Samuel Rodríguez.- La declaración del Consejo de Prevención de Abusos del Arzobispado de Santiago fue el último y fatal coletazo con el cardenal Ricardo Ezzati pretendió limpiar su enlodada imagen en medio de los escándalos por abusos sexuales cometidos por sacerdotes y obispos durante décadas, y ocultadas por la curia en su conjunto, encabezada por él mismo.
El documento “Orientaciones que fomentan el buen trato y la sana convivencia pastoral” parte con una carta del mismo Ezzati en la que afirma que la iglesia de Santiago “ha aprendido del pasado”, y que “los pastores han sido llamados por el mismo Cristo al cuidado de las almas de un modo especial”.
Acto seguido, enumera una serie de conductas que no deben ejecutar, con el aparente sobrentendido que antes de esta declaración eran conductas que podrían haber parecido lícitas para ellos, ante las cuales Ezzati, el purpurado, advierte que “para la operatividad de las Orientaciones se requerirá de un tiempo de diálogo, afinamiento, eventuales correcciones y de la colaboración activa de todo el Pueblo de Dios”… ¿perdón? Es más, se trata de orientaciones que no entran en vigencia de inmediato, sino recién desde el próximo año.
Al pasar a las “orientaciones”, nos damos cuenta de la ridiculez manifestada. ¿Qué “afinamiento” o “corrección” se podría tener ante cuestiones tan básicas como las siguientes?: “Bajo ninguna circunstancia se deberá ofrecer alcohol, cigarrillo o drogas a niños, niñas, adolescentes y personas vulnerables”; o “No se debe estar a solas con un niño, niña, adolescentes o persona vulnerable en una residencia, dormitorios, vestuarios, sanitarios, duchas, cuarto de vestir o cualquier otro cuarto cerrado o área aislada”; o que no se puede “dar palmadas en los glúteos, tocar el área de los genitales o el pecho… recostarse o dormir junto a niños, niñas o adolescentes… Dar masajes… Luchar o realizar juegos que implican tocarse de manera inapropiada… Abrazar por detrás… Besar en la boca a los niños, niñas, adolescentes o personas vulnerables”.
El documento dice que esas conductas (entre otras) son “inapropiadas”. Señor Ezzati y miembros del Consejo: ¡esas conductas son delito!
Señala, por ejemplo, que “violar la privacidad, mirando o sacando fotos mientras los niños, niñas, adolescentes o personas vulnerables estén desnudos, se visten o se duchan”, es una conducta que puede ser “malinterpretada”.
El documento in extenso es una ofensa, una bofetada profunda no solo a la dignidad de quienes han sido abusados por sacerdotes y obispos. Es una burla al sentido común, al conocimiento de la sociedad y a la confianza depositada por miles de familias en las instituciones eclesiásticas. Después de décadas de denuncias y de investigaciones, de una reprimenda del Papa, de protocolos previos mucho más drásticos, de la asesoría de profesionales expertos… ¿Este es el resultado? ¿La enumeración de delitos como simples conductas “impropias” y malinterpretables?
Este documento debiera ser la lápida de Ezzati y la evidencia manifiesta de que debe dejar su cargo. No sólo dejar el arzobispado, sino su condición de “Príncipe de la Iglesia”. Si esto fuera el Ejército, le correspondería una baja deshonrosa y sin pensión.
Ezzati debe irse. Debe irse ahora. No en un mes, no en una semana. Debe tener los pantalones de renunciar de verdad y no “poner su cargo a disposición”.