Editorial.- El salto en los contagios diarios de COVID-19 motivó finalmente la cuarentena total para casi la totalidad de la Región Metropolitana, ante la perspectiva -que se acerca a pasos agigantados- de que la cantidad de enfermos colapse la capacidad del sistema de salud, sobre todo en términos de camas y de respiradores disponibles.
Pero este aumento significativo no sólo indica que hay más contagios. Implica, en primer lugar, el fracaso de la decisión de realizar cuarentenas parciales por comunas, basados en una simulación matemática que trataba de controlar la velocidad de los contagios, buscando una infección paulatina y progresiva. Primero, porque el virus no conoce calles y no se va a ver limitado en su desplazamiento por un semáforo. Y segundo, porque la evidente escasez de control en las comunas con confinamiento obligatorio hacía impracticable e inútil la medida. Cualquiera que se paseara por concurridas calles de Santiago Centro (comuna en cuarentena por más de 8 semanas) se daría cuenta de que en la práctica el encierro no era tal y la gente se agolpaba en las calles con absoluta libertad.
A eso se debe sumar la forma de llevar las estadísticas. El conteo de contagios depende de la cantidad de exámenes realizados (que al principio eran insuficientes), pero también de la capacidad de procesamiento. El mensaje del Ejecutivo fue de aumentar los exámenes, pero el cuello de botella en el procesamiento no cambió, seguía siendo el mismo, con lo que el número de contagios contabilizados se mantuvo (en teoría) constante durante muchas semanas. Claro, la velocidad de salida seguía siendo constante. El aumento en el número de contagios de las últimas semanas ha respondido a una mayor velocidad de salida, aunque sigue habiendo un embotellamiento en el procesamiento y ya se ha informado de varios miles de exámenes que quedaron obsoletos. Ya se ha anunciado, de hecho, que se acabó el stock de reactivos y, por lo tanto, la capacidad de procesamiento de exámenes de coronavirus debería disminuir en los próximos días. El resultado sin duda será una caída momentánea en las estadísticas de contagiados, pero -otra vez- no tiene que ver con los contagios, sino con cómo se maneja el conteo, sobre la base de lo que se puede procesar.
Un elemento adicional seriamente puesto en duda es la estadística de fallecimientos. No es verosímil que Chile, con un nivel de contagios de más de 30 mil individuos, cuenta apenas 347 fallecidos, cuando todos los demás países en la misma categoría de contagios tienen entre 3 y 10 veces más fallecimientos. No es creíble que los chilenos somos alguna clase de raza privilegiada y más resistente. Es evidente que hay un error en el conteo de muertes por esa causa y el cuestionar su estadística no tendría por qué significar una acusación de “viroterrorismo”.
Un factor adicional que fracasó fue una estrategia comunicacional errática, con visos exitistas, que el gobierno mantuvo sostenidamente, alimentada por la noción (ideológica) de que el sistema económico no podía detenerse. De ahí surgió una serie de declaraciones e invitaciones francamente alienadas de la realidad, invitando a que la gente saliera a comerse unas empanadas y tomar café a la calle, permitiendo la apertura de algunos centros comerciales -cuestión que debió ser desestimada en el corto plazo usando solo sentido común- y hasta instando a un “retorno seguro” o a una “nueva normalidad” para que los funcionarios públicos volvieran al trabajo presencial. No sería aventurado pensar en grado de relación entre estos mensajes, la necesidad de muchos (imperiosa por cierto) de salir a ganarse el pan y el aumento de contagios.
En resumen, el sistema decisional ha fracasado. Por su estrategia de comunicaciones, por sus supuestos de información y por la ideología subyacente.