Por Pedro Barría Gutiérrez.- “Si quieres hacer la paz con tu enemigo, tienes que trabajar con él. Entonces se convierte en tu compañero”. Nelson Mandela.
Expectantes y nerviosos, el papá y la mamá miran a la pequeña hija de 9 meses que hará su primer ensayo por caminar sin apoyo. Después de varios intentos fallidos, la guagua que pronto pasará a ser niña, lo logra: da cuatro pasos sola y sin apoyo. Sus padres, contentos y emocionados, aplauden y la abrazan, pasando de los brazos de una a los del otro.
¿Cuántas veces se ha repetido esta escena con distintos protagonistas y cuántas más se repetirá en la infinitud del tiempo?
El primer paso es trascendental en la vida y también en la política de un país como el nuestro que arrastra confrontación y polarización, que pareciera sin fin, desde hace varias décadas.
De la misma manera que mamá y papá, en Chile hoy 18 millones de chilenos esperamos nerviosos, temerosos, ansiosos y esperanzados, a que los dirigentes del país den el primer paso para el entendimiento, comprensión, empatía y lograr un acuerdo que salve a nuestra comunidad de seguir en la confrontación y la disolución.
La experiencia histórica nos muestra cómo muchos países han estado al borde de la polarización y disolución en medio de agudas confrontaciones políticas, sociales, étnicas, culturales o religiosas. La gran mayoría no ha sucumbido gracias a que algunos de los líderes de los grupos confrontados –aún a costa de la crítica y el ataque de los elementos más radicalizados de su propio grupo—se han atrevido a dar el primer paso, a cruzar a la acera del frente y comenzar a dialogar con los enemigos o adversarios con el objeto de comenzar a construir confianzas y posteriormente llegar a pactos de convivencia.
En verdad, la paz y el entendimiento son desafíos mucho más difíciles que la confrontación y polarización. Es mucho más fácil echarle bencina al fuego que apagar el incendio.
Aparentemente nuestros dirigentes no estarían a la altura de dar este imprescindible y esperado primer paso, o sea de cruzar a la vereda del frente para generar confianza y llegar a un pacto de convivencia, algo que va mucho más allá de darnos una nueva Constitución, porque una nueva convivencia requiere de cambios en las actitudes y conductas políticas, desde la polarización y confrontación hacia la permanente búsqueda de acuerdos, lo cual no se consigue solamente con la redacción de una nueva Constitución, sino que requiere la lenta, pero segura, creación de una nueva cultura política de diálogo y entendimiento.
De pronto surgen actitudes y conductas positivas que hacen alentar esperanzas, pero desgraciadamente muy pronto son apagadas por malos ejemplos. Así, algunos parlamentarios no cumplen siquiera los compromisos contraídos a propósito de la elección de la Presidente de la Cámara, bloqueando el paso a la diputada Carol Kariola. Otros, frente a propuestas del otro bando, no ven nada bueno, todo lo critican, sin resaltar aspecto positivo alguno. Hoy en la Cámara de Diputados y Diputadas han recrudecido los enfrentamientos verbales, cada vez con mayor connotación física. ¿Qué confianzas se pueden construir en este ambiente así de contaminado?
Vale la pena traer a colación el ejemplo de Nelson Mandela que demuestra que los grandes líderes políticos no nacen, sino que se hacen. Son personas que desde dirigir una fracción, un movimiento o partido, pasan a conducir a una comunidad y a un pueblo entero, que entienden que el sentimiento de comunidad es vital para la existencia y destino de un país.
Tras 27 años de injusta prisión y extremos agravios y crueldades –no fue autorizado para asistir a los funerales de su madre y de su hijo mayor trágicamente fallecido–, Mandela superó la opción inicialmente confrontacional del Congreso Nacional Africano (CNA) que lideraba, y adquirió las virtudes de un gran mediador -escuchar y ponerse en el lugar del otro (empatía)-, concibiendo la acción política como un esfuerzo por crear confianza y seguridad para todos. Buscando relacionarse mejor con blancos y mestizos, en prisión aprendió su idioma: el afrikáans. Recién liberado, durante la campaña presidencial de 1994, percibiendo el temor de los dominadores blancos hacia la mayoría negra mal tratada, excluida y segregada por años, postuló una Sudáfrica segura para todos, garantizando que los oprimidos de ayer no devendrían en los opresores de mañana; donde ni el odio, ni la venganza, ni la opresión racial, sino la verdad, la justicia, la libertad, la inclusión, el respeto y la tolerancia, serían los pilares de una patria para todos. Durante la campaña presidencial, la guerra civil fue alentada por graves y diarias provocaciones de quienes persistían en mantener el apartheid. Aún incluso ante la violenta muerte de decenas de manifestantes pacíficos e indefensos, Mandela llamaba a la calma y unidad del país. La Sudáfrica unida e inclusiva de hoy, no habría sido posible sin la lucha, aprendizaje político y liderazgo de Mandela y sus compañeros del CNA y la modificación de percepciones de antiguos enemigos políticos a través del contacto y la negociación. Mandela dio un valiente y arriesgado primer paso y demostró en la práctica que el diálogo es terapéutico y la confrontación aguda, tóxica.
Ciertamente en Chile nos hacen falta dirigentes políticos, sociales y económicos de este calibre, que sean capaces de actuar con empatía y diálogo, que se atrevan a dar el primer paso que todo el país espera. Que dejen espacio en sus proyectos para quienes piensan y sienten distinto. Que entiendan que siendo legítimas las diferencias y conflictos, sientan de verdad que somos una comunidad y que debemos resolverlos luchando, pero además conversando y dialogando; que piensen que la principal función de una sociedad es la solidaridad y protección de tantos y tantos vulnerables. En un ejercicio así, nuestros niños se formarían en la constructividad dialogante, en la cooperación, la solidaridad, el respeto y el amor. Podríamos salir adelante si todos juntos actuáramos así. Hoy tenemos una responsabilidad histórica y seremos juzgados por la forma en que la asumamos. No hay que engañarse, al frente no hay más alternativa que la disolución y la anarquía.
El cambio de actitud y conducta que se requiere en Chile, necesita con urgencia la revalorización del conflicto, no como algo negativo que debe suprimirse, sino como una oportunidad de superación y mejoramiento. Un gran pacifista y mediador, William Ury, ha resaltado que la convivencia pacífica no implica “eliminar al conflicto. El mundo, de hecho, necesita más conflictos y no menos, porque en la medida en que hay injusticia en el mundo vamos a necesitar conflictos para llamar la atención sobre las injusticias. El desafío no está en eliminarlo sino en transformar el modo en que nosotros lo manejamos, que lo hacemos de una forma destructiva a través de la violencia, de la guerra, de batallas, etcétera, de transformarlo en una forma más constructiva como la negociación, la mediación …”
Los políticos y las políticas, personas de acción, deben reflexionar acerca de que actúan con dos instrumentos esenciales en una comunidad: la educación y la sanación terapéutica. Cada desaguisado que realicen será amplificado en los medios de comunicación sociales y las denominadas redes sociales. Si niñas, niños y adolescentes solamente ven en ellas y ellos, agresión, descalificación, no reconocimiento de errores, confrontación y polarización, muy probablemente se formen en la confrontación y polarización y no contribuyan de adultos a la construcción de una comunidad.
Por otra parte, la actuación confrontacional de muchos líderes políticos, ciertamente será un negativo aporte adicional a la toxicidad de las relaciones personales y a la desconfianza, sobre las cuales es imposible construir una comunidad. Ya está bueno que superen esta actitud adolescente y den el primer paso.
La decisión sobre la cual pende nuestro futuro es resolver individual y colectivamente si queremos o no constituirnos en una comunidad. Esa magna empresa solamente es posible en la convivencia, diálogo fructífero y creación de confianza, que lleven al surgimiento y consolidación de una nueva cultura política del entendimiento. En suma, se requiere un cambio profundo de actitudes y conductas políticas. Una nueva Constitución es una condición necesaria, pero no suficiente para ello.
Pedro Barría Gutiérrez es abogado y mediador