Por Roberto Fernández.- Hace mucho tiempo -en 1969- tuve la oportunidad de participar como estudiante en el proceso de Reforma de la Universidad Católica, que significó un cambio total del sistema de educación superior en Chile.
Fue una pelea dura con los sectores conservadores de la sociedad de la época, cuyo principal vocero fue El Mercurio. Fue una lucha que se ganó. El lienzo colocado en el frontis de la Casa Central que rezaba “El Mercurio miente”, se instaló en la percepción y la conciencia de la gente y que persiste hasta el día de hoy.
En esa época, la derecha -encabezada por el Movimiento Gremial, la UDI de hoy, dirigido por Jaime Guzmán- se opuso tenaz y, algunas veces, brutalmente al cambio. Eran minoría y cuando tomaron conciencia de que la Reforma era inevitable, de que la ola las pasaría por encima, sin el menor pudor cambiaron radicalmente su estrategia. Pasaron de opositores a “reformistas”, por supuesto poniendo como condición que la reforma que proponían fuera la suya, o sea, sin cambiar nada de lo esencial del antiguo sistema.
Hoy los sectores conservadores siguen siendo minoría y están haciendo exactamente lo mismo. Como no pueden evitar la desaparición de la constitución de Pinochet, la que han apoyado y defendido con todo, ahora la desechan, planteando que están por cambiarla, pero siendo ellos los llamados a redactar la que quieren.
La idea es la misma de siempre: conservar sus intereses y privilegios, impidiendo los cambios que favorecen a las mayorías.
Hablan con el apoyo de sus socios minoritarios, de una tercera alternativa, la que constitucionalmente no existe. Ahora bien, digan lo que digan, en el plebiscito del 4 de septiembre las chilenas y chilenos sólo tendrán dos opciones: mantener la actual constitución de Pinochet o cambiarla. No hay más.
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