede abordar de manera autárquica. Es el momento de apoyar el multilateralismo y no de debilitarlo.
Desgraciadamente, como decíamos, las pandemias exceden con fuerza lo puramente sanitario, involucrando temas tan profundos como la ética y la moral. Y la respuesta de muchos líderes, con un carácter evidentemente populista, irracional y oportunista, ha sido desdeñar la enfermedad y, una vez presenciados los terribles efectos, adoptar medidas tardías y contrarias a todo accionar en el seno de la comunidad de naciones. En Brasil, Jair Bolsonaro calificó al COVID-19 como una “gripecita”, y en Estados Unidos Donald Trump incluso amenazó con cortar el financiamiento de su país a la OMS, acusando al organismo de ocultar la propagación del virus. Una columna aparte merecería el renacer de las tensiones y la competencia entre las grandes potencias, como China, Estados Unidos y la Federación de Rusia, en momentos en que el mundo requiere justamente unidad en la acción.
Como en todo momento de crisis, es el momento de la generosidad y la solidaridad. La expansión de la pandemia no se frenará con medidas nacionales aisladas, irracionales y oportunistas. Ante la fragmentación y el miedo, como nunca antes, es el momento del multilateralismo.
Jorge Riquelme es Académico chileno. Magister en Estudios Internacionales (Universidad de Chile) y en Ciencias Militares (ACAGUE-Chile). Doctor en Relaciones Internacionales (Universidad Nacional de La Plata). Graduado del Centro William J. Perry de Estudios Hemisféricos de Defensa, Washington D.C. Artículo aparecido en revista Panorámica https://www.panoramical.eu/birregional/57370/
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