Por Luminate Group.- Desde principios de 2020 las fuerzas democráticas de todo el mundo vieron a América Latina con optimismo. La Asamblea Constituyente de Chile estaba compuesta por más ciudadanos comunes que políticos tradicionales y, un año después, Gabriel Boric fue elegido presidente, derrotando al candidato de extrema derecha José Antonio Kast. En 2022, la victoria de Lula también fue vista como un símbolo de resiliencia democrática.
Pero el rechazo en septiembre pasado a la nueva Constitución que reemplazaría a la Carta de la era de Pinochet, y los ataques del 8 de enero a la Plaza de los Tres Poderes en Brasilia, dieron la voz de alarma. Chile y Brasil —países que comparten reconstrucciones democráticas recientes después de dictaduras— se están dividiendo profundamente.
Porciones considerables de la población están dispuestas a adherirse a las ideas de la extrema derecha y regresar al pasado. No sienten que tengan un lugar en la política. Pasaron décadas desvinculados hasta que encontraron una resonancia de sus frustraciones en los líderes antisistema.
La democracia no puede sobrevivir sin el apoyo popular y la adhesión a sus normas. Las instituciones democráticas y la clase política tienen ante sí la tarea histórica de escuchar atentamente a sus electores y actuar para frenar la degradación del debate público.
En 2021, un estudio de la Universidad de Cambridge señaló que la mayor reducción en el apoyo de los jóvenes a la democracia en todo el mundo se registró en América Latina, en comparación con las percepciones de las dos generaciones anteriores. En 2022, Luminate publicó una encuesta que mostró que los jóvenes de 16 a 24 años en Argentina, Brasil, Colombia y México mostraban una creciente insatisfacción con las instituciones, allanando el camino para el apoyo a medidas autoritarias, como el cierre de la Corte Suprema.
Una de las principales causas de la fragmentación del debate público es la creciente cultura de buscar participación y atención en línea a toda costa. Durante más de una década, el modelo de negocio de las plataformas Big Tech ha agravado el problema al promover puntos de vista extremos y difundir información errónea. En este entorno, los candidatos que utilizan el odio como herramienta política para canalizar las frustraciones populares ganan fuerza con los algoritmos. Abunda el extremismo, mientras faltan proyectos políticos capaces de representar utopías que respondan a las necesidades urgentes que enfrenta el mundo contemporáneo.
La inmediatez de la comunicación en estas plataformas está tomando cada vez más protagonismo en la conversación pública sobre periodismo y hechos. En América Latina, las aplicaciones de mensajería -como WhatsApp y Telegram- son los canales preferidos para la promoción de mentiras, que muchas veces pasan desapercibidas debido a su encriptación.
La persistencia de desigualdades extremas en países como Brasil y Chile crea un sentimiento permanente de que las élites gobiernan por sí mismas, ya que sus promesas electorales nunca se hacen realidad. Según el Latinobarómetro, las poblaciones de estos dos países tenían una de las más bajas estimas por las clases políticas. Esto ha llevado al surgimiento de ideas autoritarias con cada elección.
El “no” a la nueva Constitución chilena ha servido como una invitación para que las fuerzas antidemocráticas movilicen a los descontentos con la política, aumentando el riesgo de un escenario donde las elecciones de 2024 actuarán como contrapunto a la esperanza que se vive en la “Plaza de la Dignidad” en la noche de las elecciones de 2021. En Brasil, mientras el intento de golpe de Estado del 8 de enero fue ampliamente denunciado, en octubre la mitad de la población votó por la extrema derecha.
En ambos países, como en otros de la región, la respuesta para enfrentar los caminos antidemocráticos pasa por abrir más canales de participación política y por reformas que hagan a los partidos más transparentes, abiertos y conectados a los desafíos de una sociedad diversa. Esto debería incluir la regulación efectiva de las plataformas de redes sociales y el fortalecimiento del periodismo independiente. Estos son pasos urgentes para fortalecer las democracias latinoamericanas que no pueden esperar, ya que estas democracias están construidas sobre un suelo fragmentado y sujeto al colapso, como lo demostró el 8 de enero.
Publicado originalmente en LuminateGroup.com