Por Dante Flores.- Por allá por el año 90 comencé a estudiar la carrera de Diseño Gráfico en el Instituto Vicente Pérez Rosales de la ciudad de Valdivia. Entramos un grupo de 14 compañeros al primer año de inaugurada la carrera, un grupo variado de mujeres y hombres de diferentes localidades de Valdivia. Algunos con talento pero con poca disciplina y otros con disciplina y poco talento, ambas características se complementaban. Desde la antigua y cerrada carrera de Arte de la Universidad Austral de Chile llegaron nuestros maestros, entre ellos el profesor de fotografía Carlos Fischer.
Los que ya deambulábamos por el mundo del arte en aquellos años ya lo conocíamos como uno de los mejores fotógrafos de la ciudad junto a Francisco Jooris. Emocionante la primera clase tan sólo por tenerlo al frente nuestro, Carlos era un profesor con un tono de voz muy suave, entretenido pero al mismo tiempo científico con una mirada de la fotografía muy técnica y prolija, muy detallista y con una base centrada en la física y la matemática. Recuerdo haber comenzado la teoría conociendo las longitudes de onda, el comportamiento químico y físico de los haluros de plata en aquellos años en que no había un sistema digital, al menos al alcance nuestro. Durante la teoría, la pregunta era recurrente: “Profesor, ¿Qué cámara compramos?” y él nos recomendaba la Zenit EM, un equipo ruso de hierro que pesaba casi 800 gramos. Luego de las primeras prácticas en terreno y aprender a encuadrar en base a los puntos áureos y comprender lo que es la profundidad de campo, comenzamos con el proceso de revelado y siempre recuerdo una de sus frases célebres respecto a la exposición correcta de una foto en blanco y negro: “Negros con detalle y blancos con detalle”, decía Fischer.
Nos hicimos amigos de forma personal. A veces los fines de semana me invitaba a su casa a comer y a conocer su colección de vinilos de jazz de la cual me prestaba siempre un LP (como el “Gateway 2” del trio de John Abercrombie), con la condición que se lo cuidara mucho, ya que los tenía en un estado de conservación incólume. Creo que ahí se hacía presente su descendencia alemana. Después, y con el tiempo de avanzada la carrera compartíamos en fiestas de compañeros y tertulias sentados en el piso con conversaciones suyas muy entretenidas.
Aún después, luego de egresado de la carrera, hicimos algunos proyectos juntos en los cuales él hizo la fotografía con resultados profesionales de un alto nivel que siempre destacaban junto al trabajo de Francisco Jooris como los dos mejores fotógrafos de la ciudad. Aunque los dos eran muy buenos, tenían marcadas diferencias de estilo. Mientras Carlos era más técnico y Francisco más artista o intuitivo, Carlos se la pensaba más antes de disparar, con el tiempo dejamos de vernos porque ya el año 2000 me fui a Europa, pero tuve la suerte -el año 2010- de encontrarme con él en Madrid en un viaje que hizo con su compañera de vida, Gabriela Guzmán, a Paris. Coincidimos allá y nos vimos en el aeropuerto unas horas. Aquella vez fue la última foto que me hice con él, luego de volver a Chile nos encontramos en el Festival Internacional de Jazz de Valdivia donde él hacia fotografía de las actuaciones para editar los discos del festival que yo hacía. Volvernos a encontrar después de años siempre era motivo de recordar momentos especiales de antaño.
El legado que deja un fotógrafo como Carlos Fischer es sólido. Él formó por lo menos a 3 o 4 generaciones de fotógrafos que hemos tenido la suerte de aplicar los conocimientos que nos entregó en momentos decisivos de nuestras carreras y que también nos entrego su compañera Gabriela en el área de color. Los diseñadores formados por ellos, que nos hemos dedicado toda la vida al arte del diseño gráfico, estaremos siempre agradecidos de su influencia, de sus conocimientos que llevaremos siempre hasta el final de nuestras vidas.
Carlos Fischer era muy activo en actividades fotográficas de la ciudad y colaborador de muchas actividades relacionadas con el arte. Siempre ver fotografías hechas por él, era un placer de ver plasmada la experiencia, los años de práctica que lo hacían un maestro y una factura inconfundible de su fotografía hoy incombustible.
Dante Flores es diseñador gráfico publicitario con mención en marketing