Mundo Académico

En Memoria de José Fernando García (1943–2024)

“José Fernando García representa una forma de entender la vida académica que parece estar en peligro”, afirma el académico Cristián Montenegro al dar un testimonio sobre el fallecido sociólogo.

Por Javier Salas.- A los 81 años de edad falleció el filósofo, magíster en Ciencias Sociales FLACSO y profesor titular de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, José Fernando García Soto.

Formado en la Universidad de Chile, donde fue ayudante del filósofo Juan Rivano, ejerció también como docente en las Universidades de Buenos Aires y Rosario tras su exilio en dictadura. En la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (UAHC), también se desempeñó como director de la escuela de sociología y como presidente del directorio como evidencia de una reflexión permanente sobre la filosofía, la comunidad y la práctica.

Ver también:
¿Para qué sirve realmente un sociólogo?

Según sus pares, la obra del académico se caracterizó siempre por fomentar el debate en torno a la filosofía especulativa, la epistemología de las ciencias sociales, la teoría de la democracia y la teoría de la modernidad a lo largo de un extenso catálogo de publicaciones entre las que se cuentan “La racionalidad en política y en ciencias sociales”, “Ciencias humanas, post-Fundacionalismo y Post-representacionalismo”, “Hacia una razón situada” y “Las Prácticas como Apertura de Mundo”.

Cristian Montenegro, sociólogo titulado de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, hoy Senior Research Fellow en la Universidad de Exeter, Reino Unido, conoció a José Fernando García como estudiante entre 2002 y 2008 en tiempos en que el cientista social fallecido recientemente era director de la Escuela de Sociología.

Recuerda desde el ámbito filosófico y sociológico aspectos que reunía en una reflexión común la obra del profesor García. Temáticas cruzadas que enriquecían la sociología y la filosofía desde una y otra disciplina simultáneamente.

“Yo no definiría a Fernando ni como sociólogo ni como filósofo, sino como alguien dedicado a desmenuzar sistemáticamente el problema del conocimiento de lo social, es decir, un epistemólogo de las ciencias sociales. Cualquier malla curricular de sociología o antropología tiene al menos un curso sobre epistemología que, a menudo, está asociado a los cursos de métodos (cuantitativos y cualitativos)…”

“La epistemología sería una antesala a la investigación social como tal. Pero, en su forma de presentarla, no se trataba para él de ‘pasar’ por la epistemología para rápidamente llegar a la producción de conocimiento sociológico. Se trataba de sostener una reflexión sobre la posibilidad del conocimiento en general, y del conocimiento sociológico en particular. La epistemología no como paso previo sino como espacio propio desde el cual era posible reconstruir las propuestas de muchos autores que Fernando invocaba magistralmente. Pasar de las clases de Fernando a las otras clases regulares, sobre métodos o estadística, no era fácil”, señala.

Dualismo y modernidad, la razón situada y la importancia del trabajo práctico basado en la reflexión eran 3 enfoques de su obra más reciente que alcanzamos a conocer en sus textos. ¿Cómo estas ideas permeaban la convivencia cotidianas del profesor García, en cuanto lo que usted conoció sobre él?

-Como es normal en un pensador de la categoría de Fernando, sus reflexiones y obsesiones fueron cambiando con el tiempo. Al menos mientras fui su estudiante, una cuestión central era la de la «crítica». Especialmente el problema de cómo rehabilitar una noción de crítica que lograra hacerse cargo de las múltiples objeciones que se le habían planteado al marxismo -y a cualquier pensamiento que aspirara a transformar la sociedad-. Esto era muy llamativo. Es como si Fernando estuviese siempre sometiendo a Marx -y a la tradición que se extiende desde él a la Escuela de Frankfurt y luego a Habermas- a todos los desarrollos alternativos surgidos desde la filosofía del lenguaje, el pragmatismo y la hermenéutica. Y uno no sabía si lo convencía más uno u otro lado, una opción u otra. Esto no era ambivalencia: Fernando presentaba las controversias no para resolverlas y dejarlas atrás, sino para dejarnos pensar con ellas. Y pensar con ellas significa moldear nuestro trabajo sociológico con una clara conciencia de la inexistencia de un camino filosófico único, superior o seguro. Si en muchos cursos de epistemología lo que encuentras es un menú de tradiciones -que luego puedes elegir o recombinar a la hora de hacer tu propia investigación- en las clases y en el trabajo publicado de Fernando lo que encuentras son, ante todo, dudas. Dudas que son equivalentes al residuo que va quedando cuando haces chocar a diferentes autores sin piedad. Resulta fácil entender lo fascinante y estimulante que resultaba todo esto para quienes nos iniciábamos en la sociología y la filosofía. Habiendo trabajado 15 años en universidades de Chile y Reino Unido, compruebo lo afortunados que fuimos.

Fernando era siempre el mismo. En la sala de clases, en el “Grupo de los jueves” (donde profesores y algunos alumnos nos reuníamos a discutir textos) y en el “Rapa-Nui” (mítico bar de la calle José Miguel Infante donde terminaban a veces las reuniones del Grupo de los jueves). Nunca dejaba de ser un tanto distante, tal vez porque, a fin de cuentas, seguíamos siendo alumnos frente a un profesor y director de carrera. Pero nunca dejaba de apasionarse frente a un buen argumento filosófico, viniera de donde viniera, incluso de nosotros.

Desde la formación de nuevas escuelas de cientistas sociales… ¿Qué cree que pierde el mundo académico con la partida de García?

-Creo que Fernando representa una forma de entender la vida académica que parece estar en peligro. La vida académica como la actividad de, en palabras del profesor Marcos Aguirre, amigo y colaborador estrecho de Fernando, “hacer espíritu”, crear momentos de conexión e inspiración recíproca para avanzar ideas colectivamente. Fernando, Marcos y otros profesores de ese entonces como Héctor Bravo y Gastón Molina -todos filósofos- tuvieron la generosidad de dejarnos darle forma a esos debates, pese a ser nosotros principiantes y tener muy poco que ofrecer. Desde iniciativas como crear un grupo de lectura de la Fenomenología del Espíritu de Hegel a (intentar) leer todos los libros incluidos por Harold Bloom en “El Canon Occidental”,
Los participantes respondían con entusiasmo a nuestro entusiasmo. Esto rompía momentáneamente la barrera entre alumno y profesor poniéndonos a todos en situación compartida de aprendizaje frente a un texto. Yo no hubiese seguido la carrera de investigación y docencia que he seguido si no fuese por esa clase de formación. No sé si con la partida de Fernando eso se pierde. No lo creo. Porque para todos quienes vivimos eso, la idea de juntarse a conversar sobre un texto sigue siendo el ideal de trabajo académico, y eso sigue inspirando nuestra forma de enseñar y aprender.

Alvaro Medina

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