Por Hugo Cox.- Corría el año 1920 y Vladimir Ilich Lenin escribe un texto denominado “La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo”. El término «infantilismo revolucionario» fue acuñado por Lenin y “se refiere a una actitud política que, aunque puede estar motivada por la pasión y el idealismo revolucionario, se caracteriza por su falta de madurez política, por subestimar la importancia de la organización y la disciplina, y por tener una comprensión limitada y simplista de las complejas realidades políticas y sociales”.
El infantilismo revolucionario puede manifestarse en varias formas, tales como el rechazo a los compromisos políticos necesarios, la incapacidad de trabajar en alianzas o coaliciones, la desconfianza en las instituciones políticas existentes, la defensa de tácticas radicales y a menudo violentas sin considerar las consecuencias a largo plazo, y la falta de atención a las necesidades prácticas y cotidianas de las personas.
Manifestaciones de este infantilismo lo vemos por ejemplo en el diagnóstico que hicieron del 18 de Octubre, viéndolo como un movimiento pre revolucionario y cuestionador de un tipo de capitalismo instalado en Chile, y negando que en términos prácticos, fue una asonada de carácter violento y redentor que no instauró nada: fue la rebelión contra el statu quo.
Fueron jóvenes profesionales, mezclados con lumpen radicalizado, que estaban en un estado de ánimo de derogar todo, no en un proyecto revolucionario; era el malestar por el deseo de un país distinto al que vivieron sus padres, que se da en un periodo de estancamiento económico. La tolerancia a esa violencia dio paso hoy a un rechazo generalizado de la violencia, y los diversos estudios de opinión dan cuenta que los chilenos están dispuestos a sacrificar libertades en pos del orden y, por tanto, muchos de los temas que en un principio eran importantes han quedado en un segundo plano.
El gobierno actual es producto de esa coyuntura redentora, y que en los hechos mutó profundamente. Los textos o papers que fueron usados para entender lo que estaba ocurriendo deben volver a los anaqueles, ya que la movilización sirvió para ganar la elección presidencial, pero no para gobernar.
La revuelta y su proyecto derogatorio se perdieron y esos movimientos no tienen una sustitución clara y definida.
La derrota política puede tener diferentes implicaciones y consecuencias según el contexto en el que se produce. Puede significar la pérdida del poder o influencia política, el debilitamiento de la posición de un partido o candidato, o la falta de apoyo para una iniciativa o política específica. En algunos casos, una derrota política puede incluso llevar a la renuncia de un candidato o líder político.
La derrota política es parte del proceso democrático y puede ser un resultado esperado en una elección o votación. Sin embargo, también puede ser un momento difícil para los partidos políticos y los líderes políticos que lo experimentan. En cualquier caso, es importante que los políticos y partidos afectados trabajen para entender las razones detrás de la derrota y consideren los cambios necesarios para fortalecer sus posiciones políticas y recuperar el apoyo popular.
En el gobierno por las declaraciones y actitudes en especial del Presidente, se puede observar un proceso lento de mutación, revisión, dudas, y esto surge de las tres derrotas políticas de carácter estratégico: la pérdida del plebiscito, la derrota de la reforma tributaria, y el tener que discutir en forma exprés leyes anti “delincuencia”, a las cuales las actuales autoridades políticas se oponían cuando eran parlamentarios.
La crisis actual es el de orden público -en un sentido muy amplio- y va desde la migración en el norte al robo de autos y casas, asesinatos en Santiago, atentados incendiarios en el sur, al funeral narco, los overoles blancos, las balas locas que silban en las poblaciones. En ese escenario surgen las dudas y la poca credibilidad cuando emergen las redes sociales de los que gobiernan menoscabando y actos claros de deslegitimación del Estado de Derecho, pueden ser creíbles.
El presidente y su entorno cada día tienen menos margen para volver atrás. La única forma de ganarse la credibilidad en aquello que dicen haber reflexionado y cambiado de opinión, es ser consistentes en la nueva actitud, la única que realmente cuenta cuando se gobierna.
Por otra parte la coexistencia de las dos visiones es más difícil y el gobierno va tener que tomar una decisión: con qué coalición gobierna los próximos tres años.
Menudo Problema.