
Por Hugo Cox.- En pocos días más, la ciudadanía está convocada a elegir al próximo presidente de la República, la totalidad de la Cámara de Diputados y parcialmente el Senado. Este proceso eleccionario tiene una característica singular: una primaria en el sector de derecha, cuyo resultado definirá la hegemonía interna entre la derecha tradicional y sus sectores más radicalizados.
En el oficialismo, los resultados podrían marcar un punto de quiebre. Si se pierde la presidencia y hay derrota parlamentaria, la actual alianza tendería a desaparecer. En su lugar, podría surgir una nueva coalición entre el socialismo democrático, sectores de centro —como la socialdemocracia laica, la socialdemocracia cristiana y los liberales— bajo un proyecto socialdemócrata que responda a la realidad concreta del país.
Sin embargo, esta elección no parece estar marcada por proyectos de país. Ningún sector ha mostrado con claridad hacia dónde quiere avanzar. Lo que predomina es la explotación del miedo y el discurso del “anti”: o estás conmigo, o estás en contra. En la práctica, no hay debate de ideas.
Cuando el miedo se convierte en el motor de un proceso electoral —como ya ocurrió en la elección pasada— el voto se transforma en un acto de rechazo más que de adhesión. El miedo, como emoción primaria, es una herramienta poderosa y manipuladora que puede paralizar o movilizar al electorado. En este escenario, el votante no elige lo que considera “lo mejor” o el plan ideal, sino que actúa para evitar lo que percibe como lo peor: una amenaza a su estabilidad, economía, valores o seguridad.
Esto genera efectos estructurales:
Consecuencias para la calidad democrática
La dinámica de votar “en contra” y el uso del miedo tienen un impacto directo y negativo en la calidad del debate político:
Una vez terminada la elección, el ambiente social y político puede seguir resentido:
En síntesis
Una elección motivada por el miedo y el voto en contra es síntoma de una profunda crisis de confianza. Conduce a un escenario político donde las emociones dominan sobre la razón, resultando en una sociedad más polarizada, un debate empobrecido y un mandato de gobierno más frágil.
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