Por Carlos Cantero.- Desde hace más de dos décadas, todos los estudios de opinión han mostrado el deterioro de la calidad de “la política”, ese espacio donde fluyen los sueños de la gente, donde se habla de los anhelos de vida, donde se configura el ethos y su respectiva ética, estética y emocionalidad, cuyas métricas constituyen el Desarrollo Humano. En estas décadas se ha evidenciado el desencuentro (de esa política) con “lo político”, es decir, esas materias que ocupan los quehaceres, tiempo, atención y pensamiento de “los políticos”. En esta tensión y falta de sintonía entre “la política” y “lo político”, se fue acumulando el descrédito y desprestigio de “los políticos”.
Los marcos ideológicos terminaron de empaparse de un materialismo aberrante y radical que alteró el sentido y concepto de lo humano y su dignidad. Los bienes públicos fueron sustituidos por los bienes privados, y más que atender al bien común se exacerbó el bien privado. Se trata de tiempos de incertidumbres, de creciente traición a los principios y valores del Humanismo; donde instituciones espirituales (religiosas y laicas, éticas y filosóficas) han faltado a su fidelidad, compromiso y consecuencia con esos ideales, mostrando un desdén y permisividad contagiosos, normalizando la laxitud y lenidad valórica.
Estamos frente a una profunda crisis ética de la que somos responsables, que he denominado “Pandemética”, por constituir una pandemia de degradación ética de alcance global que afecta el pensamiento en sus expresiones religiosas y laicas y a las instituciones comprometidas con estos temas: iglesias religiosas (de distinta denominación) y a los templos laicos (masónicos), las aulas de la educación y los medios de comunicación, cunas donde a lo largo de la historia se guardó compromiso con la preservación de los valores del Humanismo.
La presencia de estos temas y la influencia de los actores relevantes (mencionados) se debilitan en el espacio público y privado, hasta casi desaparecer, en medio de un vano consuelo de autoengaño en función de lo que otros, en otros tiempos, han hecho. Sin reparar que el déficit está en nuestra acción, la morosidad es de nuestro tiempo. Se requiere adaptabilidad a la sociedad digital, a las tecnologías de información y comunicación (TIC), de lo que dependerá la capacidad para influir, para promover la permanencia y vigencia de esos principios y valores fundamentales, en pro del “bien-estar” de la sociedad.
Hoy se vive una ética light, sin compromisos, sin culpas ni castigos consecuentes. No es que no exista atención hacia estos temas. Más bien se trata de arrebatos transitorios, episódicos, de duración limitada, como ocurre entre una imagen y la siguiente, como si se tratase de un noticiero o serie. La conmoción ética solo dura el instante que media entre un evento y el siguiente.
Se trata de un sistema fallido NO por incapacidad para generar riqueza. Muy por el contrario. El fracaso deriva de la mala redistribución de la misma. Es un asunto ético, de sentido de vida, de concentración de la riqueza en pocos, frente a muchos otros plenos de precariedad. No hay un adecuado correlato en el desarrollo de los bienes públicos. Y todo ello, en medio de la competencia, la banalidad ostentosa e insensible, de un sistema marcado por el individualismo y el debilitamiento valórico.
Los principios y valores Humanistas están secuestrados, huérfanos de protección, en franco retroceso y a nadie parece importarle. Reina el desdén, que es la indiferencia o desprecio frente al proceso descrito; la banalidad, que es asumir el asunto con trivialidad, sin asumir su importancia, urgencia y trascendencia, sus consecuencias y efectos; y, la lenidad, que consiste en asumir una actitud de blandura, sin el rigor adecuado, no exigiendo el cumplimiento de los deberes y dejando sin castigo las faltas y omisiones. Esto es más complejo cuando afecta a las instituciones que auto-proclaman su compromiso al respecto.
La política y los políticos
“La política” es el conjunto de actividades que se asocian con la toma de decisiones en grupo u otras formas de relaciones de poder entre individuos, como la distribución de recursos o el estatus. En cambio, “lo político” se vincula con la efectiva gestión (o no) de temas de interés ciudadano relevantes para alcanzar un adecuado nivel de vida, con crecimiento económico, equidad social y estabilidad política, elementos esenciales a la gobernabilidad. Partiendo desde estas definiciones generales, será útil introducir criterios para la distinción entre la política y lo político, cuyo desencuentro explica el descrédito de “los políticos”.
En nuestra cultura, la política siempre tuvo un rol fundamental, central en el desarrollo del país, y lo político fue funcional con el logro de esos objetivos, observándose una amplia coincidencia entre ambos quehaceres, coadyuvante al logro de objetivos comunes. Los políticos fueron importantes, sus acciones tuvieron valoración en la ciudadanía y sus opiniones tenían mucha relevancia en el devenir nacional, por eso sus nombres son recordados en avenidas, calles y plazas.
Desde el retorno a la democracia en la década de los años 90 (Siglo XX) el desprecio por los políticos ha ido en incremento permanente. Esto tiene su fundamento en que la política no tiene la relevancia que tuvo en el pasado, mucho menos la efectividad y pertinencia deseada. Dicho de otra manera, la política no tiene un adecuado correlato con “lo político”, es decir, en el tratamiento o gestión de los temas relevantes para el anhelado desarrollo humano, para coadyuvar al logro de la buena vida y la sociedad que la gente anhela y sueña. Para una mejor comprensión del asunto, digamos que, los bienes públicos demandaron amplio trabajo y recursos para responder a las necesidades de cobertura territorial. Ahora se le adiciona la demanda por “la calidad”. Es muy evidente que respecto de esta demanda sobre bienes públicos de calidad se ha observado incompetencia y falta de oportunidad. Mucho discurso y escasos resultados.
Los estudios muestran que son múltiples los temas en que “los políticos”, en sus agendas de “lo político”, muestran un profundo desencuentro con “la política” que la gente quiere y sueña. Entre otros asuntos se pueden considerar el permanente centralismo, que ha coartado las facultades para el autónomo desarrollo de las regiones, lo que de paso ha dañado las identidades; la disponibilidad de bienes (o servicios) públicos de calidad; la digna protección previsional de las personas; los temas de medio ambiente; el cambio climático; las relaciones de género; los pueblos originarios, el endeudamiento derivado de la educación; el debilitamiento de los medios de comunicación como servicios públicos y su minimalista enfoque comercial y de marketing. La institucionalidad no ha mostrado voluntad, las capacidades ni las competencias para enfrentar estos nuevos y emergentes desafíos, que deben ser resueltos a la mayor brevedad.
La política ya no está basada en proyectos ni siquiera en ideas claras, se impone la improvisación, un enfoque de manejo emocional. En pocos años hemos mutado desde una política y cultura con altos niveles de probidad, a un país en el cual la probidad y la ética están debilitadas en gran medida, tanto en los ámbitos públicos y privados, cruzando lo político transversalmente. Lo más grave es que, no hay en el país referentes éticos, las iglesias están muy dañadas en imagen y credibilidad y las instituciones éticas y también la Masonería, cumplen un rol de escasa influencia. La fragilidad de sus vocerías resulta irrelevante frente al proceso de degradación, por lo que resultan disfuncionales en ese rol.
Peor aún, en el país fallan las instituciones y la institucionalidad es disfuncional. Hay caducidad estructural en el Estado por el exacerbado y extemporáneo enfoque cartesiano, lineal o sectorial, perdiendo la oportunidad de introducir un enfoque Eco-Ético-Sistémico-Relacional. Los incentivos éticos del modelo nos han llevado a un materialismo exacerbado y un individualismo egoísta, que ha dado paso al abuso y la corrupción, en múltiples ámbitos. La impunidad ha terminado afectando el código de ética y su vigencia. Ni los partidos políticos, ni el Parlamento, ni el propio gobierno, han tenido la capacidad, coherencia, ni oportunidad, para abordar el análisis público de estas debilidades y las vías de solución. Al punto que, por su descrédito, el Congreso Nacional, renunció a sus facultades de Constituyente, por la escasa legitimidad y credibilidad.
En las últimas décadas, los jóvenes no apreciaron coherencia ni relación entre sus intereses y los de “la política”. Eso explica la escasa atención de los jóvenes por “los políticos” y “lo político”. Eso generó la ruptura generacional e institucional para cambiar “la política”. Desafío que hoy los tiene de protagonistas, con el estilo de la nueva generación, que intentan incorporar nuevas categorías a “lo político”. No era cierto el proclamado des-interés juvenil por “la política” ni eso de: ¡No están ni ahí!
Los jóvenes expresaron frustración por las coherencias entre el decir y el hacer. Ahora son ellos “los políticos”, que deben cuidar no traicionar el importante rol que les encomendó la ciudadanía, para cautelando el bien común y el interés público, en equilibrio con los bienes privados. La ciudadanía espera que se respeten sus temáticas y urgencias en “lo político”. Para que la ciudadanía pueda superar esa percepción de inutilidad del quehacer de “los políticos”. Esto exige también mayor seriedad de la ciudadanía al momento de emitir sus votos y elegir a sus representantes políticos, para que estos sean su adecuado reflejo.
La ciudadanía ha dado un mandato para cambios y adecuaciones, eso es evidente e ineludible. Pero, algunos con escaso conocimiento y nula experiencia están embarcados en un proceso refundacional, pleno de incertidumbres, lo que no allana el camino. En la Convención Constituyente, una parte de la nueva generación ha caído en los mismos errores basales, mostrando incapacidad para atender y gestionar “lo político”, los temas que interesan a la ciudadanía. No es adecuado promover la polarización de la política, ni pertinente un escenario de creciente confrontación y pugnas intestinas en los conglomerados, mucho menos en la ciudadanía.
La calidad de la política es esencial a cualquier modelo de desarrollo. Es muy obvio que se requiere el consenso por sobre la confrontación, una transparencia total con métricas conocidas y objetivas, donde se debe mantener un estricto equilibrio entre el imperio de los bienes públicos y los bienes privados. Si se persevera en el camino de polarizar la política nacional, si no surgen y se fortalecen liderazgos de convergencia y acuerdos, viviremos tiempos de crisis y conflictos. Debemos hacer lo posible por evitar ese escenario. Chile requiere a todos sus hijas e hijos. Todos somos uno y uno somos todos. Promovamos la Unidad, en la unicidad de todas las miradas.
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