Por Rodrigo Larraín.- El libro de Susan Neiman “Izquierda no es Woke” es muy desafiante, pero también esclarecedor, pues permite aproximarse a una transformación que se dice más cultural que política, pero cuyos efectos políticos son insospechados.
El movimiento “woke” no es una moda pasajera que pronto caerá en el olvido. Es una verdadera religión -que tiene antecedentes en la Nueva Era y otros movimientos-, cuyos feligreses son unos despertados (wokes) de un sueño, mejor de una pesadilla, que los ha tenido en una realidad falsa y llena de calamidades que ahora, despiertos, no pueden dejar de ver. Lo lamentable es que todos los males e injusticias sociales causan daños equivalentes y víctimas cuyo dolor es igual al de cualquier víctima de otro mal.
Es un toque postmoderno pues no hay relatos dañinos superiores e inferiores. Ser objeto de bullying causa un dolor tan grande como ser indígena o tener una orientación de género diferente; ser pobre -la condición para todas las demás exclusiones- pareciera no tener la importancia de antes. De hecho, la pobreza es vulnerabilidad, falta de oportunidades o falta de autogestión. Pero tal relato tiene un tufillo semejante a la afirmación de que los pobres lo son porque quieren.
El origen de los males está -para una clase de feminismo actual- en un sistema de patriarcado; para otros, en la hegemonía blanca, masculina, de clase media alta, europeocéntrico, entre otros. Estamos en presencia de una nueva fe, con una definición del ser humano y su futuro que rompe contra un pasado desautorizado moralmente, porque también hay una nueva moral con ingredientes relativistas debido al neolenguaje. Esta nueva fe nació en las universidades americanas, en las más connotadas y a donde llegan los que dirigirán en unos años al país.
¿Qué se puede hacer ante esta secta religiosa que se observa tan exitosa?
Es una religión disfrazada de propuesta política, arrasando con el debate racional, donde todo se resuelve con cancelación y funa. Las universidades no son ya lugares de argumentación puesto que las autoridades se han rendido a la falta de sentido común, al rechazo de la ciencia a aceptar acríticamente las nuevas verdades, a la falta de diálogo e intercambio de ideas y, extremando, al desprecio del pensamiento occidental y su sustitución por el pensamiento mágico. El wokismo funciona como una nueva religión -o como una contrarreligión- no muy elaborada y con características sectarias, como que tiene sus gurúes que permanentemente están redefiniendo las creencias.
Al revés de la enseñanza de San Pablo en Gálatas, que nos recordaba que “ya no hay judío, ni griego; no hay esclavo, ni libre; no hay varón, ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”, el wokismo recupera el obsoleto concepto de raza. El verdadero antirracismo se obtiene preocupándose de las razas, en sus detalles morfológicos más insignificantes para que nadie sea nunca más racista. Se trata de aceptar, no de fundirse, así que conservar la diversidad étnica es deseable -por lo tanto es un valor no mezclarse y altamente repudiable todo mestizaje- así no nos pareceremos a muchos. Esto refleja un desprecio al universalismo occidental moderno y releva el valor de las particularidades tribales. El caso de la raza lo ilustra muy bien. Los “racionalizados” no pueden nunca escapar de su condición y siempre serán víctimas de los blancos, y estos serán siempre culpables no por sus actos: su raza los hará siempre ser malos.
Otro elemento de la nueva religión es una nueva epistemología relativista. No es posible el conocimiento objetivo, esto no es sino una concepción de hombre blanco occidental. Las opiniones antiobjetivistas de Lacan ahora son de una ingenuidad que produce ternura al compararlas con lo que hoy se dice. Este punto de vista se vio para la moda postmoderna que apareció hace unas tres décadas. Ahora vivimos un “todo vale” más militante, pero que equipara todos los relatos, por lo que la filosofía, la ciencia, la religión, la superstición y la audacia ignorante valen lo mismo, los terraplanistas y los antivacunas salieron de aquí. Pero la gran víctima es la ciencia.
Los wokes, que a menudo se consideran -y son considerados- de izquierda, le han dado municiones a opinantes estrafalarios que los llaman en las redes sociales “zurdos” o progresistas. Pero esta falsa izquierda se opone a la Ilustración, atacan el universalismo relevando toda clase de tribus particulares, siendo ellos de las élites de su sociedad atacan a un hombre blanco que no es más que un espantapájaros, un hombre de paja que no existe en la realidad, y lo que es más grave, desprecian la razón en favor de las emociones y los sentimientos. Por lo mismo, no calzan con la definición más básica de lo qué es la universidad, “todas las verdades se tocan”.
Rodrigo Larraín es sociólogo y académico de la U.Central
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