Por Juan Medina Torres.- Donald Trump finaliza su periodo presidencial el próximo 20 de enero de 2021, pero su legado político permanecerá más allá de su mandato.
Con su discurso insolente, el tono agresivo hacia sus adversarios, sus descalificaciones, su desafío a las instituciones, la ruptura de los grandes acuerdos a nivel internacional, logró construir un estilo de hacer política, que lamentablemente saltó las fronteras y está siendo imitado por otros líderes populistas de América Latina.
Cuando llegó a la Presidencia de los Estados Unidos en 2016, dio la impresión que interpretaba lo que la gente anhelaba. Fue lo bastante osado para hacerse pasar por el Mesías que solucionaría todos los problemas de la gente, especialmente de trabajo, a quienes conquistó con su discurso en contra de los políticos.
Al respecto Immanuel Kant, en su obra “El conflicto de las facultades”, señala: “Da la impresión de que el pueblo se dirigiera al erudito como a un adivino, a un hechicero familiarizado con las cosas sobrenaturales; pues el ignorante gusta de forjarse una idea exagerada acerca de las cualidades del sabio a quien exige algo excesivo. Por eso resulta fácil presumir que, si alguien es lo bastante osado como para hacerse pasar por taumaturgo, este conquistaría al pueblo y le hará abandonar con desprecio el bando de la Facultad de Filosofía”.
En las elecciones del 2020, a pesar de los más de 240 mil muertos por la pandemia del coronavirus y los millones de desempleados, las encuestas indicaban que el 47% aprobaba el trabajo del Presidente. Sus votantes en la población afroamericana, a pesar de la brutalidad policial y el racismo, subieron al 12%, cuatro puntos porcentuales más que en 2016.
Igual pasó con los hispanos, a quienes insultó, deportó, dividió las familias y empezó a construir un muro fronterizo: el 32% votó por Trump, comparado con el 28% de hace cuatro años. En Florida, el apoyo latino aumentó al 47%, el más alto para un republicano desde George W. Bush en 2004.
Son cifras que nos invitan a pensar, porque detrás de Trump y su familia hay otros nombres que se unen para defender la bandera del trumpismo que, más que un movimiento político, es un culto a la personalidad, que tanto daño provocan a las democracias.
Y a pesar de opiniones que califican a Trump como el peor Presidente de los Estados Unidos, la historia nos muestra cuán difícil es combatir a este tipo de líderes políticos porque son legiones las personas fácilmente manipulables, dispuestas a seguir las consignas de su líder como si fueran mandatos divinos. Acatando su caudillaje asumirán cuanto pueda decirles, sobre el “fraude en las elecciones”, aunque no sea tal e incluso resulte contradictorio. La televisión nos muestra como repiten sus consignas.
Para el nuevo Gobierno norteamericano, la situación es compleja porque los republicanos mantendrán el control del Senado. La otra incógnita es cuán influenciado está el Partido Republicano con el trumpismo y cómo éste influirá en las decisiones políticas futuras.
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