Por Alejandro Félix de Souza.- Esta semana se produjo un hecho muy poco frecuente en la América Latina de hoy, e incluso hasta nos podríamos atrever a indicar que en el mundo: dos ex presidentes uruguayos, Julio María Sanguinetti y José Mujica, acordaron renunciar juntos a la banca en el Senado para la que fueron electos en octubre de 2019, y trabajar en el relevo generacional de liderazgos en los partidos que fueron sus ámbitos de actuación, y que los llevaron a la Presidencia de la República.
Ambos presidentes tuvieron actuación destacada y reforzaron el ya centenario prestigio de la república ejemplar donde tuve la suerte de tener mi formación liberal-progresista, democrática y republicana. Lo que se vio en las imágenes del acto, que tiene la particularidad de haberse emitido en una revista televisiva matutina, cuya audiencia son predominantemente personas jubiladas y personas encargadas de la gestión del hogar, es sintomático de esa gran república latinoamericana que hay que cuidar y preservar, porque es una civilización política que le permite a nuestra región, que normalmente es ridiculizada por los países occidentales, el poder presentar, no con poco y justificado orgullo, un ejemplo autóctono que tiene más de 100 años de exitosa construcción, auto-gestionado y sin imposiciones de potencias dominantes de una de las 15 democracias más exitosas del mundo, y la única del mundo en desarrollo en ocupar ese lugar.
Uruguay le permite a América Latina el tener una tarjeta de presentación y credenciales democráticas que nos defienden de quienes nos quieren dar lecciones de democracia.
Nos preguntamos si escenas como los abrazos, elogios e imágenes de dos adversarios políticos de más de 60 años de estar en lados diferentes del espectro político, pero que ven en el otro un valioso participante de la construcción, reforzamiento y crecimiento de la democracia uruguaya, podrían darse entre un Trump y un Obama, o entre un Bolsonaro y un Lula, o entre una Cristina Kirchner y un Macri, o entre un Maduro y su sucesor, o entre un Juan Manuel Santos y un Iván Duque, o entre un Evo Morales y un Carlos Mesa, para poner ejemplos del hemisferio.
Cuando me preguntan cuál es el secreto de Uruguay para poder haber navegado tan excepcional y exitosamente la crisis del COVID-19, les respondo que no lo puedo decir con precisión, pero sí tengo claro que aunque Uruguay tiene sólo menos de un 5% de sus ciudadanos que declaran ser practicantes activos de una religión, la religión laica que practica la enorme mayoría de la ciudadanía (y que quienes hemos estudiado la antropología del ritual público institucional, gracias al gran maestro Víctor Turner, sabemos), y que es el republicanismo democrático (y dentro de ese republicanismo democrático, yo me defino como perteneciente a la variante liberal, humanista y progresista), es fundamental.
Es esa religión laica la que, a mi juicio, ha jugado una gran cuota de responsabilidad en la impresionante actitud responsable de una ciudadanía (y la población de extranjeros que llegan al Uruguay en busca de otra forma de vivir), que respeta a sus gobernantes, que exige de ellos no endiosarse y ser humildes ante el veredicto popular, que los tutea y no les pone esos títulos pseudo-monarquicos de “Su Excelencia” y todas esas formas anti-republicanas de arrodillarse ante un poder que, siendo generado y de fuente del pueblo, tiene que ser muy medido, circunspecto y rezar todos los días en el Altar de la República para ser humilde ante el verdadero soberano, y poder tomar buenas decisiones que sean para el provecho y beneficio de la mayor parte de la sociedad.
Una sociedad que no presenta los horrendos -y contrarios al humanismo liberal y democrático- contrastes de desigualdad que tiene el resto de la región; que a contrapelo de la involución democrática y republicana que se ve en casi todas las latitudes del mundo, persiste porfiada y resilientemente en defender su democracia ante los populismos anti-democráticos y anti-republicanos de izquierda y de derecha en sus enormes países vecinos; que es capaz de decirle a Estados Unidos y a China que es con ambos y no en contra del otro que va a conducir sus relaciones internacionales, y donde la mayoría de la población conserva la conciencia de clase media, de no ser excluido y maltratado por el régimen de gobierno, hace que, cuando un gobierno liberal y humanista le dice a la población, “delego en ustedes y en su responsabilidad individual y conciencia del otro, el tomar las medidas a nivel individual y familiar para que no afectemos al otro”, se encuentre con una población que, en forma aplastante, como cuando juega la selección uruguaya, respondió disciplinadamente y con garra al llamado, lo que sin duda fue un factor fundamental en el éxito (que siempre es temporal, pero ha sido prolongado al menos) de la sociedad uruguaya ante la amenaza del COVID. El pequeño “país modelo” vuelve a mostrar del material que está hecho.
Julio Sanguinetti y José Mujica han tenido una honda huella en la historia de Uruguay de los últimos 60 años, en la de mi familia, y en la de mi persona, dándonos ejemplos de ese fantástico crisol democrático uruguayo ante el que se derriten y moldean vanidades, actitudes anti-democráticas y anti-republicanas. Celebro en estos veteranos de más de ochenta años de edad, el que vuelvan al llano, sin millones de dólares, sin símbolos de ostentación ni status, y como viejos arzobispos retirados a sus cuarteles y al recogimiento, y que desde otro plano, con la simpatía, consideración y el reconocimiento que tanto la grey de seguidores y adversarios le profesan a estos pastores del republicanismo democrático uruguayo, sigan contribuyendo a fortalecer la religión laica de ese pequeño “país modelo” que soñó hace más de 100 años el gran constructor de este país tan singular donde me tocó nacer, recibir el evangelio democrático y republicano de mis padres, y abrevar en esa fe tan importante para entender cómo funciona una “democracia filete” y cómo funciona una “democracia jarrete”.
Les aconsejo este doctorado en republicanismo democrático contenido en estos minutos, que espero disfruten. En esta entrega, les presenté a los arzobispos. En otra entrega, les contaré de mi historia en la gran catedral, a la que le tengo el cariño de un feligrés.
Alejandro Félix de Souza es Socio-CEO de The Corporate Diplomacy, una empresa con sede en Panamá especializada en Asuntos Públicos, Comunicación Corporativa, Relaciones con Gobierno, Manejo de Crisis y Relaciones con los Medios