Por Carlos Guajardo Castillo.- En cada instante de nuestras vidas nos vemos expuestos a una serie de acciones que conllevan al desarrollo de conocimientos, habilidades, actitudes, emociones y un sano convivir con los demás; lo cual se ve reflejado en el contexto laboral, cuando vamos al supermercado, al sentarnos a comer en familia y un largo etcétera que nos convierte en seres humanos educados para ser parte de la sociedad. Algunas cosas las hemos aprendido en el hogar, pero otras han estado en manos del sistema escolar y de los respectivos profesores que le otorgan un carácter formal a la educación.
Aprender sobre matemática, lenguaje, ciencias naturales o historia y geografía, posiblemente fue una adquisición de ‘contenido’ explícito sobre dichas disciplinas, y una escasa «transposición didáctica» donde los conocimientos fueran extrapolados hacia situaciones concretas y efectivas de la realidad. A modo de ejemplo, piense que, si va al almacén cercano, seguramente usted: saludará al vendedor, elegir el producto que necesita, pagará el valor correspondiente, dará las gracias y se despedirá. Si nos damos cuenta, todo el día estamos desarrollando habilidades que no solo se vinculan con «saberes cognitivos duros», sino que también, actitudes que no hacen otra cosa que desenvolvernos en el día a día. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando la educación se focaliza a partir de espacios poco flexibles y donde prima la enseñanza de la disciplina por sobre la práctica? Seguramente careceremos de las competencias que hoy nos exige la sociedad y deberemos conformarnos con lo que aprendimos. Lamentablemente, estos efectos trascienden a nuestra proyección personal y social, debido a que el ser humano es un ser que integra saberes, habilidades, emociones y actitudes. No es un ser que fracciona lo que ha aprendido en el transcurso de la educación formal e informal, más bien, entreteje su experiencia educacional con aquellos que le depara la vida en sociedad.
Me parece que este es un compromiso que se debe adquirir a nivel sistémico en todo acto educativo, donde el Estado y toda institución que ejerce un liderazgo social, se haga parte de formar a personas que no sean meras reproductoras del saber disciplinario, sino que, emancipadoras y transformadoras de la realidad que nos corresponde vivir.
Carlos Guajardo C. es académico en las áreas de currículo y evaluación con enfoque inclusivo; directivo de la Facultad de Educación UCEN.
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