Por Javiera Hernández.- Mucho se ha hablado sobre la necesidad de un lenguaje “inclusivo”. Se inició toda una intervención del lenguaje en función de la inclusión, primero con la “@” (tod@s, amig@s, compañer@s), luego con la “x” y ahora con la “e”. Hasta niveles impresionantes.
La justificación de tamaño cambio era que el idioma, supuestamente, discriminaba, al no hacer mención explícita del género femenino. Pero luego, se suma la necesidad de hacer mención explícita de todos los géneros.
Y ahora se hace necesario, en un discurso cualquiera, para ser “inclusivo”, usar tres palabras cuando antes se usaba una sola: “todas, todos y todes”, “las niñas, niños y niñes”. Otros, como Nicolás Maduro, hablan de “millones y millones”; y programas de televisión inclusivos en que hablan de “cuerpos y cuerpas”.
Seamos sinceros, la multiplicación de vocablos es un acto segmentador y discriminador. Por el contrario, el uso de uno solo que los agrupe y subentienda a todos, en todos sus sentidos posibles, es lo verdaderamente inclusivo. Cuando decíamos “todos”, nos referíamos efectivamente a todos. Eso, tanto si el sustantivo era masculino como femenino. ¿O al decir “la humanidad” nos referimos solo a las mujeres? No pues, de ninguna manera. Es un sustantivo inclusivo per se, sin necesidad de especificar un segmento específico debido al género gramatical que tenga.
La discusión de esta inclusividad en el lenguaje ha hecho perder dramáticamente de vista otras discriminaciones lingüísticas reales, que sí están presentes en nuestra cultura y que deben ser erradicadas con más educación.
Por ejemplo, puede ser considerado discriminador que sólo hablemos castellano (si, de Castilla), en vez de alguna de las lenguas originarias de nuestra tierra. ¿Por qué no hablamos más mapudungun? ¿Por qué no incluimos a la población sordomuda enseñando lengua de señas en los colegios? Ahí hay dos ejemplos de población chilena que puede sentirse justamente discriminada porque la mayoría habla una lengua que no los incluye: no los entienden, no los acogen, no los hacen parte. ¿Quieren hablar de lenguaje inclusivo? Incluyámoslos a ellos.
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