Por Alvaro Medina Jara.- Los años de pandemia, para muchos de nosotros, fueron un catalizador de anhelos, esperanzas y fracasos acumulados por años.
Nos vimos, de pronto, obligados a mirarnos al espejo y a mirar a quienes amábamos. Y la imagen reflejada estaba llena de escombros de memoria que, como un dique, comenzaron a bloquear nuestro avance hacia el futuro.
Esa perspectiva de un tiempo en que estábamos ante el vacío de la existencia y del futuro es la que plantea la nueva película de Gustavo Graef Marino, “El Vacío”, protagonizada por Javiera Díaz de Valdés y Francisco Reyes.
El film retrata lo que hoy viven muchos profesionales de clase media, mayores de 50 años. No tan viejos para jubilarse, pero con demasiada experiencia y sobrevaluados para el mercado. Sus ideas, desvaloradas, porque sí.
Y desde el punto de vista personal -aunque obviamente la dimensión profesional también cruza lo personal- personas buscando amor, queriendo compañía hasta el punto de forzarla. Lo que revela un mundo espiritualmente vacío, donde los protagonistas nunca pueden vivir felices y en paz consigo mismos.
“El vacío”, entonces, nos habla de muchos vacíos, de los múltiples agujeros vitales por donde se escapan las respiraciones y los flujos vitales: los vacíos emocionales provocados por las vidas monótonas; los vacíos de propósito, por la pérdida de sentido, al ser ignorados por un mundo distinto, joven y cruel; los vacíos de identidad, ante existencias donde parece que uno no se basta a sí mismo, doblegados por los filtros de Instagram; el vacío provocado por la falta de amor… en fin.
Habiendo tenido el honor de participar en el estreno de la película, me entero de que se hizo a pulso, probablemente porque todos quienes participaban en el equipo compartían similar sensación que su director, quien comenzó el guion con algunas anotaciones en el parque forestal y lo terminó en tiempo récord.
Esto último le agrega una nota de valor todavía más interesante, pues la calidad del film, en cuanto a factoría se refiere, es impecable, pese a las adversidades y a las dificultades para hacer cine en Chile post pandemia.
Una fotografía excelente y una música ad hoc que acompañó más que apropiadamente los momentos son ingredientes fundamentales que acompañan una gran actuación que hace sentir lo mismo que los personajes, vivir en sus pieles y pensar que en realidad no están interpretando roles imaginarios, sino los papeles de cada uno de nosotros, nuestros días y noches, nuestro propio vacío.